Seudónimo: Esperando Confirmacion
En los tres años que llevo en este trabajo no he tenido dos días iguales ni los hombres con que he estado se han comportado de igual manera. A todos los conduces por un mismo camino y con una misma meta, sólo se establecen pequeñas variaciones según responden al guión que vas marcando, pero todos tienen alguna particularidad que los hace igualmente diferentes.
En la cita con Jaume, las primeras impresiones fueron muy positivas. Su voz era cálida, denotaba tranquilidad y resultaba sugerente. No mencionó para nada los temas pecuniarios, sólo quiso concretar los detalles de la cita y, al final, cuando le pregunté cómo quería que fuese el encuentro, me respondido convencido,
- Muy tierno. Es mi primera cita a escondidas y quiero que sea muy especial.
- Me parece bien y creo que podremos hacerlo interesante – fue mi respuesta a bote-pronto, quizás un poco sorprendida de la demanda tan franca y directa - ¿Tienes alguna fantasía? – quise recabar más pistas.
- ¿Fantasía? – se le notaba sorprendido – Sólo quiero estar contigo y disfrutar de lo que prometes en tu anuncio y lo que he visto en tus fotos.
-¿Cuáles te han gustado más?
- Estoy repasándolas ahora – parecía pensar – Y creo que las que estás en ropa interior y con la batita de seda. Quiero salir de un letargo de monotonía que me ha tenido dormido y despertar con tus besos y tus caricias a nuevas sensaciones.
Su elocuencia me gustaba y despertaba en mí curiosidad por ponerle cara a aquella voz que ya me arrullaba y dar cumplida respuesta a sus esperanzas.
En este caso Jaume me había dado unas primeras pistas prometedoras y así se demostró después, desde el primer saludo en la cafetería del hotel. Él me estaba esperando entretenido con un café y, en cuanto me vio llegar, acudió a mi encuentro para ofrecerme otro e irnos conociendo. Al verme sentada a su lado se le iluminó la cara y me acogió con simpatía,
- En persona superas tus mejores fotos – me dijo sonriente.
- Gracias - le respondí agradecida – Tú, sin embargo, estás encajando perfectamente en la imagen que me había hecho de ti. Quizás un poco más alto.
Yo era de buena estatura y Jaume me sobrepasaba media cabeza. Tenía el pelo más corto de lo que yo había imaginado con un corte perfecto y los pelos algo alborotados, lo que le daba un toque juvenil que acentuaba con su camisa por fuera de los pantalones. Su mirada era penetrante y, desde el primer momento, no podía apartarla de mí, con una sonrisa que me acariciaba.
A los dos nos pareció buena idea empezar a conocernos con una copa de cava por medio y así me enteré de su estancia en la ciudad por negocios donde iba a estar dos días más. Jaume era catalán pero residía en San Sebastián donde tenía una empresa de diseño industrial con otro socio. Y yo me presenté como la parisina desubicada que soy, combinando trabajos en el mundo de la moda con estos servicios de compañía.
- Oh, c’est bon – demostró su alegría por el hallazgo y sus conocimientos de mi lengua – J’aime les femmes françaises parce que c’est très normale les rencontrer a Biarritz, au côté de ma cité.
- Tu parles très bien le français – exclamé admirada - Ou est que tu l’a etudié?
- A l’école. Dans le Lycée Français.
- No es muy común encontrar españoles que lo hablen a la perfección, como tú – le respondí agradecida – El inglés, ahora, nos tiene esclavizados a todos.
Él asintió mientras me acercaba mi copa y me decía: “santé“.
A los pocos minutos, nos dirigimos al ascensor donde la proximidad y la camaradería que se había establecido entre nosotros me llevaron a acercarme hasta él y besarle en los labios. Si después de haber pasado las primeras pruebas por teléfono y en presencia, sus besos eran tan cálidos como prometían sus labios, el resto iba a ser una fiesta de sensaciones que nos iban a abocar a momentos sublimes de placer compartido.
La habitación estaba en penumbra por lo que Jaume me ofreció abrir más las cortinas, pero yo lo detuve. Ya me parecía bien aquella semioscuridad que invitaba al acercamiento mutuo. Jaume dejó mi bolso en el sofá y me estrechó entre sus brazos. Sus manos eran fuertes y se movían decididas entre mis caderas y mi espalda manteniéndome atrapada. Sus labios, carnosos, se cruzaron con los míos en un beso cálido e intenso a la vez.
