Todavía olía a mar, a recién salida del baño de sales, como estaba previsto, viviendo tan cerca. Era una vieja amiga, pero no por ello dejaba de sorprenderte.
Se os acercó, decidida, descarada, puntual, inundando palmo a palmo, como sólo ella sabe hacer, cruzando el umbral desnuda, explosiva, a través de velos que no intentaron, ni hubieran podido tampoco, detenerla.
Empezó a arrastrarse, ofreciendo de nuevo la visión de una gatita, torturándote dulcemente con un recuerdo muy reciente, sensual gatita en silencio para no despertarla, siquiera un maullido, serpenteando por encima de los restos de una escena que hubieras querido que nunca acabase. Y, como por encanto, se desvelaban a su paso prendas caprichosamente olvidadas, copas vacías y un último, viejo y agotado, hielo que no pudo resistir ni el contoneo ni el calor de su cuerpo.
Y llegó su turno, su objetivo. Porque venía a por ella y era para ella. Parecía no querer tocarla. Pero la deseaba, no podía ser de otra forma. Sin reponer fuerzas, decidida a poseerla toda, empezó a subir lentamente por las piernas apenas cubiertas por el lino... gatita sobre gatita.
Y entonces aparecieron sombras, o eran manos, que acariciaban, despacio, o sombras que se confundían con manos, explorando milímetro a milímetro, sin esfuerzo, como flotando por encima de esa piel tan suave que, horas antes, creías que era tuya. Como tenía que estar disfrutando la maldita, vieja amiga sí, pero recién llegada!. Las manos, o las sombras, quien sabe, se deslizaban hacia la espalda casi expuesta, y ya no podías contenerte, porque aún no lo vieses, después, una lengua puede que recorriese el camino , degustando en todos los surcos, en cualquier pliegue, por todos los rincones .
Acaso oíste una respiración que se aceleraba, y , al fin, se unían los rostros, rivalizando en belleza hasta confundirse, mientras, la visitante, buscaba, ávida, sus labios pero, mil reflejos de cobre, en venganza por enmarañarlos tanto, no te consintieron ver como se besaban.
Y las sombras, o quizás manos , se adueñaban de sus pechos, se unían bajo su cuerpo y la estrechaban con fuerza. Y tu sólo podías mirar, desde muy cerca, notando como los dos cuerpos se fundían en uno. Y estabas muy atento.
Para no perder detalle.
Para no olvidar nunca el espectáculo de la primera luz del día amando a su piel blanca.
Dos destellos de ámbar cuando terminó todo. Y los labios que temías haber devorado la noche anterior, rompían la línea perfecta para liberar sólo un hilo, un susurro, un único maullido, mientras se acurrucaba, gatita, ya solo una , en tu pecho, Bon dia… no! no repitas el resto, guárdalo.
Guárdalo con aquellos mil sabores derramados en tus labios y con el aire con el que quisiste respirar a través de su piel.
Y maldice, de nuevo, el tiempo, porque, siquiera en Primavera, siquiera por deferencia a la luz, supo detenerse. Mil veces maldito cretino. Mil veces maldito.