Iniciado por
Gerundio
Restaurante Ibai, Caserío Parellades 16, Sant Pere de Ribes.
Reunión informal de trabajo con un tipo al que debía sablear y que, para mi desgracia, solo llevaba tarjeta de crédito y no tuvo la amabilidad de darme la clave. Oportunidad perdida de financiar mi deseada moto nueva. Hemos quedado para posterior ocasión en la que ya me lo montaré para que lleve “caja” o “efectivo”. Los medios modernos de pago van a dar al traste con mi forma de operar.
Por ser lunes y el anfitrión atender la cuenta, escoge menú. El pescado, por la anterior razón, ni tocarlo. Elige unos entrantes consistentes en un paté de la casa, unas anchoas aliñadas y un jamón serrano. Los entrantes ricos y en su punto, muy especialmente el jamón.
Y como plato fuerte un chuletón a compartir. Carne de la tierra (amena discusión con el camarero sobre si el ganado pasta por la playa o montaña) tierna, gustosa, bien tratada a la leña y en su punto. Un detalle de buen gusto es omitir la horterada del ladrillo refractario, algo que se ha puesto de moda en pretendidos sitios “especializados”, lo que no he comprendido nunca, el empastelar una mesa.
Para beber, un tinto. Y digo un tinto porque le pregunté el nombre pero lo he olvidado. Pero era un buen vino, con cuerpo, muy correcto y que disfruté. Lamento no daros más pormenores, yo soy de los que le arrean al “tinto de verano”. Pero debió ser caro, porque para abrirlo, escanciarlo y volver a llenar sucesivas copas hicieron un teatro que ni la Xirgú. Yo pensé que el “chumelier” era del Bolshoi por los saltitos que daba. Porque se dice “chumelier” ¿no?
Pasamos directos a los cafés. Buen café, natural, sin abuso del torrefacto, algo tan habitual y desgraciado incluso en restaurantes de postín. Segundos cafés.
Y de lo que más repetimos, fueron las copas de la sobremesa. El anfitrión orujo y el que suscribe güisqui, eso sí chupitos, pero fueron unos cuantos. Al final casi media botella por barba. Salí bastante alegre del restaurante, y eso que no había conseguido mi objetivo: el sablazo.
El local agradable, decoración “mediterránea rústica matizada”, en fin, sitio pijo, y el servicio atento. Especial mención a una camarera que por su voz, dicción, aspecto rubio, blanquecino, delicado y fino este mentalista unineuronal atribuyó un origen finlandés o ruso, resultando mi pronóstico acertado, colombiana de diez generaciones. La inteligencia y una cuidadosa observación mandan. Sorpresa del anfitrión por mi fino sentido investigador, le comento que soy conocido en el ambiente bancario como “El lince del impagado”.
Le hicimos todos los honores, le gastamos unas cuantas bromas educadas, cinco miradas torvas, eso sí, a medida que íbamos bebiendo, y nos despidió con un agradable y coqueto: “Mi abuelo no es tan simpático como Uds.”. Nos fuimos a llorar a la terraza y continuar con los chupitos.
La conversación muy agradable, repaso general al personal, soluciones prácticas e inmediatas a todos los problemas universales, establecimiento de un nuevo orden mundial con la conclusión evidente, no podía ser de otra forma, que si tuviéramos 60 años menos y misma cifra en millones de euros seríamos los más guapos del firmamento. Ejemplo de la profundidad de la conversación, tino y sosiego en los comentarios, mirada perspicaz en el análisis de los problemas y varias copas en el gaznate fue el que descubrimos mediante el método inductivo destilativo alambicado quien es el dueño de “La Caixa”. Pero no os lo vamos a decir, y menos gratis, se admiten sobornos.
Lugar recomendable atendiendo la experiencia. Muy recomendable, pero mucho, si la experiencia la paga un tercero y es capaz de mantener el nivel de sandeces por minuto de quien aporrea el teclado.
Ni que decir tiene el agradecer la invitación. Es lo más sincero de todo.