Mi nombre es Jaime, mis apellidos no vienen a cuento. Mi trabajo, tal como os vaya explicando cual es mi actividad se va a producir una gran dualidad. Inspiro envidia a la mayoría de hombres. Por el contrario no gozo de la comprensión de las pocas mujeres que lo conocen. Ni unos ni otros ven que es un trabajo más, que alguien lo hará y que como todo aquello que se hace cobrando tiene su componente duro, si no fuera así nadie pagaría para que lo hicieras. Tiene unos componentes materiales que lo hacen atractivo, coche deportivo a cargo de la empresa, buena ropa, Hoteles de lujo, gastos pagados, sexo con las más vistosas señoritas de pago…Visto así muchos se preguntarán que tiene de malo si encima cobras una buena recompensa cuando capturas una pieza. Os aseguro que tiene mucho, algo que se lleva dentro, que hace que hayas de tener un corazón duro y una buena vacuna contra la conciencia. Tal vez el escribir mi historia forme parte de esa vacuna, sea una manera de limpiar mis remordimientos, aquellos que a pesar de saber que no eres el responsable directo de las decisiones de tus capturas, que son ellas quienes caen por avaricia en tu trampa y son ellas las que se labran su futuro y si es el caso su ruina.
Toda organización empresarial para obtener sus objetivos de obtener beneficios necesita una estructura básica. Las que se dedican a la actividad de la prestación de servicios sexuales, dada su ambigua situación legal esta estructura es más compleja, con unos vínculos mucho más estrechos entre sus componentes, más difíciles de quebrar y en los que la traición o el abandono se puede pagar si no se hace de forma pactada y autorizada por el resto de los miembros significativos. Muy complejo resulta salirte, es como si tu también hubieras sido la presa de un cazador más fuerte que supo, en su momento aprovecharse de tu avaricia. Más que una organización es una comunidad, con una distribución de funciones pero yendo todos a una, cada uno en su parcela pero siempre con la actividad de todos acorde a las decisiones de la comunidad y en beneficio de sus intereses. Por otra parte, se ha de convivir con la competencia.,que aún siendo feroz para aumentar cada cual su cuota de mercado, debe respetar ciertas reglas del juego y aquí como difícilmente encajaría la legislación vigente, el respeto a ciertos niveles adquiere un valor supremo, son pactos de sangre entre los que dirigen esta actividad. Sin llegar a afirmar que es una actividad mafiosa, sí que ciertamente la regulación de la actividad roza los límites y por discreción y prudencia no pueden ser explicados.
Cuando un caballero de buena posición económica tiene un capricho y quiere echar un polvo con una jovencita de buen ver y solicita un servicio de sexo de pago a una Agencia, no puede, o no quiere imaginarse lo que hay tras algo tan aparentemente sencillo como es el hecho de satisfacer su necesidad sexual o su capricho. No me refiero a esos servicios de 300 o 500 Euros la hora, que por caros que parezcan, ni lo son ni son los más lucrativos. Hay un mundo desconocido, uno mucho más rentable, más discreto y en los que los clientes tienen asegurada siempre la máxima confidencialidad por muy populares que sean que nadie jamás se atrevería a filtrar ninguna información sin correr grandes riesgos. Se trabaja con la máxima seguridad, contactos significativos con el poder, autoridades, jefes de policía y todos aquellos elementos que en algún momento pudieran dar lugar a situaciones embarazosas. Tienen sus economistas para estudiar sus estrategias de mercado, su posicionamiento y sus cálculos de costes y sus precios de venta objetivos. Sus asesores legales que hayan el encaje legal del negocio, buscan la apariencia correcta para emitir facturas y declarar parte de los beneficios, y subsanan cualquier distorsión o desajuste que pueda producirse. Sus relaciones públicas para llegar al mercado adecuado. Sus banqueros de confianza. Sus vigilantes para proteger y protegerse de las vendedoras finales. Su cabeza de turco que cobra solo para si un día la situación se complicara pagar los platos rotos y permitir que los auténticos responsables y en esencia propietarios y jefes supremos del negocio. Tienen sus cazadores, como yo cuya misión es hallar materia prima de calidad al mejor precio para realizar la prestación de los servicios que nos solicitan los clientes. Nada, absolutamente nada puede quedar al azar, el más mínimo error puede costar millones y generar, al margen de las pérdidas materiales, un fuerte impacto negativo en aquellos clientes que han confiado en nosotros, en su vida privada y en sus vidas públicas ya que siendo la mayoría de los hombres puteros en potencia, según en que posición social te halles si ello saliera a la luz supondría el rechazo social y tu ruina profesional.
