Me inicié con putas de puerto, entre olor a brea, gas-oil y pescado podrido. Mujeres a las que la vida dejó en la cuneta. Mujeres que peinaban canas desde niñas, tal debió ser su sufrimiento.
Surcaban sus rostros profundas arrugas, meandros erosionados por el llanto sordo y continuo de quien extravió la esperanza, justo al nacer. Eran mujeres hechas con cuatro zancadas y niñez perdida en sueños de media litera o camastro de pensión.
Tenían la mirada opaca, propia de quien no esperaba del futuro más que el devenir de mañana.
Ninguna de ellas alcanzaba a recordar cuándo sus caderas perdieron la tersura de la pubertad. En qué momento efímero sus pechos juveniles dejaron de ser atractivos, para amanecer surcados de estrías.
Eran tiernas.
Podías esperar de ellas un desplante, un grito seco o un susurro de socorro que apenas se alcanzaba a oir. Sin embargo recordaban cómo se debía sonreir. Su gracejo burdo las permitía, con suerte, dormir entre sábanas limpias...de raso, de satén o de capa si fuera preciso...pero limpias.
Rondaban las "fuentes de soda" de puertos sin "caché", en donde hombres descoloridos pagaban las cuentas de errores pasados.
....sombras de pasos ligeros
entre dársenas de descarga
y muelles pesqueros..........
Con suerte encontraban alguno que se compadecía y al que podían sacar un plato caliente, ropa de mercadillo y joyería barata.
Todas se esforzaban por alargar la cita hasta lo imposible para evitar despertar del sueño de sentirse mujeres, deseadas y, quien sabe, incluso amadas.
- ¿Te veré mañana?
- Quizás, quizás.
Recuerdo con especial ternura a Mariela y Josa. Mariela era fea y Josa peor que eso. Sin embargo esta última tenía un cuerpo eterno y una sonrisa perenne. Coincidí con las dos cuando los últimos estertores del Carnaval de Río ¿o era de Santos?, a mediados de los 80 y en medio de la Plaza Maçoas. Nunca sabré su fuí cazado o traicionado por mi testosterona. Lo cierto es que le exprimimos hasta el último segundo a mi última noche en puerto.
Bailamos los tres al ritmo de samba y reimos y soñamos. De madrugada ya, reposados nuestros sudados cuerpos entorno a una mesa descasada, compartimos misterior y alcohol. Entre sorbo y sorbo creí apurar mi juventud.
¡Eran tan tiernas!
Con los primeros rayos de sol Mariela nos dejó. No diré que me fui a pasear por la playa, aunque lo hubiera deseado. Josa puso su mano sobre la mía y me susurró que iba al lavabo. No hizo falta más. Al poco, en un retrete inmundo de un tugurio de puerto, hice el amor como tardaría años en sentir. No pasó mucho tiempo hasta que un postrero beso señaló el final y me apresté a seguir el ritual de cada puerto. Vacié mis bolsillos del dinero que ya no iba a necesitar. Miles de cruzeiros llenaron las manos juntas de Josa...las ganancias quizás de uno o dos meses se apretaban entre sus dedos, pero no recibí ni las gracias, ni una sonrisa a cambio...ella sabía bien que su sueño había terminado.
Dedico este relato breve a todas las putas de los puertos del mundo, que me permitieron entrar en sus vidas, que me dieron lo poco que tenían y a las que nunca correspondí. Este relato va por Josa, que jamás me leerá, y por su cuerpo eterno y su sonrisa perenne.
Saludos.
P.d.: Con los años alcancé a olvidar sus rostros, pero sigo sintiendo el peso de sus esperanzas defraudadas.