Dejad que os cuente un cuento. Es extenso, paciencia, pero os gustará, perdonadme la vanidad, lo digo solo por ella. Y por los compañeros que nos acompañaron.
Erase una vez una chica valiente. Porque aunque algo sabía de mí, era poca cosa. A no ser que, por esos círculos foreros de codillos y codazos recibiera información adicional a la que yo le había suministrado. Pudiera ser. Pero por una casualidad quedamos a comer. Y la verdad es que tenía ilusión por estar con ella. Conocerla. Comer y pasar un rato agradable, intentar hablar poco (cosa imposible en mi caso) y escuchar mucho. No perder detalle. ¿Lo he dicho ya?, conocerla.
No os la voy a describir, pues todos sabéis de ella. Corre por aquí con su estilo habitual, muy propio, brincando de hilo en hilo, apuntando ideas, señalando comentarios. Por el juego, sólo por el juego, me permite dar esta pista. No nos descubras Gerundio, pocos guiños y que sean inteligentes. ¿Inteligentes? Esta chica no sabe con quién está hablando, porque soy el único ser del planeta que no estoy contento con la inteligencia que repartió Dios, que todos opináis tener la suficiente pero yo no y, por eso, protesto, acción que también hago con las letras.
Me pidió mi descripción, la real. Y sencillamente le dije que es la que describo en el foro. No te preocupes le señalé, sabrás que soy yo, sin ninguna duda. El primer tipo bajito y feo que veas rebuznar, ese soy yo. Además, pocos viejos verás con pantalones verdes, camisa roja, pañuelo amarillo al cuello, trompeta, escalera, acompañado de una cabra. Estaba horrorizada, pero la calmé señalándole que, como invitaba, algunos dineros tenía que recaudar para el estipendio. Tú me puedes acompañar de palmera, que siempre da un aire a grupo folklórico y serio.
Cuando llegué no me reconoció. O es daltónica o estaba disimulando, creo que más lo segundo que lo primero. Ya se lo advertí, yo soy así, por mucho que parezca que estoy mintiendo: bajo, gordo, feo, desastrado, calvo y con una cara de idiota que acredita lo que soy.
Os la describo con dos palabras: guapa y coqueta. Algo pijilla, pero me gustan así. Puede ser mi hija si hubiera tenido una hace pocos años, pero como dejé de reproducirme allá por 1930, diría que más bien mi bisnieta. Y es que mis 86 años, pesan.
Escogió ella el menú. Un poco por comodidad y otro poco por ver que elegía. Sólo le hice una advertencia, aquello de que no lo tomara de mala educación, que pidiera lo que le gustara, pero que tuviera en cuenta que la pobre cabra carga con toda la cuenta y, a más cuenta más brincos en la escalera. Y ella, de palmera.
La verdad es que estuve bien cómodo. En el restaurante, un sitio agradable, saben cómo tratar a los animales. Me refiero, evidentemente, a la cabra, a quien dieron también de comer, por primera vez en su vida, una ensalada francesa. Y los comensales, ella y yo, degustamos platos y conversación. ¿De qué hablamos? Pues principalmente de ti, si, de ti, no te extrañe, te pusimos a parir, es que no te aguantamos. Y de ti, también ¿o creías que ibas a librarte? En fin, que os repasamos a todos y a todas, lo que siempre pasa en este tipo de encuentros en los que quien falta es objeto de piadosa chanza.
¿Os creéis que perdimos el tiempo así? ¿Si? Pues vaya pardillos estáis hechos.
Dinos, Gerundio, ¿no te entraron ganas de intimar, coquetear, provocar, conquistar, adular, seducir, mostrar tus encantos?
Por supuesto, no obstante mi edad, idiotez y fealdad soy un tipo muy coqueto y yo fui a eso. Y le mostré el mayor de los encantos que llevaba puesto, unas plantillas para las alpargatas, de diseño, para que al andar mis pies torcidos parezcan rectos. Me costó encontrarlas en una tienda de chinos, ya sabéis, todo a cien. Usadas, sudadas y escupidas por Mao en su Larga Marcha, eso me dijeron. A toda prueba.