Los primeros besos de tanteo se fueron haciendo cada vez más profundos mientas nuestros cuerpos se estremecían al contacto. Él me acogía entre sus brazos, después bajaba las manos y levantaba mi vestido acariciando mis piernas, estrujando mi culo que el tanga diminuto dejaba al descubierto y lentamente avanzaban hasta mi pubis introduciendo sus dedos por entre la tela para acariciar mi sexo. Al principio tan sólo los pelitos que siempre dejaba por encima de los labios externos, para después bajar hasta ellos y acariciarlos con suavidad, tan sólo rozándolos. Aunque su mano, aprisionada por la tela, bajaba y subía por mi sexo en un juego que me volvía loca.
Así estuvimos varios minutos, comiéndonos, besándonos, abrazándonos hasta que descubrí mis pechos para que él los besara. Después fue bajando sus labios por mi vientre y con la mano acarició de nuevo mi sexo.
Yo necesitaba sentirlo más íntimo por lo que me agache ante él y liberé su miembro de la opresión que soportaba para comérmelo. Su olor era una mezcla excitante del jabón de su última ducha con olor a sexo. Una mezcla que invitaba a olerlo, acariciarlo, saborearlo con deleite, descubriendo su glande, jugando con mis labios en su punta, en toda su largura y besando sus dos compañeros.
Jaume no podía contener sus muestras de excitación tanto en el miembro como en su cara que levantaba hacia el techo, suspirando, jadeando con la respiración contenida mientas me miraba suplicando que lo chupase de una vez.
Pero yo quería prolongar su excitación y ansiedad, verlo sufrir y gozar al mismo tiempo. Quería que su excitación y sus jadeos fuesen insufribles para él que lo sacasen de quicio. Él a veces me apartaba y se ayudaba para estar más enhiesto todavía. Descubría el glande retirando la piel con su mano y me restregaba la punta por los labios. Pero ni yo le dejaba introducirlo, ni él forzaba el juego.
Yo también notaba crecer mi excitación allí en cuclillas ante él y bajaba una mano para notar el tanga calado por delante y los labios por dentro empapados. Untaba mis dedos ligeramente en mi sexo y se los ofrecía a Jaume que los oliese, que los besase, que los acariciase en sus labios. Un juego de seducción y deseo que no había hecho más que empezar y nos estaba extasiando.
- Ven – me cogió de la mano y me posó sobre el sofá.
Enseguida, se arrodilló ante mí y descubrió mi sexo por uno de los lados del tanga y empezó a chuparlo con deleite, y, siguiendo mi juego, tan sólo por fuera. Acariciaba los labios, los besaba, jugaba con ellos. Bajaba por mi sexo muy lentamente mientras agarraba mis caderas y las acariciaba. Su lengua me recorría las ingles, llegaba hasta mi pubis y volvía a bajar por el otro lado. Se recreaba en este juego como si quisiese volverme loca, que lo desease en extremo.
Había aprendido de mí la tortura que le había aplicado antes y ahora él me devolvía a placer.
- Chúpame, chúpame - le suplicaba.
Pero nada, no conseguía que se apiadase de mí y me liberase de tales deseos. Trataba de apretar su cabeza contra mí, pero no conseguía que él chupase mi puntita más sensible que ya asomaba de su pequeño capuchón y debía estar tan roja como sentía mi cara.
Hasta que ya al final, cuando más desesperada y abandonada estaba, empezó a acariciarlo, a saborear sus jugos y hacerme vibrar entre ahogos y jadeos. Y en una sucesión interminable de pequeños contactos me llevó a explotar en su boca con unas convulsiones tremendas, cogiendo su cara para apartarla porque me volvía loca y no podía seguir un placer tan intenso. Al final conseguí cerrar mis piernas contra su cara y que él no pudiese acceder a mi sexo para dejar que los espasmos se espaciasen y volver a recuperar el resuello.
Él se reía satisfecho y se incorporó ante mí con su miembro enhiesto por lo que yo, en dos movimientos rápidos, dejé caer la ropa que llevaba desordena en mi cintura, me liberé del tanga y cogiendo una goma del bolso que estaba a nuestro lado se la enfundé con la boca y lo obligué a ponerse sobre mí en el borde del sofá y me introduje su miembro.
Mi sexo estaba todo mojado y lo acogió con facilidad. Mis piernas lo estrechaban por las caderas y no le dejaban que se entretuviese en juegos nuevos. Necesitaba sentirlo en lo más profundo de mis entrañas mientras mordía su cuello. Pero Jaume se acoplaba a mi ritmo y me seguía en aquel cabalgar desbocado. Pero, otras veces se detenía y me obligaba a parar mi alocado esfuerzo. Entonces iniciaba unos movimientos lentos dentro de mí, hacia el fondo, apretando alternativamente en cada lado, tocando con sus dedos mi puntita y haciéndome implorar que acabase de nuevo.
