Bueno, ahí va un tercer relato, esta vez en clave de humor, espero que os guste. No le tomeis en cuenta algunas cosas al narrador, no da más de sí, el pobre.

ROBERTO Y EL LITIO

Aún no me lo puedo creer. Qué fuerte lo del Roberto. Ya ha pasado una semana y el club sigue pasmado. Que nadie reacciona, oyes. Y es que ha sido muy fuerte, pero mucho.

El mes pasado, cuando apareció por allí, todos pensamos lo mismo: ya está, otro niñato de gimnasio que viene aquí a espantarnos las nenas. Y es que había que verle. Tan alto, tan guapo, tan rubio. Un asco vamos. Y los musculitos que se marcaban, como si fueran de acero. Si a la primera parecía maricón, pero ya ya.

Y el caso es que la cosa no empezó mal del todo. Que sí, que las pibas le miraban con ojos golositos, pero nada más, como si les diera miedo. El pavo se sentaba y se quedaba muy quieto, vamos que ni pestañeaba. Allí con su sonrisita, con su carita de mosquita muerta. Y las tías venga a mirarle y cuchichear. Pero bueno, no pasaba de ahí, por lo demás todo normal. Alguna parejita que se anima, las churris de siempre que les va más un pijo que a un tonto una tiza. El Jose, el escritor, ligando con su rollo intelectual, que si escribo novelas y tal; el Paco, el actor, con eso de que si no me has visto por la tele, o el Pablito que es capaz de venderle una nevera a un esquimal, y bueno, también moja como un loco. O los polacos, el Pere, que hay que fastidiarse con eso de llamarse “pera” y el Yauma, o como se diga, que hay que ver los viajecitos que se pegan, que no paran los tíos. Bueno, y los demás que también pillamos cacho de vez en cuando. Pero vamos, que el Roberto estaba allí, como si no estuviera, que parecía que no respiraba. Y desde luego, no pasaba nunca. Ya pensábamos que iba a ser verdad que era marica…

Hasta el día de la frígida. Sí, la frígida. El pibón ese que viene con el marido que tiene cara de lelo. La rubia de las melenas. Sí, esa. Mira que lo hemos intentado todos, de todas las maneras y nada. Que no había manera. Pero ni tíos ni parejas. Que yo no se a qué venía por aquí. A ver. Por algo la llamábamos la frígida.

Hasta que a la jefa se la hincharon las narices y se puso plasta, los juntó, y ahí cambió todo. Le costó, eh, que al principio parecía que todo seguía igual. Mucho rato hablando, o no hablando, porque él casi no decía nada. Pero con esto y lo otro, que la tía lo mira cada vez más, y que llega la jefa y casi a rastras se los lleva para la pista. Y todos mirando, riéndonos y haciendo apuestas, que yo palmé 30 pavos como un pardillo. Porque en éstas, como que si bailan como que si no, a la tía no se le ocurre otra cosa que echarle mano al paquete. Bueno, como a todos, que hasta ahí es a donde llegaba, que por algo además de la frígida la llamamos la calientap… eso. Que mucho echar mano y cuando te empezabas a animar te dejaba siempre a dos velas.

Bueno, pues con el Roberto no. Que pegó un grito la piba que parecía que la estaban violando. Si hasta la jefa vino a ver qué pasaba. Y al segundo se lo estaba comiendo la muy guarra. No, con los ojos no. Que se lo comía a bocados. Que no, que a él no. Bueno sí, pero quiero decir que se lo comía. O que se la comía, vaya. Total, que se acaban yendo a escape para el privado, y ahí fue la mundial. Qué gritos, qué gemidos. Y todos con los ojos como platos. Que ésa no podía ser la frígida. Pero vaya si era.

Total que nadie se comió ya una rosca, que estábamos todos como alucinados con los gritos. Y a las dos horas cuando salen, el Roberto como si nada va y se sienta como siempre, y la frígida que sale toda alterada y se abraza a Elsa, la jefa, y se echa a llorar y se pone “Gracias, gracias, gracias”.

Y al día siguiente vuelve la frígida y ya no se trae al marido, sino a una amiga. Que todos tan contentos, pensando, “hala, la frígida para el Roberto y la amiga para el que pueda”. Pues no, que acabaron las dos con el Roberto y salieron igual, que les temblaban las piernas, que lo vi yo. Pues al otro día, otra, y al otro otra, y así todos los días. Y las tías que no venían hace tiempo, pues que vuelven, y las parejas lo mismo. Y todas con él, que a los demás ni caso. Vamos, que se quedó con todo el personal, y nos quedamos a pan y agua, y ni escritor, ni constructor, ni actor ni leches. Todas para el Roberto.