Os reconozco que el momento álgido, aquel en el que sabes que todo puede ser posible, se rezuma erotismo y sexo - ¡bien, prospera el encuentro! - llegó con el pescado que ella solicitó para mí. Lo pidió crudo. Y en el momento de ensartarlo, ¡como se movía, atacaba y defendía el maldito!, utilicé el cuchillo de pescado como si fuera un escarpelo, y en rápidos movimientos lo maté, abrí, limpié y troceé. No sin los daños que al final cuento.
Ella, que no paraba de mirarme, supongo que no creía que pudiera existir un primate así, posó su mano sobre una de las mías, ¡oh, que suave roce delicado!, y mirándome tiernamente a los ojos me dijo:
- Estoy sorprendida, manejas como un bisturí el cuchillo de pescado. Con esas manos peludas tiernamente amorcilladas y esas feromonas masculinas de hombre primitivo que desprendes, ¿eres en todo así usando tus armas?
Sentí ardor al oírla, me estaba provocando, una explosión de hormonas me vencía, imaginaros, mas hormonas que el trozo de pollo de supuesta granja y grano que ella comía. Y le contesté con pasión:
- Yo manejo así el cuchillo de pescado, mi sable de corsario, la espada toledana acompañada de dos granadas que porto tapada bajo el cinto y, si me dejas y te entregas, te haré sentir el fragor y la descarga de los 120 cañones que tengo situados a estribor, marcando el ritmo los otros 120 de la banda de babor, con varias salvas en tu honor.
- Gerundio, no sabía que eras corsario – Y con mirada pícara, melosa, con un gracioso gesto de encanto, preguntó: ¿Si no consiguieras seducir y conquistarme, corsario con bergantín y cabra, me raptarías?
- Yo, por ti, bellezón, gastaría mis enormes tesoros acumulados por impago de mis deudas, te raptaría y abonaría el rescate en mi cuenta, me hipotecaría de forma directa, reversa e inversa, te aseguraría con derivados, firmaría y avalaría letras de cambio sin problemas, pólizas de crédito y préstamo, tiraría de tarjeta de crédito, inventaría nuevos timos, te acompañaría por el Caribe, y te confinaría en mi isla secreta, por nombre Antigua en honor a mi aspecto, lejos de todos, solo para mí. Solo mía.
Sonrió. Y en ese momento, hizo la pregunta que lo rompió todo, que me hizo volver a la realidad, tan cruda como el pescado del plato, al señalar: “Gerundio, mi pirata, soy una chica tímida, no me veo alternando con una cabra, los tangos se bailan a dos. Debes escoger entre ella o yo”. Ya sabéis, las mujeres, siempre, planteando la exclusión.
Intenté arreglarlo, le expliqué que la cabra la había adquirido en una subasta de la Legión, que cuenta chistes de Franco, que lía unos porros con grifa de encanto y que, entre sus muchas habilidades, desmonta en 5 segundos un mortero con los ojos cerrados y, al terminar, suelta un delicado “me cago en la Legión, Patria, Rey y Dios”. Pero ni por esas, no dio su brazo a torcer. Ahí vi el carácter de la doncella y sus claras ideas.
Tomé el postre con cierta tristeza. Ella esperaba una respuesta. No se la di y comprendió que mis pasiones, mis más bajas pasiones, siempre tienen que ver con los animales, una verdadera pena. Yo soy así, ecólogo-animalista de izquierdas y socio numerario de Adena.
