Estaba que reventaba, su cerebro le estaba obligando a hacer lo que sabía iba a ser el gran pecado de su vida....
Aceptó la invitación para la fiesta en la embajada italiana. La esposa del embajador, Irene Fellatio, era una de las más notables miembros del cuerpo diplomático destacado en Belgrano. Junto a sus mejores amigas, la esposa del embajador ruso, Olga Txupanova, la del Griego, Mireya Mamonakis y la del francés, Isabelle Pipe, habían organizado una de sus divertidas fiestas para recibir, adecuadamente, a la joven esposa del embajador rumano, María Besonegro, así como a la nueva novia del Búlgaro, Sofía Griegosí.
En aquella fiesta, los hombres, dos taxistas, seis guardias suizos de la legación vaticana y dos fornidos marineros de una fragata Islandesa abandonada por impago de facturas, debían servir, completamente desnudos, a las elegantes damas que, sentadas en sillas dotadas de un plug anal vibrante de convenientes dimensiones, se divertían a pedirles los más perversos caprichos mientras se besaban, devoraban y gozaban entre elllas. El taxista, nuestro amigo, disfrutó de lo lindo enculando a los guardias suizos, uno a uno, mientras que los dos marineros comprobaban la oportunidad del apellido de la nueva pareja del enamorado diplomático Búlgaro.
Mientras, en la desprotegida sede diplomática vaticana, el nuevo legado papal, el cardenal Rouco V. era a su vez sodomizado por los catorce integrantes (incluyendo masajista y utillero) de la selección ucraniana de Básket, convenientemente aleccionados por su patriarca ortodoxo, Alexis, deseoso de vengar el cisma de occidente de unas vez por todas. Cuentan que el cardenal aprendió catalán y basco aquella noche gracias al método. El Cardinal Gang Bang entró de lleno en el diccionario de las gozosas prácticas.