Me adentré como pude en la coctelería. Cualquiera hubiera dicho que estábamos en un vagón de metro en la hora punta. Después de recibir algunos empujones, ver barrado mi paso, y esquivar diversos codos al aire, pude llegar a un claro, que separaba la barra central de unas mesas donde se dispensaban, además de bebidas, bocadillos poco convencionales. Me sentí como un jugador de baloncesto peleando por un rebote en la pintura. Cuando estaba sopesando qué combinado podía pedir, me pareció que a lo lejos se movía algo. Terminé de girarme, y a unos metros de distancia, desde una mesa, el brazo de una mujer se agitaba. Dudé si era a mí, hasta que pronunció mi nombre. Me aproximé, y al llegar a ella, mis cejas no pudieron evitar alzarse como una persiana al amanecer un nuevo día.
-Bertram Arbogas, es usted. Siéntese -obedecí, contusionado por la belleza de mi acompañante y por ser quien era.
-Calcurnia Kobayashi. Han pasado tres...
-Cuatro años- la miré de arriba abajo, en un movimiento de cabeza nada disimulado, que podría calificarse como poco caballeroso. Destacaban sus ojos perfilados, que contrastaban con su piel completamente blanca. Un carmín con destellos, combinaba con su magnífica gabardina roja, de cuello alzado, que le daba un porte satánico. Si esa mujer era el demonio, quería rendirme a él y hacer maldades. Pero no olvidaba el incidente que habíamos vivido años atrás.
-Nuestro tropiezo no fue exactamente agradable. Lo recuerda, ¿verdad?
-Soy consciente -se acercó para agarrarme de la muñeca con una extremada candidez- Aquella historia forma parte de un horrible pasado. Lamento que sucediera, y debo estar agradecida por su brillante actuación. Conseguí liberarme de...-la presencia de un camarero abortó su explicación. Ella pidió un "Stinger" con un botellín de soda, y yo la copié.
-¿Qué ocurrió con su amigo?
-Perdió los papeles. Pasó a ser mi mayor enemigo. Sus problemas familiares se extendieron a los negocios y tuvo que cerrar los restaurantes.
-¿Y ahora?
-Un compañero le propuso que fueran socios en una empresa dedicada a la fabricación de frutas en conserva, pero Zack estaba arruinado, así que no podía aportar capital alguno. Por caridad le dieron un empleo en la fábrica, testimonial, y dicen que se pasa las mañanas correteando por la nave, vestido sólo con una bata blanca, medio desnudo, diciendo que es el responsable del almíbar y gritando "Demasiado azúcar, hay demasiado azúcar en el almíbar"- Calcurnia negó con semblante apesadumbrado. Mientras, nuestras bebidas habían llegado, y con ellas la nota que abonó ella. Brindamos por un futuro mejor, hecho lo cual, tosí como un colegial lo hace la primera vez que le da una calada a un cigarrillo. Me avergoncé por ello, más aún al darme cuenta de que mi cara estaba asfixiada y mis ojos abiertos al máximo. Cariacontecido por la contundencia de la bebida, le pregunté.
-¿Qué hemos pedido?
-"Stinger" es una mezcla de crema de menta y brandy. Me aficioné a tomarlo cuando vivía en Nueva York.
-Creía que las mujeres sólo bebían "Cosmopolitan" y "Margarita"- mi acompañante soltó una risa contenida, balanceando su espalda y mostrando una actitud seductora. Aparté mi copa, y di con el platillo de la cuenta.
- ¿El precio de la copa incluye el vaso? Por ese total, yo me lo llevaría a casa. Incluso la mesa, pero dudo de que le quepa en el bolso.
-"El despacho" es un local distinguido. Eso es lo que no me gusta de usted Arbogas. Es un hombre atractivo, brillante, decidido...
-No se detenga. Me agrada ese intercambio de halagos.
-Pero no termina de estar a la altura. Ese cuello de camisa, por ejemplo, está del todo desfasado.
-Ja,ja...Calcurnia, es usted una maravillosa asesora de imagen. Reconozco que no tengo su brillantez a la hora de saber conjuntar. Me encanta su gabardina roja.
-Es de Fred Perry.
