“¿Dónde va, todo ese amor? ¿Dónde va, todo ese odio? ¿Dónde va la pena?
Creo que todo el amor que sientes por alguien, y todo el odio que te hurga por dentro como el que mete un gancho en una caries, las dos cosas, no se pierden nunca. No desaparecen tras los destellos cegadores que advierten de su presencia. Es como con la energía. Lo único que recuerdo de las clases de física que cateé de manera estupenda. El principio de conservación de energía.
Ejemplo: Un coche que estaba en marcha, corriendo a su bola por una carretera, frena y parece que la energía cinética que lo movía haya desaparecido. Pero no, pero no. Esa energía se transforma en otras energías: en calor, especialmente. En los frenos, en las ruedas y en el asfalto. También en sonido.
Creo que lo mismo pasa con el amor que sientes por alguien. Y por el odio que sufres y te envenena como setas de colores, como meados de sapo. Se almacenan por ahí, en algún lugar. Y luego emergen otra vez, porque no pueden hacerse desaparecer. Porque crees que ya no están, y es sólo que se han transformado en otra cosa. Los recuerdos también. La rabia también. Y el dolor.
Mi odio, mi pena, mi amor y mi culpa no han desaparecido: se han transformado en sonido. Pero eso tampoco es el fin, porque nada desaparece, y nadie olvida jamás.”
ROMPEPISTAS de Kiko Amat