Hace algunos años, cuando me dedicaba en el despacho a los cambalaches municipales, vino a visitarme Francisca, “la Francisca” para los allegados y “la Paca” para los íntimos, cuyo aspecto era el vivo retrato de Rafaela Aparicio, más joven y prieta de carnes. Su vivo retrato.
Mujer muy trabajadora, de esas que se calzan una familia numerosa y solas consiguen sacarla adelante, me planteó un grave problema. Resulta que había conseguido un puesto de carnicera en el mercado municipal, de forma levemente irregular, un traspaso y sus derechos, nada grave, pero si lo suficiente para que el Ayuntamiento se interesara y estuviera tocándole el moño. Y a la Paca, soy de los íntimos, solo le toca el moño su marido, y todos suponemos que el casi ídem, también.
Resolví el asunto con éxito y regularicé la situación. Eso sí, para justificar la factura, le di una larga explicación, detallándole complejos principios jurídicos, remontándome a la época de los romanos y el “ius públicus”, los mercados y abastos y sus concesiones administrativas, la “demanio publica” y tan compleja explicación que, hasta yo mismo, me perdí varias veces en la disertación y como había tirado de agenda y las miles de personas muy importantes que conozco.
Abonó lo estipulado y al abandonar el despacho, con la cara más satisfecha que haber vendido tripas a precio de solomillo de buey, exclamó: “¡Don Gerundio, usted sí que es un señor! Un señor importante y muy bien relacionado.”
Y desde entonces, visito la parada de la Paca, famosa en toda la provincia por vender un solomillo de buey, has leído bien, de buey, que no he encontrado en otros más afamados mercados. Tierno, jugoso, consistente. Único. Único. El solomillo de buey de la carnicería de la Paca es exclusivo.
Siempre el mismo ritual. Cada sábado, religiosamente. Llego al puesto, saludo a la Paca. Intercambiamos la misma conversación banal. Si alguno o alguna osa protestar por saltarme la cola, la Paca recrimina, con la cara inyectada en sangre: “¡Don Gerundio no tiene espera! Ha de atender importantes asuntos” Y sin más, libra mi pedido, tres piezas de solomillo de buey, sobre el kilo de peso. E idéntico ritual a la hora de pagar. Llevo la mano a la cartera y la Paca, ya sin mi sorpresa, rechaza el pago con lo que ya es toda una sentencia: “Don Gerundio, aquí no vale su dinero. Las cuentas, en su día”.
Y ha llegado la hora. La Paca vino ayer al despacho a saldar cuentas. Y aunque no entendía absolutamente nada de lo que me contó, me veo obligado a actuar. Si liquido a la Paca lo que le debo, ella solita levanta el concurso de acreedores de Martín Fadesa. Os lo cuento por si alguno de vosotros entiende algo y puede ayudarme.
Resulta que la Paca, con cara descompuesta, llorosa, gimoteando, con lágrima y moco fácil, me ha contado que desde hace días pende sobre todos nosotros una tragedia nacional de la que no nos recuperaremos. Que su hija, que no es su hija pero como si lo “furiera o furiese”, porque la quiere tanto o más que su hija, la niña de sus ojos y entretelas, que solo lucha por su hija, es decir, por la nieta de la Paca pero que, por los antecedentes, tampoco es su nieta pero como si lo “furiera o furiese”, unos señores de Madrid se la quieren quitar.
Que la hija y nieta que tanto quiere pero que no lo son pero como si lo “furieran o furiesen” solo luchan por lo que es suyo. Que es una tragedia nacional y que no hay derecho. Que hay que luchar por una madre y su hija. Que parece ser que hay unas denuncias presentadas ante la Fiscalía de Menores (la Paca, indignada, no entiende como este asunto lo lleva una fiscalía de menores cuando debería ser, por su importancia, de mayores) y quieren apartar a su hija que no lo es de su nieta, que tampoco. Y todo, fíjese Ud., Don Gerundio, por defender sus derechos en televisión. ¡Que es una luchadora! ¡Que solo lucha como buena madre por el pan y el pollo de su hija cuyo padre niega! ¡Que es una pobre víctima del machismo, que bien lo sabe ella que ha sacado sola a sus seis hijos en sus actuales tres carnicerías!” Una venganza, Don Gerundio, una asquerosa venganza. Y todo ello llorando como una descosida. Nunca había visto, os lo juro, a una Paca tan sufrida, y os aseguro que de tragos malos y amargos la pobre mujer ha pasado muchos.
Y entonces, en ese momento, ha sentenciado: “Don Gerundio, me ha de ayudar. Usted conoce a mucha gente. Usted me salvó en su día en un complejo caso que casi me arruina, el caso y Ud. Y necesito, como mínimo, cinco mil mails de adhesión a la causa. Ayúdeme, Don Gerundio, se trata de una madre y su hija, nunca le he pedido nada”.
Le he explicado que yo no me dedico a los asuntos de familia. Y que solo conozco un sitio donde conseguir tantas firmas, pero por ahí todos son unos canallas, aunque también gustan de la carne, eso sí, muy tierna. Y que como lo haga me pondrán de vuelta y media.
“Si no me ayuda, Don Gerundio, aclararemos cuentas y no solo eso, adelgazaremos solomillos”. “No me diga eso, Paca, no me lo diga, soy su seguro servidor”.
Y aquí me tenéis. Le he pedido datos sobre este asunto. La madre se llama Belén Esteban y la hija responde por el nombre de Andreita. Hay que remitir un mail a la dirección belenyandreitajuntas@telecinco.es con el texto “No sin mi hija” (eso me suena de algo) y como referencia poned “De parte de Gerundio y La Francisca” además de vuestros datos.
Sé que sois unos canallas y pasareis del dolor de una madre y su hija. Seguro que no la conocéis y os importa un bledo. Sé que pensareis que os estoy tomando el pelo. Pero todo lo que os cuento es cierto. ¡No me dejéis sin mis solomillos, cabrones! ¡No sin mis solomillos! De buey, por cierto.