Un encuentro singular…
Agosto de 2008, lo recuerdo porque estaba en Barajas el día del accidente aéreo.
Reclinado en el asiento del avión y meditando sobre lo que me llevaba a Madrid y la forma de como iba a afrontarlo, pues la muerte de una compañera y más si has tenido algo que ver en ella, me estaba resultando difícil de digerir, el entierro era a la mañana siguiente. Así pues y sin saber como, mi mente se evadió y me llevó a recordar un hecho de mi juventud que ni tan siquiera sabía que allí estaba. Una frase a la que odié durante ese período de mi vida desencadenó el recuerdo “ Si estudias con ahinco sacarás un cinco” era de mi profesor de Historia durante el bachiller. A él y a su mujer les apodé el matrimonio bocadillo, pues él era mas bueno que el pan y su mujer estaba jamón. Recuerdo perfectamente cuando se presentó en clase, él mayor y ella, a la que tomé durante tiempo por una ayudante recién licenciada que tomaba apuntes para los libros de él. Preciosa mujer de piernas largas, sentada a menudo encima de la mesa, él en su sillón disfrutando. Mi mundo se conmovió cuando supe que era su mujer, pero esa es otra historia….
Llegué a Barajas con la soberbia puntualidad de Iberia, y cogí un taxi con tal despiste por mi parte que ya había una chica dentro de él, tan en lo mio estaba que llegué a darle la dirección al chofer y con sorpresa me la veo a ella, dios que susto me dio, perpleja por mi “caradura” rió con ganas y cosas de la vida nuestro destino era casi el mismo, asi que compartimos coche. Llegados a Madrid por cada calle que pasábamos me la identificaba y me daba algunos datos históricos de plazas y cosas sililares.
Todo ello con gran alegría del taxi, pues me daba la impresión de llevar guía y tour túristico a juzgar por el precio que pagué. Ya cerca de la Gran Via y cuando se acercaba el fin del trayecto solté de pronto la frase ¿ Que haces esta noche hasta las diez de la mañana?
- Pues no tengo planes.
-¿Cenamos? Dije como para mi mismo así, muy bajito.
- Perfecto, conozco un sitio cerca de aquí.
Me acompaño hasta el Hotel a dejar la maleta, pero no pasó del umbral de la puerta de mi habitación. Dejé mis cosas y bajamos a cenar.
Cenamos y supe apreciar la tremenda simpatía, su charla culta y amable, su curiosidad por un tipo como yo, y sobre todo la belleza de sus ojos en los que no había podido reparar hasta ese momento.
Tras la cena dimos un pequeño paseo y fuimos a parar a un local de streep tease muy cercano al Hotel y ella decidida, quería entrar. Y entramos, yo nervioso, pues había al menos 10 mujeres desnudas que una tras otra se empeñaban en mostrar sus encantos muy cerquita nuestra, apenas 5 o 6 clientes y una sola mujer, la que me acompañaba y se reía al ver mi incomodidad. Después nos fuimos hasta el Hotel, era el momento mas importante, ¿se quedaría?
En el hall la cogí de las manos y ni tan siquiera me dejó hacer la pregunta fatídica.
-Quiero quedarme esta noche. Debí estar bendecido por los dioses, asi que no dudé y para arriba.
Una vez allí ella se reía, diciendo, hoy vas a ver a una última mujer desnuda, al menos esta noche. Se desnudó con calma y delicadeza, me abrazó y me comenzó a desnudar entre besos y caricias; entre masajes, aromas de chocolate con cierto gusto a latex, disfrutó de mí y yo de ella.
Recuerdo la calidez de su piel y de sus pechos, su genuina desnudez, sus piernas rodeándome y frente a mí sus ojos en los míos, abismos de emociones que no supe controlar. Su cuerpo joven se impuso al mío y entre caricias y besos nos amamos y aunque no hubo palabras de amor, hasta hoy llega su recuerdo salpicado de algunos sms durante los dos últimos años.
Y luego …. la despedida de un Capuleto y una Montesco
“Oh, aquí pondré mi descanso eterno y sacudiré el yugo de las estrellas enemigas quitándolo de esta carne harta del mundo,
ojos mirad por última vez, brazos dad vuestro último abrazo y vosotros labios, puertas del aliento, sellad con un legitimo beso una concesión sin término a la muerte rapaz.
Ven, áspero y vencedor piloto: mi nave, harta de combatir con las olas, quiere
quebrantarse en los peñascos. Brindemos por mi dama. ¡Oh, cuán portentosos
son los efectos de tu bálsamo, alquimista veraz! Así, con este beso... muero.”