La corrida era muy aburrida. Y eso es imperdonable. Se toreaba un sobrero por curioso nombre Ladilla.
El morlaco disimulaba disfrazado de buena estampa, pero ya se vio en el primer lance la falta de fuerzas, la debilidad de las trancas y como cabeceaba, dolorido, ante la puya, los engaños y el ataque. Pura cobardía, falta de raza, empuje y aguante. Primer aviso.
Poco animal a torear y otra faena deslucida. Lo que dicen del ridículo. No hay arte. Práctica de la suerte de banderillas. Lo mismo. Segundo aviso.
Así que el torero, por una vez práctico y evitar el tercer aviso, decidió abreviar el trámite y no complicar la tarde, dio solo un pase, sólo uno, la respuesta de Ladilla no tuvo arranque, armó la muleta, la espada y sin más toreo ni miramiento plantó al toro, lo citó al quite, y con el habitual escorzo y quiebro, sin tocar hueso, clavó el estoque hasta la empuñadura. No hay que perder el tiempo, se dijo. Lo sintió por el público, merecía más por su paciencia. Bronca del respetable. Pañolada en los tendidos.
Y el morlaco, mal herido, no aguantó el tipo, se puso a berrear. “Muuuuuu, muuuuuu, mirad que malito y traicionero es el torero, puuuuuuupa, que me ha hecho puuuuuuupa, que soy el torito bueno de Manolo Escobar, el enamorado de la luuuuuuuuna, que soy encantador, aunque lleve cuernos”, mugía el animal. Patético. Ya no hay bravura. Pitos y silbidos al ganadero.
Es lo que pasa hoy en día, no hay ganado con raza ni ganadería fina. Paseó Ladilla los berreos por los distintos tercios para asombro del personal hasta que al final, el animal sin casta, boquiabierto según dice alguno, tras mucho mugir y berrear haciendo el ridículo, buscando sus apoyos por el ruedo, tendido y plaza, se derrumbó ante el tercio de chiqueros. El veterinario dictaminó con sorpresa que Ladilla no murió de la estocada, que comentó estar perfectamente colocada, sino de la sorpresa, susto y, por esperar, de aburrimiento. Un poco más y hace lo mismo con el torero y público.
Pobre torero, se vistió de luces y debió hacerlo de luto, lo que salió al ruedo era un puro muerto, un paquete, un bulto. Si se reencarnara Chicuelo, con un desplante le escupe en la testa, entre los cuernitos de risible peligro, por ser la bravuconada un insulto y una pérdida de tiempo. Ya lo dijo: “Me divierten los toros, no los cabestros”. Los monosabios protestaron en su día por el comentario, ¡Maestro, qué falta de respeto ante un animal tan educado!
Y ahora, en la sala de despiece del matadero, ha pedido que reserven las criadillas, que quiere darse el gusto de un primer plato estofado acompañado de chorizo, tomate, patata, pimiento, regado con buen vino. Por capricho y por quitarse el mal fario del bicho. Pero el matarife le ha advertido que, visto el tamaño, aquí no hay raciones sino tapa, muy justita si se invita a la cuadrilla. No hay más. Menos dan dos arbequinas. Que de este concreto bicho, Maestro, no se puede aprovechar ni el rabo. Cosas de la alimentación y vida del animal, poca dehesa y mucho pienso, que las pezuñas finas y el culo abierto prueban su encierro en el establo. Por falta de raza no se atrevía a salir solito por la montera, no se vaya a asustar del resto de toros bravos que, por lo visto, le han dado mucho cuartel.
Como las cosas sigan así, disfrazando el supuesto vacuno hormonado de toro bravo, troncharán la fiesta, seguro. ¡Y a jodernos los buenos aficionados! Me gusta ir al coso a mirar el espectáculo, pero no a ver como descabellan a un animal que, al primer vistazo rápido y casi ciego, ¡qué digo vaca! es más borrego que toro bravo. Pobrecillo Ladilla, no hay derecho, no es justo, es un abuso. ¡Que en el ruedo se torean toros bravos y no borregos! A estos últimos, donde proceda, que los lleven a trasquilar, ese es otro arte que, si se tercia y me lo piden, ya os lo explicaré en otro sitio, día y rato. Si hay tercer aviso. Cosas de la mediocridad en la que se mueve el ganado y nuestra antaño bonita fiesta nacional. Y sobre todas las cosas, como en los diez mandamientos, que alguien explique al ganadero que los borregos no son toros bravos. Que mi única misión en estas cuestiones, como buen aficionado, es la de relatar el festejo. Y, si se puede, disfrutar de la fiesta. En la que os cuento, casi muero por Ladilla de tedio y aburrimiento.
¡Que llamen al orden a los apoderados! ¡Presidencia, aplique a rajatabla el Reglamento! ¡Viva la Fiesta Nacional!