Nota previa: Creo que lo publiqué en un hilo poco apropiado. Aquí está mucho mejor, y aprovecho para editar un par de errores que engañaron mi presbicia!. Además es mi post nº 500... Es un bonito número. De momento nos quedaremos aquí... yo, los 500 posts y.... Sara. .
Hoy toca un juego a medio camino de la sumisión y la devoción. ¿O era devoción por una sumisa que nunca lo fue realmente?.
Verano. Año indeterminado. Escenario increíble. Un hotel para soñar… despiertos.
Una chica para soñar… en cualquier situación. La llamaremos SARA. Entre nosotros utilizábamos un idioma ajeno al foro. Excusad errores de transcripción.
Sara, estrenando vestido, como otras veces, uno de los regalos que nunca le pedía pero con los que, a menudo, me obsequiaba.
Sara de pie, frente el espejo. Cuarto de baño, enorme, de una suite en el último piso de un hotel, cerca del cielo. Sólo los ángeles podían escucharla si gritaba.
Pero nadie acudiría si lo hiciera. Los ángeles son sordos. Sólo escuchan el batir de sus alas. Parecen humanos estos ángeles, pendientes de ellos mismos.
-Cierra los ojos, Sara – y cumplió tamaño desprecio a cuanto bello hay en el mundo. Algún día hablaré de sus ojos.
Sara, indefensa, párpados cerrados. Sola, a mi merced.
-Tranquila, confía en mí – y el antifaz se ciñó en torno a su mirada, perfectamente ajustado.
-No veo nada. Sí, confío – era una voz todavía tranquila. Casi risueña.
Me apoderé suavemente de sus brazos, acariciándolos, descendiendo por ellos hasta aferrar sus muñecas en su espalda.
Y entonces la esposé. Y empecé a desnudarla.
-Hablemos, Sara, de la administración del dolor. Hay quien la considera un arte, otros una ciencia… algunos, simplemente una técnica – deshice el lazo del vestido y lo bajé de golpe hasta sus tobillos- ¿Tú que crees que es?
-Yo creo… -parecía interrumpirse cuando le desabroché la última pieza de ropa que todavía la cubría, un sujetador de satén blanco- yo creo que es un arte.
-Claro, Sara, claro que es un arte. La administración del dolor no puede ser otra cosa –empecé a susurrar en su oído – Sólo un arte será capaz de que tomes como verdades absolutas lo que ayer eran mentiras repugnantes – acaricié entre sus dedos sus pezones ahora expuestos.- sólo un arte hará que contestes a preguntas antes incluso de conocerlas – presioné ligeramente un pezón – ¿Tienes miedo, Sara?-
-Un poco.. sólo un poco –su voz había perdido la firmeza inicial, pero todavía sonaba clara.
Sara desnuda, esposada. Los ojos velados por un antifaz ceñido por una correa le niegan contemplar el espectáculo de su fragilidad en el espejo. Ningún temblor, siquiera en sus labios que parecen incluso esbozar una sonsrisa...
-Cualquier arte crea emociones. Éste también. Ninguna emoción que nace en una obra de arte es espontánea. Las que genera la administración, la sabia y paciente administración del dolor, aún menos. Diferirá la intensidad, los métodos, la frecuencia… en función del objetivo. Unas será una confesión – ahora acaricié, lentamente con mis yeams, su espalda desnuda - otras una traición – mis manos contorneaban sus nalgas-… quizás un castigo… ¿mereces algún castigo, Sara?. ¿Quizás… no te comportaste bien conmigo?
-No…- dudaba que responder- bueno… quizás un poco…
-Ahora vuelvo, cariño. Necesito algo
Tardé sólo un momento, pero a ella le parecó una eternidad. Parecía algo alterada. En mi diestra, llevaba un objeto largo pero mínimo, no por ello menos amenazante. Pero ella no podía ver nada. Sólo escuchaba,
-La administración del dolor es un arte incluso en su ausencia. Puede que cese, con la promesa de volver más tarde, Y en ese periplo, continuarás dominada por ella. El dolor se nota sólo presintiéndolo. Al final, casi desearás que llegue y sustituya la incertidumbre.
-No me hagas daño… por favor.
El objeto tenía una empuñadura con un único pulsador. Conectado, emitió un zumbido inquietante. Lo acerqué a su oído.
-¿Qué es esto? .- parecía asustada.
-Todo arte necesita una técnica. La administración del dolor ha desarrollado muchas a lo largo de los milenios que llevamos practicándola. Ésta combina modernidad y tradición. Una vara de bambú y electricidad. El bambú duele, pero sabiamente utilizado, no hiere la superficie. Basta un suave giro de muñeca en el último momento y, toda la fuerza, irá hacia tu interior. Pero tu piel, aún cubriendo músculos desgarrados– le besé el cuello mientras abrazaba sus deliciosos senos con las palmas- no tendrá ni memoria ni prueba del dolor.
Las paredes de mármol verde del baño sólo devolvían el suave zumbido de la vara y la respiración agitada de Sara. Silencio por el resto.
Le retiré los pendientes .
-Si tienes sed bebe ahora. Después, durante algunos minutos serás como una pila. Ese problema todavía no lo ha resuelto nuestra técnica. Algo de la electricidad permanece en el cuerpo y tarda en eliminarse. Y en tal situación, es muy peligroso ingerir líquidos. Tampoco debes llevar nada metálico, excepto lo que yo voy a aplicarte- acaricié todo el contorno de su rostro con mis pulgares, desde la sien hasta juntarlos en su barbilla. Temblaba.
-No…no puedo beber ahora… - ya no quedaba atisbo de aquella voz firme, serena, segura, de elegante dicción, que me había seducido meses atrás.
Acerqué un paquete lujosamente envuelto a sus labios. Le ordené morder la cinta y tirar con fuerza de ella. Deshecho el lazo, extraje el contenido. Ella notó como hurgaba en los lóbulos de sus orejas…
-¿Qué… que me estás haciendo? – luego notó como un collar se cernía en su cuello – Por favor… cariño… contéstame..
Empecé a recorrer todo su cuerpo con la vara. El motor de la empuñadura provocaba una vibración intensa en el extremo. Invertí mucho tiempo en los pechos, para después jugar con la toda la sonrisa de su sexo, el surco entre sus nalgas, su espalda... Un leve, pero sonoro azote, de vez en cuando...
Entonces dejé caer el instrumento que siguió, como epiléptico, vibrando en el suelo. Descubri su mirada, liberé sus muñecas... En su cuello y de sus lóbulos pendían hileras brillantes de piedras talladas.
Sus ojos absorbieron todo el destello, las joyas parecían ahora opacas. Me miró en el espejo. Sonrió, se giró y me devoró los labios.
Hicimos el amor durante horas.
Sara.