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Cuando sopla el Mistral
Me había levantado eufórico, eso de no tener que trabajar me daba vitaminas o algo parecido. Olvidar aunque fuera sólo durante una semana la oficina donde trabajaba era para estarlo.
Por eso desayuné un poco, me puse aquellos pantalones de ciclista tan horteros y la primera camiseta que encontré y a salir a dar una vuelta en la bicicleta.
La ventaja de hacer las vacaciones en fuera de temporada es que todo es más tranquilo, y puedes saborear mejor las cosas.
Eso de un miércoles a media mañana recorrerte el paseo marítimo era un lujo, todavía podías observar alguna bañista interesante que bajaba a la playa y eso reconfortaba. Empecé con el viento a favor y eso no me gustaba porque significaba que a la vuelta sufriría más. Mi forma física dejaba mucho que desear, pero al menos lo intentaba.
Después de unos cuantos kilómetros decidí dar la vuelta para reponer fuerzas con un desayuno consistente.
Y fue cuando noté que el viento era más fuerte de lo habitual y que mis piernas estaban demasiado oxidadas. Cambié de ruta y decidí circular por las calles paralelas al paseo para disminuir el efecto del mistral que soplaba esa mañana.
Mis pocas reservas se iban diluyendo y cuando todavía quedaban cinco kilómetros para llegar, decidí parar en un parque para refrescarme un poco. Hacía todavía calor, y la botella de agua que llevaba, ya se había evaporado.
“Vaya deportista estás hecho” me pareció oir.
Levanté mi cara sudada y la pude reconocer.
Era una chica que había trabajado conmigo hacía años, pero era incapaz de recordar el nombre. La saludé con un par de besos e iniciamos una conversación mientras mi cabeza quería recordar su nombre, ella si que se acordaba del mío y eso me dejaba en desventaja.
Ella era bajita, delgadita y bastante normalita, del pelo castaño le salían algunas canas que juntamente a no haberse peinado mucho aquella mañana , le daba un aspecto un poco descuidado, pero interesante. Llevaba un vestido blanco con un escote palabra de honor, que hacia resaltar el moreno conseguido. Pero no era ninguna belleza espectacular, ni exótica.
De hecho el poco tiempo que trabajamos juntos nunca me llamó la atención. Recuerdo que siempre la veía escondida detrás de un ordenador, como pidiendo no llamar la atención. Cosa que era bastante fácil en aquella oficina, ya que hubo unos años donde el transito de personas fue bastante fluido. Recuerdo de haber sido más de 15 personas, ahora apenas llegábamos a una tercera parte. Los efectos de la puñetera crisis.
Al ser bastante introvertida, creo que solo compartimos alguna conversación junto a la maquina de café.
Y de repente me vino la revelación: Nuria. Mis neuronas se estaban reponiendo al esfuerzo. Entonces hábilmente fue cuando introduje su nombre en la conversación.
Su rostro se iluminó al ver que todavía me acordaba.
Me explicó que se dio de baja por depresión (cosa normal en aquella casa de locos) y que a raíz de aquello empezó a practicar el Yoga y experimentar con la medicinas alternativas. La conversación empezó a derivar sobre los beneficios del Reiki y cosas parecidas. La mayoría de las cosas me sonaban a chino.
En aquel momento intenté empezar acabar la conversación para poder saborear mi bien ganado almuerzo. Pero al subir en la bicicleta para marcharme me dio un pequeño tirón en la espalda, cosas de la edad me dije.
Entonces fue cuando ella me ofreció sus conocimientos para sanar mi maltrecha espalda. Y la verdad, yo difícilmente rechazó un masaje. Me dijo que disponía de una camilla en su casa, ya que había empezado hacer sus pinitos en la materia.
Tenía un apartamento en un complejo con piscina comunitaria, recordé que me había explicado que se había divorciado hacia bastantes años y pensé que todavía viviría sola. Ella me lo confirmó, para evitar sorpresas.
Su piso era pequeñito pero bien acondicionado, se notaba que era una mujer cuidadosa y limpia.
“Creo que te voy a poner todo perdido con la sudor”- le dije.
Entonces dubitativamente dijo: “Si quieres date una ducha antes”
A lo cual respondí afirmativamente. En verdad me moría de ganas de ducharme.
Me acompaño hasta el baño, era bastante amplio y todo estaba bastante ordenado. No se parecía en nada al mío. Me dio una toalla y me dijo que si necesitaba algo más.
“Que me frotes la espalda” dije instintivamente. Estaban las palabras en el aire cuando me arrepentí de lo dicho. Temí que se enfadara por aquello, al final y al cabo no había dado muestra de ninguna insinuación por parte suya.
