“¡Desde aquí puedo oler tu coño!”. Éste era el lapidario piropo que le soltaba Miggs, compañero de cárcel de Hannibal Lecter, a la atractiva agente del FBI Clarice Sterling en El silencio de los corderos. El psicólogo caníbal, que siempre fue más fino, añadía: “Yo no puedo olerlo, pero sé que usas crema Evian y a veces te pones L’Air du Temps, aunque no hoy”.

Psicopatías aparte, lo cierto es que en un mundo sobrecivilizado como el nuestro, se infravalora la importancia sexual del olfato, que, sepultado por la cosmética, ha perdido su poder en beneficio de la vista, del tacto y otros sentidos más obvios.

Pero, cuando el calor aprieta, el sudor corre, las feromonas vuelan y el olor recupera su reinado, aunque sólo sea durante un par de meses y apenas nos demos cuenta: para bien y para mal, los efectos que el olor de cuerpos ajenos provoca en nuestros cuerpos son irreprimibles y automáticos.

Podemos taparnos los ojos, pero no dejar de oler y el efecto de lo esnifado va directamente al cerebro, al corazón... y a la entrepierna.

La "copulina" y sus amigas
Las feromonas, por su parte, son sustancias químicas que el cuerpo despide para atraer sexualmente a miembros de su especie. No hay que confundirlas con el olor “normal” (que afecta al sistema nervioso, sistema límbico y amígdalas), porque las feromonas actúan sobre el bulbo olfatorio secundario, el órgano vomeronasal, la amígdala y el hipotálamo. La reina de las feromonas es, sin duda, la “copulina”, una feromona secretada por las mujeres durante la ovulación que, al parecer, vuelve locos a los hombres, disparando sus niveles de testosterona. La “copulina” fue descubierta por la científica vienesa Astrid Jutte.

El flujo de copulina y de otras feromonas se produce, sobre todo, durante el ritual olfativo fundamental para ambos sexos: los dos besos. En este acto tan cotidiano, se intercambia gran cantidad de información genética: desde ese momento, nuestro instinto y el de la persona que hemos besado saben el grado de histocompatibilidad que existe, es decir, si los sistemas inmunológicos son compatibles para engendrar hijos sanos y longevos. Esto explicaría frases como: “No sé que me pasó, ya sé que no es mi tipo pero me puso a cien y no pude evitar irme con él/ella”.

Juegos nasales
El ofateo como forma de intercambio de información se remonta a la Edad Media, en la que no existía el beso “boca a boca” pero sí el beso “de nariz”, que consistía en juntar la nariz y la boca con la mejilla de la persona amada para inspirar profundamente su aroma. La tradición del beso nasal se conserva en ciertos pueblos chinos y neozelandeses. Los amantes indios y malayos, por su parte, se abrazan inspirándose profundamente unos a otros, y en Mongolia el saludo esencial al encontrarse y despedirse no es el beso, sino olerse. Más lejos aún llegan ciertas tribus guineanas y australianas, que consideran oler el sudor ajeno, recogiéndolo de la axila y frotándoselo por el pecho, como un rito de amistad.

De vuelta en el mundo moderno, nos encontramos con un estudio realizado en la Universidad de Berna (Suiza), donde se pidió a las estudiantes femeninas que “esnifaran” camisetas sudadas por hombres y las clasificaran por lo placentero de sus olores. El resultado fue que las mujeres encontraron más excitante el olor de hombres con un código de feromonas distinto al suyo… menos las que tomaban la píldora, que preferían el olor de feromonas del mismo tipo que el suyo.

En este sentido, es interesante la reciente tesis elaborada por la doctora Ingelore Ebberfeld, de la Universidad de Bremen (Alemania), en la que casi el 50% de los entrevistados reconocieron sentirse excitados por el olor de sus parejas, aunque sólo una minoría de fetichistas (8% masculinos y 5% femeninos) reconocieron oler las prendas íntimas de sus amantes para ponerse a tono.

