Un taburete voló marcando una de las esquinas del dintel de la entrada, dejando doblada una de sus patas. Ese fallido intento de agresión, no inmutó la actitud de ese visitante que acababa de entrar en el calabozo, donde la retenida, aun estando encadenada de manos, y con poca disposición de movimientos, enajenada, estaba preparada para librar batalla. Su garganta rugió como si se tratara del motor de un fueraborda que se pone en acción. Palabras malsonantes en diversos idiomas salieron disparadas de su boca, que no liberaba espuma como una lavadora con exceso de jabón, pero estaba llena de saliva rabiosa. Tiró del encadenado, pero se hallaba fuertemente anclado a la pared. El tipo que había entrado, portaba un candil que colocó en el suelo, fuera del alcance del inquilino de esa habitáculo. Los ruidos cesaron y ambos se observaron. Pelo desgarbado a la altura de los hombros, libre pero limpio; faz alargada, con pómulos y mentón marcados, nariz sobresaliente y manos desarrolladas, eran las características físicas del individuo. Sacó una tabaquera de su desgastada chaqueta, pero esta vez sí que acertó su oponente, y una arqueada patada propulsada con su pie izquierdo, impactó en la lata, derramando su contenido en el suelo. Los cigarros se rebozaron con el polvo, que era abundante. Hacía muchas semanas que una escoba no reconocía esa superfície. El melenudo se acarició la muñeca. El puntapié le había rozado.
-Así que eres Calcurnia Kobayashi. Un nombre demasiado largo para una mujer tan pequeña. Recoja lo que ha tirado soldado -su rictus era ceremonial. Por el contrario, la japonesa, lo retaba con una mueca burlona. Su estado de tranquilidad se había esfumado, y ahora era dominada por una mujer violenta, alterada por una presencia que le producía un gran malestar. Frases inverecundas en su idioma, lejos del entendimiento del hombre, intentaban abofetear la moral del intruso, que sin importarle mucho que los cigarros estuvieran ahora impregnados de suciedad, con tiento, los había recuperado con el pie. Tras encender uno, la humareda de él hizo que el olor a humedad se borrara, para que otro, no menos desagradable, lo dominara. Extasiada de tantos movimientos en vano, y de proferir insultos internacionales, Calcurnia dio marcha atrás. El humo tampoco le agradaba.
-¿Qué haces aquí? ¿Por qué me retienes? -el interpelado tardó en responder. Disfrutaba de esa especie de caliqueño con fruición. Paladeaba, regodeándose en el momento, adquiriendo la importancia que se da un "sommelier" en una cata de vinos, pero añadiendo cierta dosis de avaricia y gula a la vez. Era como un niño con una piruleta, pero ésta sacaba humo y era tóxica. Expulsando algunas cenizas al suelo, finalmente, le contestó mirando hacia otro lugar de la estancia.
-No nos conocemos. Además, no se permiten esas familiaridades con un superior. Este lugar está muy sucio. Informaré al oficial de guardia, no es digno de la marina -las facciones de Calcurnia formaron un laberinto de arrugas en su cara. Estaba sorprendida, y aturdida. Le dolía la cabeza, las articulaciones y la sombreada figura de alguien que le era muy conocido, había irrumpido en esa habitación, un lugar indefinido, mezcla de calabozo, camarote o celda. Miró dudosa su camastro con las sábanas revueltas. ¿Había dormido en él? No lo recordaba, sólo que de repente, su intimidad había sido invadida por una persona que le despertaba la más grande de las animadversiones. Quería matarlo. Sí, ese era su deseo, pero esas argollas de hierro que tenía fijadas en las muñecas, se lo impedían. La noción del tiempo había desaparecido para ella, y sólo sombras confusas surgían en su mente. Imágenes diversas, que no sabía si procedían de la realidad o del mundo onírico.Se restregó los ojos buscando el alivio de unas respuestas certeras. Necesitaba discernir, pero ese humo pegajoso, de aroma dulzón, no le ayudaba, y se sentó en la cama con síntomas de mareo.