-¿Ah, se la prestó un amigo? Tiene buen gusto vistiendo, y sabe elegir a sus compañías, me refiero a la de esta noche -la asiática dejó de beber, bajando la mirada de forma escudriñadora. Sus ojos me estaban diseccionando detenidamente. Lo notaba. Tanta observación empezó a intimidarme. En realidad esa mujer me gustaba, y puede que ella ya se hubiera percatado. Quise cortar el silencio, antes de que mis mejillas empezaran a palpitar -Cuando tenga una entrevista de trabajo, le consultaré antes para presentarme decente. ¿Ha visto qué emparedados tan curiosos? Lengua de buey con puré de boniatos y cilantro, "crostini" con salteado de setas silvestres, vegetal de berros y canónigo con fundido de quesos parmesano y gorgonzola -la japonesa no estaba atenta a mis indicaciones gastronómicas.
-Yo puedo solucionarle eso.
-No entiendo -dije mientras doblaba el tríptico con el menú de los bocadillos.
-Puedo hacerle una entrevista de trabajo. Aquí. Ahora- mi cara albergaba un gran interrogante, así que Calcurnia tuvo que seguir expresando sus ideas- Le ofrezco un empleo.
-¿Necesita investigar a alguien?
-No quiero contratarle para eso. Además de detective, seguro que puede serme útil en muchas otras tareas-de haberse podido fumar en ese local, ese era el instante idóneo para sacar una pitillera plateada de su bolso, y con una boquilla de nácar negro interminable, dispararme el humo a la cara para provocarme.
-No entiendo nada de botánica, en ese aspecto sólo puedo decirle que soy un entusiasta de las orquídeas, así que no me veo cuidando del jardín de su casa. Podría ser su chófer, pero estoy enemistado con los uniformes, detesto las gorras, aunque tengo buena práctica en la conducción evasiva -Kobayashi negó con la cabeza. Intentaba esconder una sonrisa dentro de una faz que contenía cierta dosis de malicia. Era una interpretación oriental de Lauren Bacall en sus mejores combates dialécticos con Humphrey Bogart.
-Jardinero, conductor...No. Había pensado en otra cosa -unos segundos para proporcionarle más interés a sus palabras, cayeron hasta que finalizó la frase- Limpiabotas -reí a carcajadas, hasta que me di cuenta de que no bromeaba. Seguía mirándome seria. Creía firmemente en lo que había dicho. Titubeé. Esa mujer tenía la virtud de ponerme nervioso en décimas de segundo.
-Hagamos la prueba -Calcurnia movió ligeramente su asiento, y cruzando las piernas me mostró su calzado- Jimmy Choo, adecuados para salir de fiesta. Admire su diseño impecable. No pueden cepillarse de forma convencional. Precisan de un cuidado especial- se acercó a mí. Era un felino en la selva que con pisadas insonoras, agazapado, espera a su presa para abalanzarse sobre ella. Estaba cerca de mí, y al ver que no respondía, su intransigente mano de uñas afiladas a tono con sus labios y gabardina, se adentraron en el interior de mi camisa. Dibujó en mi piel unas cenefas, hasta que me arañó con cierta fuerza, como si quisiera arrancarme uno de los pectorales.
-Es usted un hombre de recia consistencia- se apartó de mí, después de haber reconocido mi coraza romana, con un deje sensual, juzgándome con la mirada, esperando atenta mi respuesta.
-¿Tiene un bote de betún encima? ¿Quiere que le limpie los zapatos aquí? ¿Delante de todo el mundo? ¿Ese es el trabajo que me ofrece? -hablé como si alguien me estuviera agitando, con voz quebrada, llena de agudos y gallos, en una locución lamentable.
-Y la recompensa es alta -Calcurnia aguantaba su vehemencia que se resistía a desbocarse dentro de ella. No soportaba que nadie la contrariara.
-Probaré suerte. A ver ese frasco.
