Iniciado por
cipoton @ Miercoles Dec 05, 2007 10:45 pm
Transcribo aquí un artículo de la Vanguardia de hoy en el que realata la periodista Joana Bonet la explotación sexual que padecen muchas chicas.
Esclavas
En jornadas de
hasta once horas
el fin de semana,
una esclava sexual
genera una media
de 9.000 euros
al mes
Nunca me podría pasar algo así”, pensaba Irina
cuando veía en la televisión rumana reportajes
sobre el tráfico de mujeres forzadas
a ejercer la prostitución en régimen de
esclavitud. Era buena estudiante, se llevaba bien con
su familia que, a pesar de las dentelladas de la vida,
mantenía el tipo. Pero Irina quería más. Y un día, su
novio, aquel que parecía tenerlo todo, incluido un lado
oscuro, le propuso un viaje a España para trabajar en
un restaurante. Lo que sigue es una historia de terror.
“Aquí has venido a ejercer la prostitución” o “en español
debes decir: ¿quieres follarme?”. La mayoría de las
historias sobre tráfico de mujeres se inicia con un abuso
de confianza. Una prima, el novio o un amigo de la
familia son los portavoces de un futuro radiante que
incluye billete de avión y la promesa de un lugar en el
mundo. Imagino el momento en que se abrazan, el choque
entre el engaño y la avaricia de uno y la ingenua
esperanza de la otra, que ya cree acariciar la suerte en
un país donde supone que todos los hombres son toreros
y las mujeres se visten con lunares, como cuenta
uno de los testimonios del documental
, dirigido por Mabel Lozano
y producido por New Atlantis. En los últimos años
en España han aumentado los casos de explotación
sexual. Unas 350.000 mujeres, según cifras de la policía,
800.000 según el Proyecto Esperanza, caen al año
en estas mafias.
Según el Código Penal, la pena máxima de cárcel
por tráfico de drogas es de 20 años, mientras que las
penas por un delito de trata de esclavas con fines de
explotación sexual van de los cinco a los diez años
–que en la práctica acostumbran a ser entre dos y cuatro
–. Que la máxima penalización por explotación
sexual se acerque a la pena mínima por tráfico de estupefacientes
ha animado
a muchas mafias a
cambiar el negocio, de
las bolas de cocaína a
la carne de mujer. Las
bandas del Este son
más violentas que las
latinas, dicen los expertos,
y muy pocas mujeres
pueden escapar del
cuarto sombrío cerrado
con doble llave, obligadas
a acostarse con
cuarenta hombres al
día, como el personaje que interpreta Emma Thompson
en un vídeo de denuncia que se exhibe estos días.
En jornadas de hasta once horas los fines de semana,
una esclava sexual genera una media de 9.000 euros al
mes, el segundo negocio más lucrativo del mundo después
del tráfico de drogas, según la ONU: 300.000 millones
de dólares al año.
Asistimos a un genocidio que carece de visibilidad.
Las connotaciones morales que implica la prostitución,
aún forzada, son capaces de estrangular el futuro:
mujeres víctimas, con las carnes maceradas, se convierten
en sospechosas a pesar de la tragedia que cargan.
“Los clientes deberían interesarse por la situación de
las mujeres, antes de disfrutar de ellas”, dice un agente
de la policía en el documental a partir de la presunta
moralidad que significa preguntarse a qué precio se satisface
un capricho. Muchas secuestradas denuncian
su situación a los hombres con quienes son obligadas a
acostarse. “Me miran con ternura y vuelven otro día”,
dice un testimonio.
Por fin el Gobierno tramita un Plan de Acción Nacional
contra la Trata. Desde la Moncloa se anuncia que
se espera tramitar el proyecto antes de terminar la
legislatura, pero España sigue sin firmar el convenio
europeo contra la trata de seres humanos, aprobado en
el 2005 y suscrito por treinta y tres países, para blindar
los movimientos de las mafias. La culpa –parece una
broma pero no lo es– la tiene Gibraltar. “Un problema
de autoridades competentes que a España le impide
ratificar o firmar el tratado, si bien nuestro país se
encuentra en negociaciones con el Reino Unido para
resolver el asunto”, me informa un portavoz del Ministerio
de Asuntos Exteriores. Ya se sabe, las cosas
de palacio...