Erase una vez un cerdo
cuyo amo no dormía
por saber si aquel vivía
de su vida satisfecho.
Andaba el hombre al acecho
por conservarle la calma.
Un cobertizo de palma,
construyó sobre el corral y
en la pocilga, un pozal
lleno de frutas maduras.
Se dijo el cerdo: No hay dudas
de que este señor me quiere,
en lo que a mi se refiere
se esmera como un esclavo.
!Vaya cerdo afortunado!
!Que vida tan dulce tienes!
Mas llegaron días breves
en que la gente cantaba y
mucho se alborozaba,
entre cuerdas y panderos.
Se vino el hombre al chiquero,
donde su cerdo dormía y
sin pena, ni alegría,
le abria de un tajo el garguero.
Que sirva este cuento mero
de lección a quien no entiende,
que son pocos los que tienden
su mano por amistad.
No todo lo que se da, se da
por amor al vulgo.
A veces, se trae oculto
el filo de la maldad.