-¡Arbogas! Unos zapatos Jimmy Choo se adoran, se frotan con mimo, y para ellos es necesario disponer de un siervo. ¡Agáchese! ¡Al suelo! Métase debajo de la mesa. Alargaré el mantel para que le cubra -no sabía qué hacer, pero un halo de excitación morbosa me dominaba. Seguí sus imperativas instrucciones. La mesa era pequeña y apenas había espacio. Estaba ridículamente agazapado, como un soldado en una trinchera. Mi espalda curvada tocaba contra la mesa y quedaba camuflada por el mantel. La silla de Calcurnia chirrió al dar marcha atrás -Su lengua será el cepillo, y su saliva el betún- era ridícula la empresa, pero obedecí. En esta ocasión no me había amenazado con ningún látigo ni me tenía encadenado en ninguna estructura de tortura como había sucedido antaño, pero a pesar de ello, conseguía dominarme. Intenté humedecer mi boca seca por la incertidumbre, y me muté en una vaca que alarga su lengua para hacerse con el pasto. El tacto del zapato era suave. Inspeccioné a conciencia toda la zona, desnuda en la parte del empeine, donde aproveché para besarla con profusión. Esos pies desprendían un increíble aroma dulzón, que me incitaba y hacía menor mi dolor de espalda y el de las piernas, por la incómoda posición adquirida. Los tacones eran pirámides doradas, que tenía que restregar con menor intensidad para no dañarme el paladar- Siga así, lo está haciendo muy bien -quería más. La cogí de los tobillos, asiéndome a ella como un reo enloquecido se agarra a los barrotes de su celda. Cuando la parte delantera del mantel se levantó y la luz de la sala entró en ese pequeño espacio donde me escondía, siguió alentándome- No se detenga ahora Arbogas- sorbí ese cuero negro de los Jimmy Choo, como un perro que lame en un charco de la calle. Mi lengua estaba áspera, rasposa, y casi parecía insensible. Una silla que retrocedía con su habitual y quejumbrosa sonoridad, me alertó de que se avecinaban novedades. Paré e intenté levantar el cuello que crujió como si hubieran pisado una bolsa llena de cacahuetes con cáscara. Kobayashi había acercado su silla a la mesa, pegándose a ella, de forma que quedara casi tan oculta como yo, y a mi vista, se desabrochó primero el cinturón de la gabardina, y luego los botones de la misma. El telón rojo se descubrió ante mi anodina mirada. Ese era el premio, mi salario. Tragué saliva y casi me ahogué. Empecé a adorar esas piernas cubiertas por unas sedosas medias. Las convertí en improvisada barra de jabón de afeitar, pues me las restregué por la cara como si fuera a rasurarme. Mientras seguía con mi particular deleite, descubrí que un juego de ligueros negros, la acompañaban. Recorrí sus elásticos que terminaban en una banda de sujeción a la altura del vientre. Antes de encaramarme a esa zona, mi lengua que era como una especie de funicular, habíase detenido en un vergel, no del todo imberbe, donde emanaban vapores de mujer sofisticada. Mordí esa espita femenina con descaro, para ver si algún gas de aroma dulzón terminaba por narcotizarme. Kobayashi, entregada al momento, bajó sus manos y me dirigió. Ahora mi cabeza era su volante que utilizaba como escoplo para perforarse a sí misma. Me aparté unos segundos para tomar aire. Con la suficiente visibilidad que tenía, admiré esa dádiva que había recibido. Me sentí como un escolano que se maravilla al cantar en una capilla, extasiado por lo ornamentación religiosa y los acordes de un órgano que emite compases celestiales. Ella era un ángel, disfrazado con ropas de demonio, con colores pasionales, gustosa de corromper de nuevo a un desdichado como yo. Golpeé sus muslos, y noté como la mesa daba un bote. Era posible que ese espectáculo fuera visible desde algún ángulo de la sala, ya que el mantel no me cubría toda la retaguardia. Con una gula insaciable, reanudé mi actividad. Quería poseerla entera, deshacerme de su única prenda de lencería que cubría parte de su portentosa anatomía, y conocerla más de cerca, pero el telón se había bajado. Con cada botón de la gabardina en su sitio, salí de mi zulo, con falta de habilidad, pues la sangre no corría por mis piernas, y mi espalda estaba tan tumbada como una tabla de planchar. No habíamos terminado aquella experiencia, y ello me afligía. Me senté buscando una posición que colocara cada articulación en su sitio. Estaba molido. Mientras estiraba las piernas, reconocí en uno de los extremos de la barra al propietario de la tienda de mascotas exóticas "Little Peter", que me saludó desde lejos. ¿Me habría descubierto haciendo trabajos de arqueología femenina debajo de la mesa? Quizás por ello me sonría con descaro.
-Ha pasado la prueba con nota Sr.Arbogas. Tenía la esperanza de que estaría a la altura -Kobayashi se levantó, alisando alguna arruga de la gabardina, que mantenía su vista impecable, y me lanzó una tarjeta de visita- Llámeme, tengo otros trabajos para usted -y así fue. Calcurnia Kobayashi, esa menuda mujer que chasqueando los dedos conseguía todos sus propósitos, logró retenerme para cumplir sus quehaceres domésticos, parecidos a los que acontecieron esa noche en la coctelería. Así que esta historia, se contempla como la última, es un epílogo, puesto que mi vida estará para siempre dedicada a ella.
FIN