-Levántese soldado. Aún no es hora de dormir -así lo hizo Kobayashi, que había recobrado las fuerzas.
-¿Por qué interpretas ese papel? No eres ningún oficial. Mírate a un espejo, si no es que lo rompes antes. Qué aspecto tan deprimente. Esa ridícula cabellera salvaje no te hará más alto -en realidad, la estatura de ambos estaba casi pareja.
-Me confunde con otro. Reprima su actitud o tomaré medidas.
-Empiece con las suyas. No tardará mucho. Talla infantil de pantalón y de cerebro. Representante fracasado. ¡Desátame! -su gritó resonó en el calabozo rebotando por las paredes, e incluso amedentrando al humo, que cualquiera hubiera dicho que había huido pavorizado por la rendija de la puerta. A pesar de todo, el hombre rió aportando cierta tranquilidad a la conversación.
-¿Representante? ¿De qué? Tengo interés en saberlo.
-De quesos. Tramposo como ninguno. Creo que tú mismo hacías los agujeros del "gruyere" con un sacacorchos. ¿Qué hago aquí? ¿Por qué me retienes? ¿Qué quieres? -una andanada de zarandeos de Calcurnia, hicieron vibrar las cadenas. Tiraba de ellas y apretaba los dientes a la vez. Sufría y sudaba por liberarse, pero era imposible hacerlo. El hombre se acercó a ella.
-Hay algunas preguntas a las que debe responder soldado.
-¿Cuáles? -a Calcurnia ya no le molestaba que le llamaran "soldado". Ese era un juego de camuflaje que había decidido interpretar esa persona que tanto odiaba y que a tenía retenida en ese cubículo.
-No soy yo quién debe hacerlas, sino la autoridad pertinente. De hecho, no debería estar en este lugar, otras labores ocupan mi valioso tiempo.
-Entonces, ¿a qué has venido?
-Curiosidad. Simple curiosidad por conocer a Calcurnia -el menudo hombre se giró, dispuesto a marcharse.
-Libéreme -era un estúpida súplica de auxilio que hacía a alguien poco dispuesto a ayudarla. Hubiera pagado para poder ahogarlo en un abrevadero. Mil i una maneras de acabar con su vida se amontonaban en la memoria de Calcurnia. Alguna tendría que poner en práctica.
-No tengo la llave. Eso es cosa de los celadores.
-Consíguela -el posado cándido del presunto oficial se había desvanecido, volviendo a ser respondida con firmeza marcial.
-No. Basta. Va contra el reglamento. Informaré al Alto Mando. Su actitud es reiterativamente indisciplinada. Esta reunión se da por terminada. Póngase firme soldado. ¡Firmes! -para que su imposición fuera ejecutada al acto, debió acercar peligrosamente su cigarro, a la inmaculada y frágil epidermis de la faz de la japonesa. Uno de sus pómulos palpitaba, y un tímido reguero de sudor hacía que esa parte de su cara brillara. Calcurnia estaba seria, con el pelo mojado y alborotado, pero sin duda reluciente y seductora. Por primera vez desde que había entrado en el calabozo, ese tipo se había percatado, que delante no tenía ni a un rehén ni a un soldado encadenado, sino a una mujer exótica, de un atractivo que era difícil dejar de pasar por alto. La repasó ocularmente, en una mirada fugaz pero profunda. Vestía una camisa marrón muy ajustada, y el "firmes" había dispuesto sus senos de forma muy provocativa. La fortaleza de Calcurnia estaba debidamente custodiada por una dupla de barracos, que cualquier experto en artillería, habríase dispuesto a examinar para certificar su capacidad de ataque. Aquéllos podían tumbar a un elefante. Sus dimensiones los convertían en muy peligrosos, y manipularlos era cosa de expertos. El hombre fumó lo poco que le quedaba del cigarro. El pantalón corto de ella, tampoco ayudaba para concentrarse y dar órdenes coherentes. En estado casi salvaje, Kobayashi seguía siendo un reclamo para cualquier varón. Un botón saltó al vació, y cuando el dedo índice, el anular y el corazón de la mano diestra del tipo melenudo, pensaban que estaban en el monte, acariciando unas flores de tomillo limonero que se mueven al son del viento, un "crochet" a dos manos, con los puños cerrados, le golpearon en la sien, la cavidad del ojo izquierdo y un extremo del pómulo de esa banda. La idea era expulsar la ceniza del cigarro, depositándola en el bolsillo de la camisa de la japonesa, que precisamente estaba ubicado en una de sus dos almenas, pero la encadenada había secundado un furibundo ataque noqueándole. La mercancía habíale estallado al manipularla. El peligro se intuía segundos antes, pero obcecado por las vistas, ese desdichado había seguido adelante. Asumiendo el error, el agredido, que no emitió proclamas por el incidente, lanzó al suelo la punta del cigarrillo que todavía prendía, y reculó sin protestar.