Pero jugó conmigo todo lo que quiso hasta que, en uno de aquellos envites, su serenidad se transformó en locura y me embistió de manera salvaje como si quisiera partirme en dos, maltratando mis adentros.
Yo estaba como loca, poseída, y, en vez de parar sus envites, lo animaba para que siguiese frenético hasta que al final,
- Oui, com ça. Com ça. – lo provocaba – Tu me fais souffrir, tu me fais jouir.
Juntos perdimos el control de todo aquello y Jaume no podo controlar ya sus movimientos que nos sobrepasaban a ambos, mientras él me mordía los labios y estrujaba mis caderas contra él para llegarme más adentro. Y me decía,
- Tu me mets un sauvage, tu me tues.
En ese juego salvaje ambos participábamos desbocados, incontrolados, hasta que todo nos llevó, a que él explotara junto a mí y a mí, a extasiarme con él de nuevo.
Qué intenso placer, sentir su calor en mi sexo, sus convulsiones, sus espasmos, sus jadeos, hasta que fueron decayendo lentamente mientras él se apoyaba en mi cuerpo y me tenía aprisionada contra el sofá sin querer deshacer el momento.
Juntos nos dejamos caer al suelo porque el sofá que había sido nuestro potro de tormentos, no era ya capaz de albergar nuestros cuerpos, sudorosos, rotos. Uno al lado del otro, nos mirábamos, sonreíamos, jadeábamos tratando de recuperar la respiración normal, mientras él se quitaba el estorbo y lo anudaba con cuidado para no derramar ni una gota del fruto de nuestro encuentro. Y allí reposamos diez minutos mientras Jaume, aunque no era fumador, me acercaba un cigarrillo, pues necesitaba calmarme, reposar, asentarme, repensar mi situación, pues tanto goce me había sobrepasado.
Una ducha compartida en la amplia bañera nos permitió recuperar la tranquilidad y las formas en un juego cruzado con nuestros cuerpos, con besos caprichosos, mientras nos enjabonábamos y dejábamos resbalar nuestras manos en aquellos cuerpos gloriosos que tanto placer habían compartido. Jaume mantenía un cuerpo atlético que me confesó mantener en forma con largas sesiones de surf, siempre que las caprichosas aguas del Cantábrico y su agenda se compenetraban y les daba por coincidir.
Ya secos, con mi pelo y mi maquillaje recompuesto, Jaume abrió una botella de Charles Lafitte que encargó durante nuestro baño y con él quisimos brindar por los magníficos momentos que acabábamos de compartir.
Jaume me confesó los motivos que le habían llevado a hacer este “encuentro a escondidas”. No se trataba de ningún desengaño ni ninguna venganza como en principio podía parecer, sino algo tan simple como la ausencia temporal de su pareja.
- Yo la sigo sintiendo como mi pareja y por eso no he querido tener otros amoríos en este tiempo – me miraba indagando mis reacciones – Me ha parecido que un encuentro de estas características era menos comprometido y más respetuoso con nuestra relación de pareja.
Con esta afirmación me relegaba a un plano más material y mercantil como era el servicio que yo prestaba. Aunque despertase emociones no entraba en el mundo de los sentimientos. Pero esto era parte de mi rol y así estaba asumido en mi esquema mental. Yo no daba ni pedía más de todo eso. Y el amor que yo ponía en cada encuentro era tan sólo una representación sincera que era capaz de vivir y gozar tan sólo en la medida en que la otra persona despertase mis instintos y fuese capaz de seguirme en mis pasiones.
Jaume estaba demostrando ser un caballero, sin embargo, su pegunta directa me obligó a explicarle la parte pública de mi vida.
– Ahora no tengo una pareja estable. Otras épocas lo he intentado y ha sido una relación tormentosa que ha acabado mal.
- ¿Llevas mucho tiempo en esto?
- Dos años, desde los veintiséis – le aclaré.
- ¿Y cuál es la puerta de salida?
- En este menester cuesta algo entrar – no quise llamarle oficio - Pero es mucho más difícil salir antes de que la vida te retire.
Jaume me miraba sorprendido con la mirada fija en mí.
- Normalmente se entra porque alguna compañera te sugiere un día que la acompañes a un encuentro retribuido. Al principio te sorprende, pero entiendes sus razones y aceptas que puedes sacar un provecho de contactos que a veces haces sólo porque te apetece pasar una noche de placer con una persona agradable
- Y unos encuentros llevan a otros y así dos años.
- Unos encuentros llevan a otros y tu cuenta corriente y tu armario se llenan fácilmente. Aunque al final ya no sabes si eres más modelo que puta o al contrario.
