Predata: Esta experiencia es absolutamente real, aunque la relato en un tono epistolar. En efecto, se trata de la carta que envié a Elle la misma madrugada después de nuestro primer encuentro. Por razones de intimidad he eliminado algún pasaje sin menoscabo de lo tórrido de nuestro primer encuentro.
De pie, apoyado en el respaldo de una silla, delante de un cuadro grande y feo (bueno, quizá exageré con lo de feo), con el olor a colonia fresco y los dientes recién cepillados. No estoy nervioso, sino tranquilo. Me sabe mal haber tomado una bebida alcohólica antes de la cita, nunca lo hago. Sé que me ha de gustar. Las cosas no han sucedido por casualidad. Ni yo suelo irme a una larga distancia de mi vida cotidiana para conocer una mujer, Barcelona está lleno de ellas. Claro, hay muchas mujeres en Barcelona, muchísimas: blancas, negras, mulatas, orientales, árabes, rusas, Barcelona es la Torre de Babel del sexo. Pero yo la busco a ELLA, claro, ahora sé por qué eligió su nick: ELLE. ELLA no es la casualidad. Es el resultado de un encuentro, un desencuentro, un malentendido, un renacimiento de sus propias cenizas, como el ave fénix, una sagaz identificación y unos tiernos lazos escritos y hablados que progresivamente han ido tendiendo un puente entre ambos...
Cuando te veo entrar, queda atrás todo el pasado. Aparece una mujer agradable a la vista, de lejos nuestras miradas nos enlazan y a medida que te vas acercando nuestras sonrisas se funden, como una premonición de cómo se han de fundir nuestros labios y nuestras lenguas. Me excito mucho recordando ese encuentro... El primer contacto físico, dos besos y un abrazo... ya no te hubiese soltado en este primer enlace. Hubiese deseado invitarte a subir a nuestra habitación, que nos esperaba, para besarte en toda regla, pero no osé. Nos fuimos a tomar un aperitivo. Sentados en esos sofás del género chill-out, pero tiesos como dos ingleses, nuestras rodillas rozándose, los ojos clavados en los del otro, tejimos nuestra conversación con una facilidad pasmosa, como si nos conociésemos de siempre. Claro que ayudó mucho la sarta de piropos que me propinaste, que me dejaron abrumado aunque su carácter anecdótico los hacía graciosos y llevaderos. Tú esperabas un Capitán Haddock real, un hombre barbudo, desaliñado, gordete, sucio y malcarado. Reconozco un pequeño mérito mío ahí, cuando vendí una imagen dudosa (la del avatar) y presenté una realidad medianamente aceptable.
Mi mano se posaba continuamente sobre tu pierna derecha; habías llegado vestida como un portero de hockey, con botas altas... debía ser el pánico que tenías, tu subconsciente te había pedido una buena protección... ¡qué malo soy! Mi mano sobre tu pierna, decía, o sobre tu brazo, algún beso furtivo que me hacía fundir. Bien sabes lo seguro que estaba de que todo funcionaría, pero he de confesar que me sentía agradablemente sorprendido por tu mirada y la extraña belleza de tu boca, cuyo recuerdo perdura en mi memoria y cuyo sabor impregna mis labios. Tus ojos me penetraban sin piedad, me desnudaban y me poseían, mientras tus labios me tentaban, me seducían y me juraban cuánto habían de besarme.
La breve escapada en busca del restaurant, la mesa en un lugar simpático que recordaré siempre, las almejas que sufriste por mi culpa, mi desfachatez sorbiendo almejas vivas ante tu atenta mirada, como una especie de aviso a navegantAs, quien avisa no es traidor, mira cómo las gasto, prepárate porque tendrás el mismo final, te voy a comer, te voy a hacer mía, te voy a tomar, a comer, sorber, beber... como una almeja entre mis dedos, sometida a mis labios. Los chipironcitos pasaron, en el rodaballo nos anclamos, nuestras emociones y nuestros relatos personales íntimos acabaron con nuestro apetito, llegaron a lo más hondo de nuestras almas, en esos momentos compartimos mesa, palabra, dedos entrelazados, sensaciones y sentimientos. Recuerdo cuando me contabas cosas tan personales, se me hizo un traicionero nudo en la garganta. Supe que seríamos grandes amigos. En muy poco tiempo nos unimos, formamos un dúo, nos fuimos metiendo uno dentro del otro casi sin darnos cuenta, en un agradable fluir de nuestros sentimientos, de nuestros deseos y de nuestras sensaciones. Pobre rodaballo, ahí quedó... Y en esa mesa nació lo nuestro.