¿Cuál es mi función en esta organización? Aparentemente la más agradable, la menos compleja, la más agradecida y porqué no, la aparentemente menos arriesgada. Nada de eso desde mi punto de vista. Tras ocho años de actividad, a mis cuarenta y un años, empiezo a sentir el cansancio, el dolor de haber llegado a traicionar a tantas chicas cazadas por mí. Unas vendiendo a quienes creyeron ser amadas y que nuestra relación era de pareja en un mundo insano. Otras mis amigas, mejor dicho yo su amigo. Otras, las menos, a quien les prometía multiplicar por mucho sus ingresos y era que la puerta a una vida llena de lujos de todo tipo, que nunca podrían alcanzar con ninguna otra actividad que no fuera la que yo les ofrecía desinteresadamente. Engaño y traición, su ingenuidad, su falsa visión de lo que supone ser prostituta que algunos con afán de ganar dinero hacen creer que es como un juego, su avaricia y su afán de poder acceder a cosas caras y Restaurantes que su juventud y posición social les habría vedado en una situación normal, se convertían en algo cotidiano sin que ellas tomen conciencia de que a lo cotidiano nos acostumbramos y su belleza y éxito es efímero, así que poco a poco deberán convertirse en esclavas de lo superfluo, de lo que nunca habrían alcanzado y ahora son artículos de primera necesidad. De aquellas cosas que necesitan comprar compulsivamente para sentir la agradable sensación de que sen más pudientes que las otras y así ocultar su miseria, su asco hacia ellas mismas, intentando justificar a su conciencia que el haber perdido la dignidad tiene sentido, que merece la pena como si no supieran que no hay nada material en este mundo que les pueda volver la paz interior, la serenidad, que ningún bolso las va a proteger de un encuentro desgraciado con un cliente del pasado en un momento poco adecuado. De su soledad, solo ellas y los que las tratamos en profundidad sabemos cuan grande es la soledad que sienten, que nadie, ni parejas, ni amigos si es que les llegan a quedar, ni familia si no han roto vínculos, puedan llenar esa soledad a la que se han acostumbrado, soledad cruel y miedo, miedo que al transcurrir el tiempo y ver que las palabras bonitas acaban convirtiéndose en puro deseo para gozar de sus cuerpos como si de un vil objeto se tratara. Miedos a que el próximo cliente sea como aquel sádico que drogado casi la violó y que cuando lo explicó a la Agencia le dijo que la próxima vez le pagarían el doble, pero que era muy buen cliente y debería aceptar sus juegos por peligrosos que sean. Soledad y miedo que poco a poco sustituyen a la dignidad y la alegría que a su edad correspondería. Supervivencia en lugar de lujos, trabajar en lo que ya ni les gusta ni desean para sobrevivir, ese es el final de un porcentaje significativo de chicas.
Otro día continuaré, ahora debo coger el descapotable y acudir a una cita como cliente. Ella, una chica de diecinueve años, de un barrio obrero de una gran ciudad, que por 900 Euros cenará conmigo y pasará una noche en un buen Hotel. Debo probar sus aptitudes y si puede ser mi próxima pieza.
Otro día continuaré.