Hacia años que ni uno sólo de los espectadores que estaban viendo una cinta permanecía pegado a sus asientos, supongo que quien la ve se queda prendado de su sencilla puesta escena, del amateurismo de sus protagonistas, de la combinación vital que impregna una cuidada selección de la potente música clandestina iraní. El desenlace es consecuente. Y te muestra esos avernos de la supervivencia, esas cloacas de la pillería y el más funesto y consecuente acto de uno mismo: luchar por la libertad.
Con el film de Bahman Ghobadi, Nadie sabe nada de gatos persas, el día de su estreno en la cartelera española me sucedió algo extraño.
Incluso cuando acabó hasta el último fotograma de sacudir ese docudrama de las gentes iranís, y cuando se encendieron los focos permanecí clavado en el butacón.
No saben nuestros jóvenes, ni nosotros mismos la fortuna de vivir en una sociedad que aunque aprete nos deja respirar y no nos juzga por la música que escuchamos, la prensa que leemos, la literatura que deglutamos, o las reuniones que celebramos para deleite de sentidos y lazos.
Imagino, que aquellos que vivieron la época del franquismo, ésta cinta les traerá recuerdos no demasiado agradables.
Memorable: la escena en el establo donde buscan el teclista de un grupo de heavy metal para la formación de su clandestino grupo, y poder llegar a Londres y cantar lo que de los adentros les escupe el alma.
En el Renoir Floridablanca, podéis verla en V.O.
Imprescindible para los soñadores, los realistas y los amantes del rock indie, y el cine de autor.