Soy un putero casado, como alguno de vosotros. Y tengo un problema, mi mujer me conoce tanto como para leer en mi mirada lo que pienso.
Siempre me he preguntado si el resto de este colectivo, el de los puteros casados tienen alguna habilidad, de la que yo carezco, que les permite controlar la mirada de su mujer cuando llegas a casa con cara tonto, recién duchado cuando hace doce horas que has salido de casa y, teóricamente, has estado trabajando. Si tienen la capacidad de controlar su idioma gestual, su mirada, su conversación. Si saben dar el punto justo de explicaciones para no ser excesivamente parco o intentar justificarse tanto como para que se les vea el latón. O si realmente, a pesar de la convivencia, no se conocen lo suficiente como para detectar esa mirada huidiza, esa inseguridad en si las velas aromáticas han impregnado con su olor la ropa, si al decir adiós y darte dos besos con la escort no habrá quedado algún cabello...
A veces me pregunto si no será que la mayoría de esas esposas optan por otorgar y callar. De, si quieren a su pareja, sufrir en silencio. De si se han acostumbrado, si es que les da igual, si es que nunca se han conocido lo suficiente como para saber que piensa el otro, si es que lo aguantan porque económicamente les interesa, si es que ellas ya han montado su vida por otros derroteros...
Lo que me hace escribir esa hierba que me regaló Gerundio... Dos petas y me vuelvo filosófico. Cuando me fume el tercero, os explico cuales son los gestos con los que se descubre que te están diciendo una mentira. Os aseguro, que aún sabiéndolo, quien te conoce, te pilla.