- No digas eso - me acarició la mejilla y enjugó una lágrima que me caía traicionera – Suena muy fuerte.
Nos quedamos en silencio pues él parecía entristecido por cómo me estaba afectando la conversación. Por ello, yo quise quitarle hierro a la escena.
- Y la puerta de salida es una idea que te lleva a planificarla cuando hayas conseguido unos objetivos materiales que te has marcado. El coche que ya tengo y por lo menos la mitad del apartamento donde vivo.
- ¿No piensas volver a París?
- No – le confirmé muy segura – Mi familia reside en Girona desde hace años y a mí me gusta esta ciudad que ya he hecho mía.
- ¿Ves? Ahí te envidio, pues yo me parece que me va a costar más poder volver. Si un día vuelvo, que no va a ser fácil.
Pero no todo era tan sencillo como le decía a Jaume y siempre tenía muchas dudas de cómo iba a hacer para ser una mujer independiente, ganarme la vida por mi misma sin tener que depender el día de mañana de otra persona, aunque fuese mi pareja.
Rellenamos nuestra copas de champagne y brindamos de nuevo, pero no acepté el cigarrillo que él me acercaba. Me apetecía estar libre y aceptar complacida sus besos y la mano con que me acariciaba entre las piernas mientras yo abría su bata y le acariciaba por el pecho. Era un juego de seducción nuevo que no habíamos gozado todavía, de caricias, besos, mordiscos, lametones. Sentir a flor de piel, erizar nuestros cabellos, reír y gozar al mismo tiempo, jugando con nuestros cuerpos.
En aquella cama nos amamos de nuevo pero de una manera más sensual, sin prisas, sin arrebatos. Yo no me cansaba de acariciarlo, besarlo, chuparlo, como él me correspondía en la misma medida. Si antes habíamos querido destrozar al otro, hacerlo nuestro, volverlo loco de placer, ahora sólo queríamos jugar con nuestros cuerpos y hacernos sentir bien, flotando en aquella alfombra mágica que nos llevaba en volandas y no nos soltaba.
Al final me apoderé de su sexo y no lo liberé de mi boca aunque él me advertía que no podía aguantar más la calidez de mis labios. Pero no quise romper el momento y le hice explotar con fuertes espasmos de rendición mientras arqueaba su cuerpo. Nunca había dejado que pasara de esta manera, pero en aquella ocasión me pudo la pasión y las ganas de hacerlo gozar hasta extremos inimaginables, como lo había hecho él conmigo momentos antes.
Después me limpié con discreción en la bata que yacía expectante a mi lado y un sorbo de champagne me devolvió la frescura y el buen sabor con un beso de agradecimiento. Los dos sabíamos que nos habíamos entregado sin condiciones y nos estábamos comportando como los mejores amantes. Amantes a escondidas, pero quizás esa estaba siendo la gracia de todo ello.
Nuestra conversación íntima nos había hecho cómplices y habíamos querido que el encuentro fuese un paréntesis en nuestras vidas. Ya no éramos dos desconocidos y a la unión tormentosa de nuestros cuerpos le había seguido una comunión espiritual que iba a ser imborrable, por lo menos para mí.
Recordaba a muy pocos clientes que sólo hubiesen pasado una vez por mis brazos, pero Jaume iba a perdurar en el recuerdo por su sinceridad, su transparencia y por qué no decirlo, por los deseos y pasiones que había despertado en mí.
Después de tres largas horas, cuando llegó el momento de la despedida, él me acompañó con la excusa de ayudarme a buscar un taxi, aunque preferimos caminar un rato por el Paseo de Gracia. Ninguno de los dos teníamos prisa por deshacer el encuentro, pero Jaume no se atrevía a proponerme alargar la cita ni yo quería mostrar la simpatía que me había generado ni la confianza que me merecía.
Al preguntarle si cenaría solo, afirmó dubitativo, y añadió,
- Si hubiese sabido lo bien que me iba a encontrar contigo, hubiese contratado una cita más larga con cena incluida.
Ante tal confesión no pude por menos que apretarle la mano que me llevaba cogida y acercarme a besarlo, diciéndole luego,
- Jaume, mi cena no está en tarifa y lo haría encantada contigo.
Así sellamos el acuerdo y satisfechos nos acercamos hasta el Tragaluz para acabar de conocernos y querernos un poco más.
Desde luego, aquella cena no cambió nuestra ruta, pero si nos permitió concluir la noche de una manera más pausada. Y una copa posterior fue la culminación de tan feliz encuentro, pues el regreso a su hotel, como nos pedía el cuerpo, hubiese complicado las cosas y quizá confundido nuestras mentes.