Y nos despedimos con rapidez. Ambos nos miramos llorosos. Le di la mano, un beso, y mirándola a los ojos, le dije: “Eres la primera mujer en mi vida que ha sembrado una duda, por una vez a punto he estado de abandonar la cabra que tantos beneficios y placeres me ha reportado”. Mujer inteligente, comprendió que ella, subida a la escalera, estaría ridícula mientras yo toco la trompeta. A cuatro patas nada digo, eso sería una grosería, entre nosotros muy deliciosa. He perdido un amor que hubiera vivido con pasión caribeña, ella, la cabra y yo, que soy de gustos refinados. Incluso un cuarteto, pues no os he hablado, ni a vosotros ni a ella, de mi loro, Macarena, que me anima los saraos en el camarote de mi galera.
He de reconocer que para acudir a esta comida tuve que argumentar unas cuantas excusas. Cosas de donde trabajo, mis acreedores, los compromisos y la agenda. Y como lo pasé muy bien, espero que ella también, todos los comensales, y fui muy inocente y coqueto pues intenté que me viera diferente, jovencito en lo posible, colocándome los despojos, cremas, afeites y el disfraz de los domingos - una ocasión así lo merecía - he de deciros como resumen, yo, que soy un autentico e incorregible gamberro, que hacía mucho tiempo que no realizaba - ¿cómo os lo diría? – pienso, medito, sí, eso, eso, nunca mejor puesto, una travesura tan bella como agradable. Fue, para mí, un autentico lujo. Aunque la cabra se queje hoy, danzando en las alturas, por su natural agotamiento.
Y si un día, mis verdes compañeros, paseando por Barcelona, veis a un tipo con cara de idiota, raro, bajo, feo, gordo y calvo, tocando la trompeta mientras una cabra baila en su escalera, no os sorprendáis, soy yo que sigo acumulando propinas para pagar la cuenta. La hermosa niña se pasó pidiendo un vino pijo, por el precio solicitado me explicaron que lo había pisado y macerado el mismísimo dios Baco, y que no se guarda en bodega sino en la caja fuerte de un Banco.
Releo y corrijo. Veo que no hay ninguna pista sobre ella o ellos, he sido discreto, cumplido y eso ya es mucho para un idiota. Adelante, habiendo guardado celosamente su identidad, lo publico.
Esto es exclusivamente para ti, bellezón, y los que acompañaron, aunque lo lean otros, con todo el aprecio de este viejo idiota y pretencioso, excusándome en mi habitual torpeza. Gracias por tu compañía, tu simpatía y belleza, soportar mi verborrea sin mostrar esfuerzo y el excelente tiempo pasado. El mejor recuerdo además de los expuestos, mi luxación perpetua en la mano derecha y pérdida de tres dedos tras la batalla campal con el pescado. Nunca más pidas para mí, como manjar, un vivo tiburón blanco. Que para este tipo de plato, lo digo por aprecio a mi vida y personal defensa, mejor de cubierto un arpón cañonero que el cuchillo de pescado. La próxima vez, potaje de lentejas y tinto Don Simón. Me lo ha sugerido la cabra, exhausta y a punto de morir bailando que, por primera vez en nuestro tórrido romance, me ha tildado de cabrón. ¡Lo que hace decir el amor!
Y un especial y alegre recuerdo a dos foreros, pululan por aquí, dando la vara. Todos vieron que lo que cuento es verdad, nada más lejos de la realidad, pues nos acompañaron. Eso sí, no me hizo nada de gracia el comentario relativo a que lo mío no lo arregla ni el mejor cirujano, solo es posible con un baño integral en la fuente de Lurdes o en el Vaticano, el puro milagro. ¡Yo no soy tan feo y horroroso, digamos que me aparto del canon de belleza habitual! ¿O no os disteis cuenta de mi precioso blanco de ojo? Del izquierdo, naturalmente, que el derecho ya notasteis que es de vidrio. Y, en cuanto a las luces, ya veis, peor instalación que la de mi pueblo, que no hablan de bombillas y farolas sino de candelas. Ya os lo había advertido.
¡Que lo sepáis, disfruté un montón! Gracias por todo.