Apuré medio bourbon con lima de un trago y pensé dos veces en lo que me había dicho. Insistí en la pregunta:
- ¿Que quieres hacer qué?
- Echar un polvo en la carnicería
- Ah… ¿Dónde? ¿Sobre el mostrador?
Me miró por encima de las gafas, apretó los labios a la pajita y sorbió un poco más de San Francisco.
- En la nevera, en la grande.
- ¿Y eso, cuando quieres hacerlo?
- Ahora mismo, esta noche –se me acercó y me dijo al oído- Te mueres de ganas, confiésalo.
Salimos del bar, caminamos junto a la playa. Hacía algo de fresco, le pasé la mano por detrás y la agarré de la cintura. Nos metimos en una callejuela del centro y nos detuvimos frente a la puerta de atrás de la tienda. Sacó un manojo de llaves del bolso, encendió la luz del pasillo y avanzamos un par de metros hasta una puerta forrada de chapa. Le dio al interruptor y giró la manecilla.
Ahí estaba la cámara. Fría, iluminada con fluorescentes y con varias piezas colgando de los ganchos. Olía a carne y sangre. No era desagradable, pero sí chocante.
- Quítate el cinturón.
Desabroché la hebilla mientras la repasaba con la vista. Llevaba un vestidito de verano estampado, ajustado, que dejaba al descubierto unas piernas que parecían demasiado largas para ella. Soltó la pinza que le aguantaba el recogido. Apartó con gracia el cabello que caía sobre su escote. Se puso de cara a la pared, alzó los brazos y agarró con las manos un de los ganchos vacíos.
-Átame
Me puse detrás, le uní las muñecas con unas vueltas de cinturón y lo aseguré.
- ¿Y ahora qué? –le dije apoyando la barbilla en su hombro.
- Haz conmigo lo que quieras.
La cámara estaba helada, me pegué a su cuerpo para que notara algo de calor antes de dejarla las tetas al descubierto, las tapaba de sobra con las palmas y noté unos pezones tan duros que debían doler. Di la vuelta y me puse a calentarlos en mi boca, simplemente, sin hacer nada más que dejarlos ahí. Bajé una mano y palpé su entrepierna por encima del vestido, no había nada más entre mi mano y su almejita. También estaba fría. Me arrodillé, levanté la tela y me quedé mirando su conejito. Lo acaricié con los labios, como si chupara un helado, dejé escapar la lengua entre los dientes y me agarré fuerte a su trasero. Seguí amorrado un buen rato, notando como se iba mojando y el frío iba pasando a un segundo plano. Solté uno de los cachetes y con la mano libre le acaricié el muslo para que separara las piernas.
Me levanté y volví a ponerme tras ella, las piernas le temblaban un poco. La agarré la barbilla y la pregunté si estaba bien. Dijo que sí. Yo contesté que lo siguiente quizá no le gustaría tanto.
Me saqué la polla, y noté el contraste entre su culo helado y la entrepierna ardiendo. Me llevé un par de dedos a la boca y mojé su agujerito. Apunté y empujé, me mordió la mano para no gritar demasiado, pero no me importó. Se agarraba con fuerza al gancho colgado del techo mientras la embestía. Subí el ritmo todo lo que pude al tiempo que la sujetaba para no caer los dos al suelo hasta parar en seco. Me retiré lentamente y noté como resbalaba la leche de su culo.
Cerró la puerta y volvimos al bar, para tomar algo antes que cerraran.
- ¿En qué piensas? –me dijo mientras esperaba en la barra a que un camarero nos hiciera caso.
- En que si tu madre se entera de esto me la corta con el cuchillo de partir huesos