Feromonas de marca

En cuanto a los olores que más excitan a ambos sexos, los fabricantes de perfume se llevarían un pequeño chasco, porque el 48’4% se calienta con el olor corporal sin perfumes, frente a un 45’8% que prefiere la mezcla del aroma natural mezclado con alguna fragancia sintética. Tal vez por eso, las grandes marcas de cosmética han cargado con feromonas artificiales algunos de sus mejores perfumes: ahí están Cocó Mademoisele de Chanel, Poison de Yves Saint Lauren o CK One de Calvin Klein que, al parecer, vuelven locos a los hombres que las olfatean.

Como dice la fisióloga Norma McCoy, de la Universidad de San Francisco, “la fórmula de feromonas sintéticas, aplicada de manera tópica, aumenta el atractivo femenino ante los hombres. La mujer que exuda estas sustancias es, aparentemente y en el plano carnal, mucho más atractiva y, por consiguiente, los varones están más dispuestos a tener relaciones con ella”. No es, de ningún modo, algo nuevo: los egipcios ya fabricaban perfumes afrodisíacos con sudor de hombres “vigorosos”.

Las marcas de perfume también han echado mano de celebrities para dar una imagen sexual a sus productos, de forma que parezca que, si alguien los usa, olerá parecido a su estrella favorita y tendrá tanto éxito dentro y fuera de la cama como ella. Por eso, se venden como churros los perfumes de Beyoncé, Britney, Antonio Banderas, Sarah Jessica Parker, Shania Twain, Jennifer Lopez, Naomi Campbell, Maria Sharapova, Gwen Stefani, Kylie Minogue, los Beckham, Paris Hilton, las gemelas Olsen, Celine Dion o Hilary Duff. Lamentablemente, estos perfumes están decorados con la imagen de las celebrities, pero no contienen sus feromonas.

La mujer se excita con los "perjúmenes" post coitum
Pero, por más que se esfuercen, las firmas de cosmética tienen la batalla perdida con la naturaleza. Porque, más que una ayuda, cremitas, desodorantes, perfumes, geles y jabones son todo un obstáculo para el intercambio de información sexual olfativa.

La pituitaria humana, prefiere disfrutar del olor corporal sin trampa ni cartón, hasta el punto que, según la encuesta de Ebberfeld, el 23’1% de las personas se excitan con el olor de las axilas, el 21’3% con el aroma del pecho, el 16% con el aliento y el 31’9% con los efluvios del pene y el 43’4% con los de la vagina. El olor del culo, por el contrario, sólo excita al 3’7% de las personas y el perfume post coitum sólo a las mujeres que, en un 26% reconocen sentirse muy excitadas con la mezcla de aromas que caracteriza la consumación de un acto sexual. El 8’8% opta por otros olores corporales, entre los que destacaría, por su éxito e intensidad, el de los pies.

En cuanto a los gays y las lesbianas, según estudios de Charles Wysocki y Yolanda Martins, del Centro Monell de Sentidos de Filadelfia (Pensilvania), poseen una percepción muy distinta de los olores ajenos. Mientras las lesbianas reaccionan ante las feromonas masculinas y femeninas de forma más parecida a los varones heteros, los gays se sienten más atraídos por el perfume de mujeres y hombres heterosexuales que por aquellos de su propia opción sexual.


En definitiva, que, aunque no lo parezca, la nariz es uno de nuestros órganos sexuales más importantes. Muy conveniente sería recuperar el rito nupcial de Bohemia que data del siglo XIX, según el cual los novios tenían que pasar toda una noche entera sólo para olerse mutuamente. Y, ya que estamos, rescatar del olvido aquella canción de Los de Palacagüina que decía así: “Son tus perjúmenes, mujer, los que me sulibellan, los que me sulibellan, son tus perjúmenes, mujer…”






(recuperado de ADN.es)