Después de años de estudio. Después de un trabajo aquí, y otro acullá. Por fin había llegado mi oportunidad. Era el puesto perfecto, el trabajo deseado, el ambiente idóneo.

El despacho era pequeño, pero acogedor. La mesa se fue llenando de papeles de la misma manera que el reloj aceleraba su marcha. Mi jefe me dió plena confianza en mi quehacer, cosa que enseguida agradecí.

Parecía que el destino me quería devolver aquello que algún día me quitó, hasta que entró ella por la puerta. Joven, esbelta, provocadora. Técnicamente era mi jefa consorte, (pese a que él la doblaba en edad), por lo cual decidí reparar en ella lo mínimo indispensable y centrarme en mi trabajo. No fue posible. Sus visitas se hicieron más frecuentes, y la confianza entre los dos iba creciendo paulatinamente. Poco después ya pasaba más tiempo conmigo que con su marido, lo cual no pareció despertar en él la menor in quietud.

Por motivos laborales, él viajaba por Europa constantemente. Y de un tiempo a esta parte, no permitía a su esposa que le acompañara (siempre supuse que sus motivos ocultos tendría). En una de esas ocasiones, y habiendo entrado ya la noche, me encontraba elaborando un informe de carácter urgente, de los que parece que la vida depende de ello. Solo. Completamente solo, y absorto en mi labor, el corazón se me encogió cuando escuché la puerta abrirse. Sin demasiada convicción en mi valor, opté por acercarme para descubrir al nocturno visitante. Y allí apareció ella. Mirándome con maliciosa seguridad. Su escote era prominente, y sus piernas parecían no terminar nunca. Se acercó y me desabrochó un botón de la camisa, introduciendo su mano y acariciándome un pezón. Mi miembro reaccionó de inmediato a la vez que mi cabeza perdía la poca lucidez que tenía. Sabía lo que hacía y sabía como hacerlo. Con la mano libre me apretó contra ella, mientras que con la boca me lamía sensualmente el lóbulo. Dios sabe que intenté parar, que no debía seguir, pero el hechizo al que me sometió era demasiado fuerte. La ropa desapareció con premura y la madrugada nos sorprendió, extenuados, sudados y felices.

Pasaron los días, y mi tormento ético crecía y crecía. ¿Qué debía hacer? Hablar con él y contarle lo ocurrido…. Continuar beneficiándome de la situación…. Dimitir y desaparecer…..



Saludos