Cuando el sonido, cada vez más acelerado pasaba sobre tu cabeza, era el viento en los altos árboles del bosque, y no la lluvia. Cuando corría a lo largo de la tierra, era el viento en los arbustos y en las largas hierbas, y no la lluvia. Cuando susurraba y sonaba sobre la misma tierra, era el viento en los maizales -donde sonaba de una forma tan parecida a la lluvia que te engañaba una y otra vez y hasta cierto punto te compensaba, como si estuvieras viendo una representación de lo que deseabas-, y no la lluvia.
Pero cuando la tierra respondía como una caja de resonancia, con un ruido fértil y profundo, y el mundo cantaba en torno tuyo, en todas las dimensiones, por encima y por debajo, esa era la lluvia. Era como volver al mar cuando has estado mucho tiempo lejos de él, como el abrazo de un amante.
Isak Dinesen, Memorias de África