...los hijos de la modista escribieron su nombre en azul noche por enésima vez. Se peleaban por el espacio de la hoja. No era una pelea a gritos: Apestas a cebolla. Tienes los pies planos. Buh, dientes torcidos. Tienes gusanos en el culo.
Bajo la mesa, los pies de los niños no llegaban al suelo. Sobre la mesa, manos de niño se pinchaban con lápices. La furia de sus rostros era obstinada y adulta. Si la madre se retrasa, los niños crecerán, pensé. Que pasará si dento de un cuarto de hora ya son adultos, retiran las sillas de la mesa con el trasero y se marchan. Cómo le digo a la modista, cuando entre y deje la llave sobre la mesa, que los niños ya no la necesitarán.
Si no miraba a los niños no lograba distinguir sus voces. En el espejo vi mi rostro y los ojos de nadie. No tenían motivo alguno para observarme.
La modista llegó, dejó la llave sobre el tocador, las cartas y la cinta métrica enrollada sobre la mesa. Dijo: Mi amiga tiene un amante que cuando se corre salpica hasta el techo. Su marido no sabe que las manchas que hay sobre la cama son manchas de semen. Parecen manchas de agua. Ayer se llevó a casa a su primo, que trabaja con él en el turno de noche. En plena lluvia se encaramaron al tejado para buscar la teja rota. Encontroron dos tejas rotas, pero ninguna sobre la cama.
El primo le dijo: cuando el viento sopla de lado, la lluvia también cae de lado.
"La bestia del corazón", Herta Müller.