Bueno, que no decaiga el hilo chorra.
Berlin, Isla de los Museos. Finales del verano, hace menos de un año.
Después de muchas ocasiones frustradas, enésima intentona, esta vez coronada por el éxito, para poder intercambiar miradas con la tuerta más hermosa de la historia, con permiso de Ana de Éboli.
Nefertiti… pero no os voy a hablar de ella, sino de lo inesperado, por desconocido, que encontré:
En la sala precedente, las vitrinas muestran una colección de máscaras de yeso, obtenidas aplicando directamente la escayola sobre los rostros, descubiertas en el mismo yacimiento, el taller del escultor Tutmosis en Amarna, la capital herética de Akenaton y Nefertiti.
Son modelos del natural, de personas reales, que no de Reales Personas. Son niños, jóvenes, viejos, enfermos. Se hacen patentes los defectos, enfermedades, tristeza, desnutrición… incluso alguna sonrisa inocente. No hay patinas ennoblecedoras, no hay defectos ocultos, ni perfiles estilizados hasta la perfección imposible. No son retratos en venta, porque nadie iba a comprarles. No anuncian el Photoshop (y los de Adobe todavía creen haber inventado algo!). Son rostros ajenos a la historia pero que fueron sus históricos protagonistas. Es mi primer, y seguramente único e irrepetible, contacto con el verdadero Egipto Clásico.
Protagonista absoluta: Doña vista. Don Escucha cree oír niños lanzando piedras en el Nilo y Don Olfato huele a trigo recién segado. Don Gusto traga saliva mientras que Don Tacto intenta participar y sólo encuentra un cristal frío y la mirada recriminatoria de un ario en uniforme.
El rostro del niño flaco y enfermizo, a pesar de todo, a pesar de la caricia frustrada y la aburrida compañía del pálido, que no cándido, guarda, continúa sonriendo. Desde hace casi 3.400 años.
Fantástico.