Iniciado por
Oliba
Hay un caso específico donde si me sucede sí que obro mal seguro. Cada vez con mayor frecuencia observo prostitutas que, en definitiva, y por variados motivos pero siempre con ciertas comunes connotaciones, odian visceralmente a los clientes. Aunque lo disimulen con interpretaciones que rayan la perfección y la pastelería, lo cuál las hace todavía más peligrosas. Odian a los clientes porque son hombres, y ellas realmente se sienten atraídas por su mismo sexo (consecuencia probable del mismo rechazo al cliente, en un bucle sin fin) pero están obligadas a tener sexo con ellos, y, sobre todo, porque son, los clientes, los causantes de que deban ejercer un trabajo que odian. Otro bucle sin fin. Aquí se rompen todas las reglas de una relación comercial, en cuanto el que percibe la prestación dineraria acaba deseando morder y muerde la mano de quien se la entrega. Y cómo ésto es un acto de comercio, con sus cosas, pero comercio al fin y al cabo, la demonización del cliente cómo causante de todos los males es inaceptable.
Si a comportamientos así (son proyecciones freudianas, tampoco he descubierto nada nuevo) se añaden mezquinos mecanismos (envidia, codicia, chantaje...) nos encontramos frente a elementos que debieran desaparecer del ejercicio, para el bien de todos y, sobre todo, de todas. Sobre todo porque es fácil aplicar refranes, es muy latino y lo soy, lo somos, y pensar en cómo un hermoso cesto de manzanas lozanas puede podrirse con sólo una en pestilente descomposición.