El estigma del caballero
No se porque razón, quizás porque fluí educado por mi madre, ya que mi padre trabajaba por cuenta ajena y llegaba tarde a casa, mientras que mi madre estaba todo el día en casa (trabajando, no estropeemos el tema, en llevar una casa). O quizás por una educación jesuítica donde pasaron de convertirnos en soldados de Cristo a aprender a cuestionarlo todo. Lo cierto es que mis mayores pretendieron hacer de mi un caballero (No voy a describir tan dilatado término).
Vanidosamente acepto esta palabra cuando la utilizan para referirse a mí.
Aceptemos que pudiera ser yo un caballero y por favor quien quiera cuestionarlo que lo haga en otro hilo para no desvirtuar este.
Teóricamente un caballero actúa siempre adecuadamente siguiendo unos ideales reconocidos como correctos.
En la literatura, los caballeros son los buenos, los que se casan con la chica, los que triunfan al final aunque se hayan dejado la vida en el empeño.
Dejemos el término y aceptemos las premisas.
Existen individuos cuyas conductas están lejos de la caballerosidad, y que un caballero consideraría indignas. Sin embargo, estos bribones con sus travesuras y sus perfidias son los que se acuestan con la chica, Tras hacerle alguna jugarreta a la chica esta sigue prendada de ellos, lo que le permite repetir jugarretas más veces y con más chicas, Y las chicas siguen prefiriéndolos a los caballeros.
En su libro “Estudios sobre el amor”, Ortega y Gasset ya decía que a las mujeres les gustaba sufrir y que las atormenten. Quizás tenga razón y esta es la jugada que no se nos enseña a los caballeros.
Quizás nos deberían haber enseñado a ser un poco hijoputas para poder triunfar con una mujer de vez en cuando.
Recuerdo en mi época universitaria, una amiga mía que tenía cierta re-puta-ción, como que se había tirado a media clase de su facultad y ella alardeaba de ello. Un día estaba yo con ella a punto de caramelo y cuando fui a quitar el envoltorio me dijo.
“No contigo no” me gustas así.
Ese día me falto la lección.