Transitaba con paso acelerado por una de las grandes avenidas de la ciudad, en un día apagado, acompañado de una ligera llovizna. El chasquido de las hojas que aplastaba, me seguía durante el camino. A mitad de él, empecé a divisar en la lejanía una figura femenina que con un ritmo semblante al mío, se dirigía hacia mí. En pocos segundos estábamos uno delante del otro. Nos detuvimos. Relinché en un sóplido estúpido que no pude evitar. Ambos vestíamos cazadoras de piel marrón, y estábamos encapuchados, aunque su caperuza era más discreta que la mía. Ella se la quitó, y encadenando una serie de gestos faciales de temor, bajó la cabeza, coloreó su faz en una mezcla de tonalidades blancas y rojas, y finalmente, con pausa y una dosis desmesurada de vergüenza, pronunció mi nombre. La imité. Era ella. Después de tanto tiempo sin saber nada de su vida, de recibir una postrera respuesta no demasiado satisfactoria por su parte, la tenía enfrente. Mi rostro palpitaba como si fueran el interior de una olla cuyo contenido se encuentra en ebullición. Estaba preciosa, radiante en una mañana gris. Esa adorable criatura de nombre interminable a la que yo llamaba, igual que Vilma a Pedro, "cuchi-cuchi", a pesar de estar vencida por el pánico, quiso tomar la iniciativa. Alzó la vista para mirarme fijamente por primera vez. Sus oscuros ojos, tenían un matiz acristalado que conocía. Estaba muy nerviosa. Empezó con un "perdóname", que sonó con rotundidad. Una losa se había desplomado con decoro de su interior, y esta vez no era un muestrario de excusas superficiales que solía improvisar en situaciones parecidas. Acto seguido volvió a bajar la cabeza. Con el mimo que un relojero manipula el interior de una máquina, alcé su barbilla. Quería seguir hablando, pero sus lagrimales estaban a punto de estallar, y no podía permitir que la tristeza manchara la cara más bonita que haya retratado nunca un artista del pincel. Mi dedo índice abortó esa acción, posándose sobre sus sonrosados labios limpios de maquillaje.
-Estamos aquí, juntos. Esto es lo que importa. No necesito explicaciones- sonrió, aún así, un par de gotas decidieron escapar y mostrarse ante mí. La amaba tanto que no quería verla llorar. Era cierto que ella había errado, pero nuestro abrazo la exculpaba de todo. Tuve la sensación de que alguien pulsaba el botón de pausa y la gente que paseaba a nuestro alrededor se detenía; que el aire, el viento y la lluvia cesaban por órdenes celestiales. La instantánea era colosal, para ganar un premio en un concurso de fotografía. Nuestros cuerpos estaban unidos en uno, adosados, quietos en un abrazo interminable. Creía que girábamos como si estuviéramos en un tiovivo. Las mejillas de los dos se reconocieron, parecían tener la misma temperatura y tacto que el agua helada de un estanque. Su carita era un cándida argrupación cromática, temblorosa aún, que arrimé contra la mía.Tomaron calor nuestros rostros al contactar, girando el color de su epidermis como si fuera el letrero de un barbero. No me estaban administrando una inyección con mal tino, pero aspiré hondo, no quería que ese momento se detuviera. Después de balancearnos durante unos instantes, como si nos hubiéramos subido a una barca, (nuestros abrigos eran un obstáculo que nos entorpecía los movimientos), nos miramos. Sin que nuestros labios abrieran diálogo alguno, las iris de ambos se expresaron con sinceridad y franqueza, exculpándose por el tiempo perdido, y profesando un amor mutuo. Por fin la vergüenza había sido desterrada, y los sentimientos de ambos estaban claros y perfectamente emplomados. La soldadura de ese abrazo era el más efectivo de los sellos. Seguimos acurrucados por tiempo indefinido, ninguno de los dos sabía qué sucedía a nuestro alrededor, no nos importaba. Podría haber desaparecido el mundo y no habernos enterado. Habría mutilado partes de mi cuerpo para haber vivido ese momento antes. Consciente de ello, la rodeé con mis brazos. Me cabía, era menuda, pero con su destreza había martilleado mi corazón en diversas ocasiones en el pasado, pero ahora era mía. La estrujé contra mí, con controlada suavidad, como si quisiera hacer mosto con su cuerpo. Ahí estaba yo, por fin, con mi "garotinha", envueltos los dos en una única pieza, y mostrando al mundo un envoltorio con el mejor lema, que no puede ser otro que: una serenata de amor, para toda la vida.
El pasado 28 de febrero hizo tres años que acaeció el 50% de la escena que relato en el texto. Por si lo lee Miss Lemon: le mandé hace 2 semanas una misiva por mp. No tema, nada malo se expone en ella.
Ayer hizo 8 meses, mucho tiempo.
Lo que daría por volver a tener entre mis manos un bombón "serenata de amor", ya no se encuentran. Arcor fabrica una imitación "Bon o bon", pero no tiene nada que ver.