-Tenemos los informes señor.
-Sí, acaban de llegar -habían intervenido dos hombres en una especie de despacho, desordenado, cuya ténue luz dejaba ver un espacio descuidado. El más alto de ellos, que había empezado a explicarse, estaba inseguro, y su cara apepinada, aún parecía más larga debido a la rigidez y tensión en la que se encontraba. Su subalterno, algo más bajo, y de cuerpo redondeado, tipo tonel, sin llegar a tener el tronco de una cuba de vino, dudaba, no sabiendo qué hacer con sus dedos, que no paraba de apretar, chasqueándolos reiteradamente. Un hombre de cincuenta años, pelo oscuro y nariz bien tallada que formaba una especie de triángulo rectángulo, estaba sentado detrás de una mesa cubierta de papeles. Tras mirarlos sin prestarles demasiada atención, encendió un cigarrillo, saboreando con intensidad las primeras caladas. Después de un interludio en el que el humo se convirtió en otro protagonista más en ese espacio, les dio paso para que le informaran.
-Los chicos han registrado las dos casas. A conciencia. En la de Arbogas, nada que nos pueda servir. Ni una carta, ni un papel. No tiene agenda ni siquiera en su móvil. Parece un hombre apartado de la realidad.
-Y en cambio conoce a todo el mundo -interrumpió el tipo que fumaba, adquiriendo mayor gravedad su voz, y mordiendo el cigarro con rabia.
-Hemos buscado entre los libros, en los cajones, en la ropa. Ni una pista. Con la japonesa la cosa resultó más complicada. Ella estaba en casa y tuvimos que recurrir al plan secundario. Fingimos traer un paquete, la drogamos y embalamos como si nos lleváramos un porte. En el apartamento dimos con algunas cartas antiguas, pero que no sirven para encontrar lo que quiere el jefe -el hombre que estaba sentado, hizo una pelota con lo poco que quedaba del cigarrillo, y como si sus manos fueran las aletas delanteras de una tortuga gigante de las Galápagos, copiando su movimiento en la arena, se deshizo de los papeles que camuflaban la mesa. Miró con desdén a sus subordinados.
-¡Esto no es un informe, es un desastre! -los gritos peinaron de nuevo el flequillo del primer hombre-. Es imposible no hallar ni una sola pista, ni siquiera una dirección. Pinchamos sus teléfonos. Arbogas tiene la información, él lo sabe, y posiblemente su amiga también, o al menos sepa algo que pueda conducirnos por el buen camino. ¿No encontraron algo en sus apartamentos que nos pueda ayudar? -el marinero bajito, que hasta el momento había permanecido en silencio, respondió. Tartamudeaba y su cabeza repetía un movimiento hacia delante, un tic nervioso, como el de un pájaro que intenta cazar a un gusano entre la maleza del bosque.
-Tenemos unas fotos.
-¿Qué fotos? ¿De quién? ¿Hay algo escrito detrás que pueda ayudarnos? -la mirada de desconfianza y desagrado del mandamás que conducía el interrogatorio, se dirigió al hombre inseguro, que siguió expresándose con su estilo, sin prestar atención a las preguntas que le habían hecho.
-En casa de él. Sí, allí las encontramos. Por lo visto había muchas. Este tipo sabe lo que se hace, sí...
-¿Qué fotos? ¡Habla! -sus palabras eran incandescentes, pero no mellaban en el marinero, que proseguía el relato a su ritmo.
-Fotos de ella por supuesto. Yo, yo tengo algunas -del bolsillo de su pantalón, sacó tres hojas dobladas. Una expresión de satisfacción gobernaba en la faz de ese individuo que hablaba, mientras mostraba exultante esas imágenes, que apenas se veían en una habitación tan mal iluminada. El superior las cogió y encendió un flexo-. Es muy guapa, y tiene un cu....- el superior tiró las imágenes en la mesa, cogió con su mano izquierda el flexo y lo acercó a la mejilla del mismo lado del subalterno que había dado esa información. Los ojos del marinero, se sobresaltaron, mientras la piel de su cara se enrojecía por el calor de la bombilla. Iracundo, le gritó como sargento a un soldado novato que no sabe formar correctamente.
-¡Imbécil! No te preocupes de su hermoso "Cu-lo", sino de tu horrible "Cue-llo"- apagó la luz y volvió a sentarse-. Esta información no tiene ningún valor. El jefe no estará satisfecho. Hemos hecho mucho ruido, sin obtener ningún resultado positivo. Es posible que la Ley ya esté alerta. No disponemos de tiempo -meditabundo, el otro grumete tomó la palabra, oteando a los lados inseguro-. También encontramos esta figura en su mesita de noche -un muñeco de cera con el nombre de "Bertram" le fue entregado. Estaba rodeado de alfileres rosas que trazaban lo que pretendía ser un corazón. Ver esa talla le provocó una ligera sonrisa no exenta de sorna, y ladeando la cabeza, sin acertar a dar una explicación a esa pieza de artesanía, la abandonó en la mesa.
-Pero ellos están aquí, no hay que preocuparse -espetó el más alto para suavizar el resultado de sus fracasadas acciones.
-Sí, Jeremías, están aquí y serán interrogados. De manera más efectiva. Cuando llegue el momento, cuando él lo ordene, se hará. Volved a la sala de máquinas, pronto toca relevo -el "walkie-talkie" que portaba ese gerifalte en su chaqueta, empezó a emitir zumbidos, y tras una breve conversación, modificó sus órdenes-. Arbogas ha huido de su camarote y ha encerrado en él a uno de los Felton, no creo que vaya muy lejos, pero debemos retenerlo de inmediato. Cumplan esas órdenes, y recuerden: lo necesitamos vivo y lúcido, así que no le golpeen en la cabeza -observando las tres fotografías que le habían entregado, moviéndolas de lugar, como si se trataran de cartas que mueve un jugador en una mano de póker, concentró su vista en una de ellas, donde aparecía sonriente Calcurnia, y tabaleando encima de su cuerpo, apostilló con una voz calmada, pero no exenta de perversión-. Arbogas debe hablar, sí...¡Ellos hablarán!