Miré fijamente a sus ojos, tenían ese brillo especial. La agarré por las caderas manteniendo una distancia prudencial y puse la cara de pícaro (de “Errol Flynn” la llama una amiga).
-No me mires así que sabes que se me caen las bragas al suelo.
-Entonces daos por follada, milady –le espeté.
Soltó una risita entre tímida y nerviosa y me besó. La empujé con suavidad hacia la pared. Me arrimé a su cuerpo y la rodeé con los brazos, cruzando las manos para tomarla de las posaderas, hundí la cara en su cuello y respiré hondo. Si algo me gusta de este mundo son los perfumes y las mujeres que los llevan. Seguí besándola al tiempo que me ponía de rodillas y quedaba con la cara a la altura de su estómago. Levanté la camiseta y seguí la ruta de mis labios desde debajo del pecho hasta donde empieza el bajo vientre. Desabroché el tejano dejando al descubierto un tanga que dejaba escapar un poco de vello corto. Acerqué la boca y más que un beso le di un suave mordisco. Me levanté y volví a quedarme mirándola a los ojos.
Casi arrojándonos el uno al otro sobre la cama nos tumbamos medio desnudos. Nos abrazamos, nos revolcamos el uno al otro y nos comemos las bocas. Sus labios seguirían frescos y sabrosos aunque los usara toda la noche. Se echa encima de mi y me saca la polla del calzoncillo. Empieza a comer como si fuera un helado cremoso, lame, rodea con los labios, saborea y no duda en repasar el tronco de un extremo a otro.
-Oye, que yo también quiero- me quejo como si no quisiera su regalo.
En un solo movimiento –fluido, elegante, casi rutinario- me planta la entrepierna en la cara mientras sigue a lo suyo. Aparto un poco el tanga, agarro los carrillos con firmeza y paseo la lengua arriba y debajo de su sexo, con alguna escapada al botoncito marrón que queda encima. Ella sigue a lo suyo, levantando la cabeza sólo para tomar aire y gemir cuando lo hago bien..
Levanta el culo y se sienta frente a mí, nos volvemos a mirar. Entrelazamos las piernas y acercamos las caderas. Me agarra el miembro y se pone a jugar con él a la entrada de su sexo; está caliente, ardiendo, no puedo aguantar. Me abalanzo sobre ella, la agarro por la espalda y la monto encima mio, noto como entro hasta el final.
Empiezo a moverme como si la meciera, mi boca no se decide qué pezón chupar, mis manos no saben si sujetarla o acariciarla. Todo es confuso, pero ella sabe lo que quiere. Empieza marcar su propio ritmo, más contundente, más vertical, más frenético.
No puedo evitarlo, acabo por correrme. Nos quedamos un rato más así, yo dentro de ella, ella abrazada a mi cuello. Nos tumbamos y me quedo con la vista perdida en el techo. Busco el cenicero sobre la mesa y cojo el paquete de cigarrillos del suelo. Le ofrezco uno, me dice que ha dejado de fumar. Pego una calada y por el rabillo del ojo veo que no deja de mirarme.
-No se que es lo que me das, pero me encanta –me dice mientras apoya la cabeza en mi pecho.
-Los perdedores somos tremendamente sexys.
Se ríe otra vez, ahora más relajada. Se acerca y me da un beso en la mandíbula.
-¿Echamos otro?
Mi pene lleva esperando 5 minutos esa frase.
-Venga, otro. Por los viejos tiempos.