4 de marzo de 2009.- Tengo la cabeza como un bombo. Y no hablo del tamaño, que también. Me refiero a la migraña espantosa que está atacándome mientras escribo estas líneas. Teniendo en cuenta el trasfondo sexual de este blog, suena como la típica excusa, ¿verdad? "Cariño, me duele la cabeza. Otro día". El problema es que aquí no puedo darme la vuelta y ponerme a planchar la oreja mientras pienso en mis cosas. O en la belleza de mi amante, por ejemplo. Porque, a ver, no nos engañemos. Detrás de muchas cefaleas continuadas y pre-coitales se esconden dobles vidas y desórdenes amorosos de todo tipo. Al menos eso es lo que suele afirmar el acerbo popular o los guionistas de 'Escenas de matrimonio'. Aunque bueno, como en tantas otras cosas, el pueblo en ocasiones mete la gamba hasta el fondo. Sea como sea, la jaqueca suele ser la excusa recurrente universal para evitar tener relaciones sexuales. Harina de otro costal es el dolor de cabeza que aparece durante el coito y que afecta, sobre todo, a hombres de mediana edad debido a problemas de tensión arterial o de exceso de peso. Ni que decir tiene que si son persistentes es necesario pasar una ITV cerebral. Por si las moscas.
Adopte la forma que adopte o las excusas que uno se invente, la apatía sexual es el pan nuestro de cada día en muchas parejas. A poco que te descuides, los años de convivencia con otra persona suelen llevar asociada cierta rutina en las relaciones sexuales que pueden llegar a dinamitar una pareja.
Dejando de lado la astenia primaveral, que está aquí, a la vuelta de la esquina, el estrés suele ser responsable directo de la ausencia de deseo sexual. Es muy fácil cargarle el muerto siempre al estrés (como el doctor House al lupus), especialmente cuando no se tiene claras las causas de una dolencia. Sin embargo, por lo que respecta al sexo, el estrés inhibe los niveles de testosterona, la hormona encargada de la libido en hombres y mujeres. Además, puede provocar en el hombre los terribles dolores de cabeza ya señalados en el anterior párrafo.
A los condicionantes externos habituales a la hora de propiciarnos un estrés de caballo (a saber: un jefe maravilloso, unos compañeros de trabajo tan majos como un sol, una hipoteca fantástica o la ausencia de todo lo mencionado), hay que sumar los que nos fabricamos nosotros solitos, especialmente cuando están relacionados con el sexo.
Para empezar, considerar el sexo como un peaje que hay que pagar para tener a la pareja contenta o como un examen que hay que pasar, suele ser el prolegómeno de grandes quebraderos de cabeza. En el caso de los chicos, las inseguridades y los complejos provocan que, al más mínimo problema, como una puntual disfunción eréctil, la situación adquiera tintes dramáticos y angustiosos para el afectado. Y de paso para su pareja. En el caso de muchas mujeres, el hecho de haber sido educadas en el no-deseo (o sea, que aunque tengas ganas, no es de buen tono demostrarlo) favorece cierta actitud de desapego respecto el acto sexual. Entre unas cosas y otras, puede llegar un momento en que el sexo se convierta en un trámite forzoso que se realiza de manera mecánica y, paradójicamente, hecho un manojo de nervios. Relativizar todos estos problemas y planteárselos con cierto distanciamiento suele ser la mejor manera de hacerles frente. Sin esconder la cabeza debajo del ala, por supuesto, y no sólo en el plano personal. También es necesario contar con la pareja a la hora de intentar resolverlos.
Ya se sabe que todos los manuales y terapias de pareja, a la hora de abordar el problema de la apatía sexual y el estrés, recomiendan 'no perder la chispa' o 'sorprender a la pareja'. Sin embargo, es innegable que malditas las ganas se tienen de disfrazarte de diablesa o llenar la casa de velas encendidas y poner un CD de música chill-out para terminar con el consabido sábado-sabadete. La mayoría de las veces es preferible irte a cenar fuera. A mí me suele funcionar, qué queréis que os diga. Dicen los entendidos que la mejor manera de conseguir un orgasmo es no desearlo. Lo mismo cabe decir de muchos episodios de apatía sexual. Lo peor estrategia para acabar con ellos consiste en obsesionarse.
Articulo de El Mundo.
Josep Tomas