¡Esta educación judeo cristiana! Por mucho que uno lo intenta no consigue desprenderse de la idea: el sexo es pecado. Tantos años, tantos siglos, tantos curas martilleando y en nuestra época más tierna que, al final, queda grabado en la conciencia. A fuego, nunca mejor dicho, atendiendo a los calores que nos entran.
Pero aquí está Gerundio Pluscuamperfecto, catedrático de la Universidad de Belgrado, para despejar el problema, pues por edad y oficio, antaño Cardenal de Cuenca, participé en el Concilio de Trento, luz y martillo de herejes, en el que entre otras cuestiones se abordó el asunto que ahora trato.
Os cuento como yo y otros cardenales llegamos a la conclusión, más interés que despeje de la ecuación, de que el sexo es pecado. Por la época de la que os hablo, sobre el 1545 de nuestra era, follar, lo que se dice follar bien y con gusto, solo lo hacíamos cuatro, la nobleza, la curia y, por excepción, algún que otro cara dura, llamado trovador en la literatura. ¡Y como disfrutábamos! ¡No había nada igual! Porque por aquello de salvar almas en un mundo inculto, aprovechábamos para disfrutar de la carne. De ahí nuestro gusto por las piernas de cordera, al punto, es decir, jovencitas, dulces y tiernas. Otra cosa es procrear, pues nosotros lo tenemos prohibido salvo los inevitables descuidos. Y aún eso regulamos. Que a nosotros la ignorancia nunca nos ha limitado y, menos, preocupado.
Lo teníamos claro, no hay mayor placer terrenal que el follar y más en aquellos tiempos en los que, como alternativa de diversión, solo existía la caza. ¡Y como comparar el fornicio con una bella zagala a darse de mamporros por el monte, persiguiendo a una mísera cabra, cuyo único mérito reside en valorarla por sus cuernos! ¡Qué diferencia de trato con los que portan los humanos!
Aquí radicaba nuestro problema. Porque es sabido que en materia de confesiones hemos de competir. ¿Y cómo hacerlo con otras religiones, especialmente la musulmana que, por aquellos tiempos, nos hacía la competencia no solo en lo espiritual sino también en lo terrenal? Los jodidos sarracenos andaban revueltos y de conquista, y con eso de que en su cielo había siete vírgenes para cada tipo muerto en su santa guerra, cualquiera les hablaba de lo nuestro. Competir con salmos, rezos, arpas, florecillas y canticos frente a siete tiernos sexos es harto difícil, que por aquella época, aunque no se había inventado el marketing, tontos, los que se dice tontos, no éramos. Y en estas cuestiones, menos. Ni nosotros ni ellos.
Así que buscamos una solución. Hubo un cardenal que opinó que si los musulmanes ofertaban siete vírgenes, nosotros diez y, además, suecas. Suave fue la disputa, pues nadie creyó la existencia de tanta virgen, sobre todo de esa procedencia. Nuestro cardenal en Brasil (su puesto nos lo disputábamos todos en atención a la parroquia) no opinó, viéndole el gesto escéptico del rostro daba por cerrada la cuestión. Otro cardenal señaló que podíamos competir en técnica e indicar que en nuestro cielo, a diferencia del de ellos, el idioma universal era el francés. Pero que os voy a contar, en Trento pasó lo que en este foro, no nos pusimos de acuerdo: unos que si salivado, otros que profundo, otros que si lento, otros que si cálido, otros que nada de francés que debía llamarse “romano”, en atención a la sede social de nuestra peculiar empresa, otros…………….. en fin, no hubo trato ni concierto. Y es que en el Concilio, como en el foro, cada uno por su lado.