-Tuvo una oportunidad para salir con vida de aquí. La desperdició. Lo lamento, no habrá más -Calcurnia lo miró con respiración entrecortada y jadeante satisfacción. No había salido de ese antro, pero se contentaba con haberle arreado, y aunque su mente era un remolino de dudas inconexas, sabía que no tardaría en volver a tropezarse con ese indeseable individuo, que antes de cerrar la puerta, dijo:
-Se acordara de Preston Thorwald -en su vida había oído nombrar ese rimbombante nombre. En cambio a él lo conocía perfectamente. Se habían cruzado en el pasado, y ambos se detestaban.
Calcurnia se tendió en la cama. Era una mujer que luchaba por no desmayarse. La batalla dialéctica primero, y luego física con Preston, ahora le estaba causando estragos. Necesitaba beber y saber cuánto tiempo llevaba de cautiverio. Quería recordar, pero su memoria estaba borrada. Un alud de imágenes sin sentido desembocaron nuevamente en su imaginación. Se levantó, acércandose al grifo que había cerca de la ventana. Recordaba haber bebido de él recientemente una o dos veces. El nauseabundo olor de la colilla del cigarro, era un impertinente compañero de celda que le molestaba. Esa punta aún respiraba exhalando sus últimos momentos, menos humeantes que al principio, pero suficientes para llamarle la atención. Se agachó para recogerla, y al girarse ,comprobó que esa ventana y el grifo no existían. Solamente había colgada una cantimplora metálica abollada. Ese aire contaminado estaba jugueteando con su cordura. Examinó la colilla, cuyo olor no supo catalogar, aunque la encontró sospechosa. Terminó de apagarla pisándola, y con un vagón de dudas arribando en su mente, desenroscó su tapón. Una emanación parecida al humo de la habitación destapó del todo sus fosas nasales. La habían estado drogando, no cabía duda. Sin capacidad para hidratarse,y sin saber dónde estaba y quién la retenía, se estiró en el camastro, buscando en el sueño, un aliado que restañara su débil estado. Estaba atada, sin maquillaje y despeinada como si hubiera cruzado un túnel de viento; era de talla menuda, cascarrabias, pero todavía mantenía un porte de divinidad celestial, aunque ningún disco luminoso en forma de nimbo rodeara su cabeza. Su gesto mientras dormía era de sufrimiento, los sueños la atormentaban tanto como la anterior visita. Con el leve ruido de las cadenas como canción de cuna, y un alboroto de hombres que corrían, (ruido que se colaba por debajo de la puerta, junto con el maullido de un gato, que velaba por ella, paseando al lado de entrada de la celda), Calcurnia, con irregular respiración se durmió y pareció calmarse. Un pequeño riachuelo de saliva se despedía de la comisura de sus labios. De haber estado allí, antes de romper sus cadenas, Arbogas primero la habría admirado con una sonrisa, para después darle un beso fraternal. Dormía esa pequeña criatura, que a pesar de todos los inconvenientes, seguía estando muy bella.