La habitación nos esperaba, alegre y risueña, con el mar de fondo y el sol en la cara. Y ahí te pedí el primer beso, echados sobre la cama, un beso largo, eterno, un beso dulce, mis manos sobre tu mejilla, mis caricias sobre tu cuerpo, en busca de tu piel bajo la ropa.
Desnudos… sin darnos cuenta nos desnudamos, recuerdo el placer de sentir cómo me desabrochabas la camisa, cómo pasaste tus manos por mi pecho, la grata sensación de ir quedando al descubierto... Un poco de penumbra, un ambiente íntimo y... ¿qué voy a decir? Hay cosas que no se pueden explicar porque no se las cree ni uno mismo. Mis labios sobre tus pechos, tus axilas, tu cuello, tus orejas, suaves mordiscos, rienda suelta al deseo. Los besos más salvajes, la codicia de tu piel, mi mirada sobre tu cuerpo, mi sexo dentro del tuyo, sin movernos, como el mar en calma de fuera, amando a la playa en silencio, sin espuma, una premonición de cómo iba a ser nuestro sexo. Recuerdo la sensación de entrar a amarte, de sentir cómo me envolvías con tu cuerpo, con tu sexo cálido. La penetración fué espléndida, una sensación como de alba, al salir el sol, un nuevo día, algo que nacía de este acto tan simple y tan complejo. La estimulación suave y minimalista de tu placer, hacer correr tus sensaciones casi sin tocarte, hacértelas sentir a través del deseo y de las palabras... casi sin tocarte, insisto, eso sería para más tarde.
Y después... sin darme cuenta empecé a realizar en tí todas mis fantasías, acumuladas durante meses, mis labios en tus ingles, en tus muslos, la lenta pero progresiva posesión, la locura del placer. Por fin estabas ahí, ELLE. Tus primeras sensaciones llenaban mi mente y mi cuerpo, mi placer estaba en el tuyo, sólo deseaba sentir vibrar tu cuerpo entre mis brazos que te inmovilizaban. Cuando me dí cuenta estabas enloquecida, poseída, ambos nos sentíamos felices de estar ahí, el uno del otro. Sé por qué fui a buscar tus rincones más íntimos y ocultos para darte el devastador placer del orgasmo salvaje y descontrolado, pero no sé por qué de repente me encontré con tu pie en mi boca, mi lengua recorriendo cada dedito, fue casi una violación. Te resistías a dejarme tu pie pero lo tomé sin permiso, y vencí tu resistencia, tu pudor, tu rubor: ahí fuiste mia, cuando te relajaste y me dejaste hacer algo que unos minutos antes no querías ni imaginar. Tu pie era tu persona, tu cuerpo y tu mente, y me lo entregaste. Enloquecedor. Vibrante. Aterciopelado. Húmedo. Mío. Nuestro. ¿O sencillamente te lo robé? Qué más da…
Lo demás... Sexo y besos, más besos, más besos, caricias, ducha, intimidades, cepillo de dientes, minibotellita de Moet, nuevos besos en tu boca y en tu sexo, nuevas caricias, otra violación dulce y tierna en territorio bélico, en tierra de nadie, zona prohibida, zona de minas, pero me arriesgo.
Varias horas después. No había manera de encontrar los calcetines, ni los calzoncillos ni las medias ni nada. No nos queríamos ir. Pero nos fuimos.
Cuando te di el último beso en tu calle y te dije adiós con la mano... dejé un trocito de mi en tu mirada y arranqué un pedacito de tí, me lo llevé furtivamente y lo tengo aquí, muy cerca, guardado en mi corazón. Te lo robé. Es mío, no pienso devolverlo.
Nos vamos a querer y vamos a ser grandes amigos y grandes amantes. Tendremos nuestro rincón de felicidad juntos. Estoy seguro.
No voy a releer este texto hasta pasadas unas horas. Lo he escrito casi de un tirón. No hay meditación ni retoque. Es tal como ha brotado, sincero y sencillo, como mereces. Tierno.
Del Capi, para ELLE.
Algún momento del año dos mil ocho.
Postdata: todas esas expresiones de cariño, amistad, cosas amables, dulces , tiernas y cálidas impropias del mundo del sexo de pago se han realizado. Pasados unos meses desde ese encuentro, ha habido otro y, sobre todo, hay un contacto casi permanente con muy poco sexo pero con un nivel de amistad y complicidad que jamás creí que llegaran a producirse.