El más viejo de los cardenales, eso sí es ser viejo, sugirió una idea que fue ampliamente discutida: si entras en el cielo por cumplir en vida con lo que prohibimos en la tierra, te crecerá el pene 30 centímetros. No era mala idea, no, sabedores del predicamento que entre la población masculina tiene el argumento y las fantasías femeninas por ello. A mí me gustó, en mi caso totalizaba 32 centímetros, eso sí, lástima, en el cielo, no me hubiera importado que fueran unos 10 menos, pero con los pies en el suelo. Pero entraron al contra ataque los cardenales quisquillosos y puristas. ¿Para que un trasto de ese tamaño si en el cielo no hay fornicio? Y los o-ene-gistas, todos ellos unos progresistas, señalaron que con ello perderíamos a los negros, de los que se sospechaba que tenían alma y envidiosos atributos, pues arrastrar 100 centímetros de pene por el cielo no es precisamente cómodo y estético, algo más propio del averno, parecería el cuerpo de bomberos, que eso no es pene sino manguera de apagar incendios. Nuevo argumento descartado.
Y con similares ideas nos pasamos así varios lustros. No encontrábamos solución. Hasta que di con el argumento que plantee en el Concilio. Pecado, pecado y pecado. Asunto fácil, si el cielo no puede competir con el fornicio, lo declaramos pecado. Ni fornicar en la tierra ni en el cielo, eso está prohibido salvo para procrear, eso sí, con cuidado, no mires a la santa esposa con ojos vidriosos o estarás perpetuamente condenado. Y con una ventaja por los tiempos, en aquella época no se conocía el caucho. ¡Y la idea gustó! Mucho, gustó mucho. Porque si ya la vida es triste, sin fornicio se convierte en pura pena por lo que, por poco que nos dé el cielo y lo mucho que cueste conseguirlo, eso siempre es un consuelo. Y al que no cumpla lo tildamos de hereje y, además, cerdo, que será casualidad pero es alimento prohibido a los moros y sarracenos. Ellos tendrán vírgenes, algo siempre sospechoso, pero nosotros el Jabugo, nada más gustoso y cierto. ¡Que no se diga que no hay consuelo!
Y os parecerá raro, pero desde entonces la idea ha prosperado. Y, además, como nosotros queríamos, todo el mundo dice cumplirla pero bien es sabido que el cristiano inteligente y resabiado, nosotros los cardenales, vive conforme a las historias del Viejo Testamento, un autentico libro verde y guarro, y se confiesa con las del Nuevo, un tostón de mucho cuidado. Lo que no es mal negocio atendiendo a cómo están los tiempos. Y las damas, las que sonríen sin tablero.
Seguro que os preguntáis ¿y de las mujeres que? Pues de las mujeres nada, absolutamente nada ¿qué es lo que íbamos a pensar? ¿O no sabéis que las mujeres en esa época eran seres sin alma y origen de todos los pecados? Como lo que decimos ahora y no hemos corregido, siendo por ello criticados. Menos mal que cuando mis feligreses me plantean el argumento yo cierro la discusión con un solemne “Todos somos hijos e hijas de dios, los vuestros y sobre todo los nuestros”, que eso siempre queda muy correcto. En mis adentros lo tengo claro, mis feligresas están mucho más buenas, eso sí, cristianamente hablando. Es que soy cardenal y eso, en el fornicio, es un grado. ¿O creéis que el aforismo “Bocatto di Cardinale” es porque a los del Concilio nos gusta aliñar las ensaladas con aceitunas y tomate?
Pues eso, lo que os digo, el sexo es pecado y no tocarlo. Haced caso de lo que predico y no de lo que hago, que os ganareis ……… os ganareis …… el cielo. ¡Como os envidio! Sabedor que he ganado el infierno una vez muerto, al menos intento vivir el cielo en vida. No es lo mismo, no es lo mismo, lo reconozco, lo mío es temporal y lo católico perpetuo, pero al menos me consuelo. Sólo nos diferencia que disfruto del fornicio. Y el ratito que dedico a ello. ¡Ojala fuera eterno! Pero a mis 86 años, cardenal y catedrático viejo ………… ya no puedo dedicarle todo el tiempo por mi falta de fuerzas, lo que me gustaría, para compensar el cielo. Entre nosotros, porque os aprecio, no digáis que este cardenal os engaña, ¡vaya eternidad de aburrimiento será lo vuestro!