Hubo un incomodo silencio que pareció eterno, el cual rompí disculpándome: “los chistes malos no son mi fuerte”
Ella sonrió y me dio la toalla.
Me duché pensando en aquel desliz.
A saber que tipo de problemas tendría Nuria, y yo insinuándome ante ella. De hecho mientras trabajamos juntos le pusieron fama de rara y antisociable alguna de mis compañeras. Quizás ese fuera la causa de sus problemas allí dentro.
Me sequé y me di cuenta que tenia toda la ropa todavía sudada, pero otro desliz sería síntoma de poder disfrutar del masaje prometido. Y yo por un masaje soy capaz de hacer cualquier cosa.
Salí con la toalla envolviendo mi cuerpo desnudo, como era bastante grande no había problemas de que se me vieran mucho mis michelines.
Oí como me llamaba desde el fondo del piso, me dirigí hacia ese cuarto donde estaba la camilla de masajes.
Me dijo: “Entra y estírate que ahora vengo”.Había puesto velas e incienso y una música tipo Enya tan habitual en estos casos.
“Tenía toda la ropa húmeda y solo llevo la toalla puesta, ¿te importa?” me excusé
Hizo un gesto con la mano como tranquilizándome, y salió de la estancia.
La verdad es que daba gusto estar allí estirado, sino fueran tan incomodas y estrechas las camillas. Me estaba amuermando cuando entro ella de nuevo. Había sustituido su vestido blanco largo de calle por un pareo anudado al cuello de colores lilas y naranjas tipo tropical que se transparentaba un poco a contra luz. La verdad es que le estaba encontrado su puntillo. A pesar de llevar el pelo un poco descuidado, se lo había recogido en un tipo de moño donde sus pocas canas quedaban un poco disimulado y más con aquella poca luz, solamente rota por las luces de las velas y el sol que entraba por la rejilla de la persiana.
Me saco la toalla y me la volvió a poner tapándome una pierna dejándome la derecha descubierta por donde empezó a deslizar sus manos. Se notaba que tenía traza, y aunque no era una experta diplomada, la función de dar placer a mis cansada piernas bastaba.
Sus manos iban subiendo desde los tobillo hasta la cintura, pero tocando por el lado mi trasero. Eso fue al principio, luego tímidamente fue dando pases cada vez más cerca, hasta que finalmente me masajeo los glúteos detenidamente.
Estaba prácticamente en estado de trance, pero quiso empezar entonces por mi espalda.
Me giró la toalla transversalmente cubriendo mi trasero. Se situó al principio de la camilla y con cada pasada acercaba sus pechos a mi cabeza con un movimiento sensual que hacia animar mis instintos. Observé como en cada movimiento que hacia el pareo se le iba abriendo un poco cada vez dejando entrever sus braguitas. Y ella parecía consciente de ello.
Se cambio de posición, situándose en un lado para trabajar mis lumbares, dado que no llegaba desde su posición anterior. Al moverme un poco se deslizó la toalla al suelo dejándome totalmente desnudo. Le comenté que no se preocupara por taparme que ya estaba bien. Ella sonrió. Y ella entonces disimuladamente dejo caer su pareo al suelo, dejándome apreciar sus pechos con toda claridad. Los tenía pequeños y algo caídos, algo natural para alguien que había entrado en la cuarentena, pero existía un algo de naturalidad que me excitaba. Lo cercano, quizás, lo real, lo que vemos cada día y podemos alcanzar cada día, no esas mujeres que vemos de todas inalcanzables.
Así que cuando pícaramente me dijo que me diera la vuelta para acabar el masaje, ya la estaba deseando con absoluto frenesí. Evidentemente mi miembro estaba totalmente firme, esperando que hicieran con él lo que habían gozado mis otras partes del cuerpo.
Nuria se acercó con total parsimonia y lentamente empezó a acariciar con una mano mi torso haciendo que me recostara en la camilla, mientras con la otra se dedicó a acariciar suavemente mi pene. Yo mientras tanto le había bajado las braguitas para poder acariciar y jugar con su vagina. Nos estuvimos masturbándonos mutuamente hasta que ella acerco sus labios para obsequiarme con una larga y profunda felación.
Hubo segunda parte, en su cuarto, y más completa para ambos. Que fuimos repitiendo alguna vez más durante una temporada.
Así que cuando sopla el mistral, siempre me dan ganas de ir en bicicleta.
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Membresia 4 Estrellas
ah!, pero fue con Nuria?, creo que es la misma...... je,je, es broma, felicidades por el relato, saludos
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Uau! Me quedado sin palabras...bueno, solo diré q cogeré mas la bici a partir de ahora, jajjaa.
Grqcias por compartirlo y muy bien explicado.
Saludos.
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