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Membresia 1 Estrella
El peine del viento
En el instante justo en que el mundo se desvanece, la electricidad que atraviesa el cuerpo invade el alma con imágenes e historias contenidas. A veces son salvajes, otras románticas e incluso algunas inquietantes. Anoche se llenó de nostalgia, y me trajo uno de tantos recuerdos no vividos, que perduran impolutos con el tiempo. Y, como siempre, fui feliz:
Ondarreta se adormece, y las luces chispean intermitentes las fachadas. Acunada en el óxido, los pies descalzos, Nerea traza letras y figuras onduladas. Dibuja cuerpos desnudos en su libreta, detalles exactos de su propia anatomía, los puntos mágicos que hoy, ahora, despiertan sus sentidos.
Despacito, gozando con el rac-rac-rac que susurran las espirales, Nerea va arrancando las páginas una a una y las entrega al viento. Mensajes de náufrago sin botella, gritos silentes en busca de un placer atemporal y único.
En su témenos particular el blanco se llena de fantasías concretas antes de volar. Y Nerea espera, con la tensión y el gozo del anticipo cosquilleando las plantas de sus pies, mojando las esquinas de su alma con perfume de mujer.
El mar, el mar Cantábrico, huele a naturaleza preñada y a pasión. Huele a sal y a hierba cortada, a viaje y a olvido. Huele al frío de sus inviernos, a la espuma temblorosa de sus olas. El mar bendice el atrevimiento, y salpica con agua fría su piel morena. El viento enmaraña más si cabe sus rizos revueltos, y tensa como una vela su camisa blanca. Embebida en su fantasía, Nerea desabrocha uno a uno los siete botones nacarados que encierran sus pasiones.
Javier hace rato que está mirando, a estas alturas ya le tiembla el pulso. Sentado en un roca, con la camisa mojada de salitre y un papel arrugado en el bolsillo, se deleita en la estética de esa imagen, la de una mujer medio desnuda acurrucada en el Peine del Viento. Disfruta con su gesto torcido a media luz, con el trazo de su lápiz, con los vaqueros ajustados a una piel que percibe caliente. Sigue hipnotizado el balanceo de los pies descalzos, el revuelo caótico de su melena al viento.
Despliega despacito su dibujo, alisa las esquinas y los bordes. Es ella, con un contorno desdibujado a lápiz, donde sólo dos botones erizados en su piel cobran una precisión obsesiva, exacta, meticulosa.
Javier pasa un dedo por el papel rugoso, y a lo lejos ella se estremece acariciada por el viento. Su camisa abierta es ahora su bandera blanca: rendición absoluta, incondicional, entrega ciega. La libreta vuela entera con un gesto de desprecio, casi de éxtasis. Sus dos botones, en el papel y en su piel, toman la palabra. Se tensan, se erigen, se rinden y pelean, otorgan y abandonan para cumplir todo lo que él quiera pedir y ella entregar.
De nuevo el mar bendice con espuma blanca sus instintos, y salpica de sal y brea su memoria. Y, ahora sí, el blanco húmedo y caliente mancha su piel y acalla sus temblores.
Por fin se miran a los ojos, con la certeza de quien ha encontrado lo que no buscaba, con la perplejidad de comprender que la eternidad no es dios, sino todo aquello que ya surgió antes del tiempo y no ha de conocer la muerte. Se alejan paseando, con un puñado de eternidad en el fondo del bolsillo.
Pasea por la Concha vestido de domingo, si así lo quieres, comparte tertulias educadas y sonrisas complacientes. Pero si te acercas al Peine del Viento, que sea descalzo, y el mar bautizará con sal tus pies en el acceso al témenos.
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Re: El peine del viento
El matiz entre un relato y un pálpito, entre un puñado de letras y su susurro, permite comprender y sentir como la sensibilidad se traslada de lo que observamos a lo que nos observa y peina, para encontrarnos cuando nos sabemos perdidos.
Por inercia y condición, el humano infravalora lo que no entiende y le inquieta, que lo que le inquieta y no entiende. Es lícito, sentir como alguien esculpe con las mismas palabras lo que el otro sería incapaz de imaginar.
El viento es el único capaz de virar al tiempo, y desandar lo que parecía inabordable.
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