Y no te creas, que hasta la Elsa y el Manolo, los jefes, se empezaron a mosquear. Porque mucho privado y mucha historia, pero si no entran tíos, mal negocio. Porque además, empezamos a dejar de ir, que las copas a 15 napos son muchos napos para no tener ni opciones, vamos digo yo.

Menos mal que volvió la frígida, y el Roberto le aguantaba los asaltos. Que esa es otra, que yo no sé cómo lo hacía, pero ni acababa ni se cansaba, el tío. Que no se le aflojaba, vaya. Venga con la frígida, y dale, y dale y dale, y las chorbas una vez, y otra, y otra, y el Roberto que seguía allí como si nada, tieso como una vela. Porque hay que reconocer que el pollo está bueno, y además bien armado. Vamos que le veías y casi te daban ganas de hacerte julapa. Que sí, confieso que lo llegué a pensar, sería la necesidad. Que decía, pues si a las tías les gusta tanto, será por algo…Menos mal las cosas cambiaron y se me pasó la neura, que ya me veía de mariposón.

Pues eso, a lo que iba. Que fue el día que la frígida, que ya no era frígida, se puso más cachonda de lo normal, y no paraba de correrse la tía. Y como el Roberto seguía, dale y dale, la tía también “más, más, más…” Total, que las otras jais se estaban poniendo a cien, y ya les daba igual ocho que ochenta, y se tiran a por nosotros. Dios, la que se armó.

Vale, que ya sé que en realidad lo querían era tirarse al Roberto, pero bueno, la verdad es que al final se lo hicieron con los que andábamos por allí. Y al día siguiente igual, y al otro lo mismo. Todos los días, dale que te pego. El Roberto con la frígida, venga, sin parar, otro y otro. Y nosotros con las demás que así se desahogaban. Eso sí, estábamos ya todos derrengados y hechos polvo y el Roberto que no paraba. Que más de una, después de exprimirnos, todavía se atrevía a pasar con él. Y cumplía el tío.

Que es lo que yo digo, que eso no podía ser normal. Y se lo decía: “Roberto tío, ¿Cuántas pilulas azules te metes?” por la viagra, claro. Y él, que no que no. Y yo, y todos, “venga tío, dinos el secreto, ¿viagra, cialis o qué?”. Y el tío “no, no, viagra no, litio, litio”. Y yo sin enterarme, que me creía que el litio lo vendían en farmacias. No se en cuantas habré preguntado, y me miraban con cara rara. Claro, ahora ya se por qué.

La verdad es que teníamos que haberlo sospechado. Sobre todo con su manía de no meterse en el yacuzi. Si ni siquiera se duchaba. Que yo creo que por eso al principio tardaron en enrollarse con él, cuando les decía que no se duchaba. Y eso que el tío ni sudaba ni olía. Y además, desde que entró con la frígida y se le vio el instrumento, ya les daba igual que se duchara, que se bañara o que oliera a choto, que encima no olía. Pero con todo lo escrupulosas que son, cuando la frígida le sacó el instrumento, ya les dio todo igual. Ni ducha, ni leches, lo que querían era rollo, qué narices. Y ante esos argumentos, lo de la higiene y toda esa mandanga ya les traía sin cuidado.

Pero tenía que haberlo pensado. Porque tampoco bebía. No digo alcohol, es que ni agua. Sí, se mojaba un poco los labios, pero yo creo que cuando se pasaba la servilleta era para secárselos. Que no tragaba nada. Si tenía que haberlo pensado, ya lo se, ¿pero quién se lo podía imaginar?

El caso es que el jueves, el día de la fiesta, cuando todas las tías se pusieron de acuerdo, por primera vez le vi desencajado, como si aquello no lo tuviera ¿cómo se dice? , sí, programado.

Y es que había que verlo. Una docena de tías en pelotas, agarrando al Roberto, quitándole la ropa casi a mordiscos y todas empujándole, arrastrándole y riéndose mientras gritaban: “¡Al jacuzzi, al jacuzzi!” que había que verlo. Las caras de lobas que ponían. Y la del Roberto como si le fallara algo, como si no funcionara bien. Sobre todo cuando le empujaban a la orilla del agua. Estaba desencajado. Y no me extraña, ahora no me extraña .

La que se montó. El fogonazo. La llamarada. Y el olor a goma quemada. Y los chispazos. Y las caras de terror de todos. Claro que nada que ver con las que pusieron los polis cuando llegaron. A los dos minutos, que digo yo que si andaban por allí, seguro que para tocar los pies, como siempre. Pero bueno, como sea, había que ver la cara de memos que se les quedó cuando llegaron y vieron allí al Roberto, o lo que quedaba de él, flotando en el agua llena de restos de plástico ardiendo, todavía dando chispazos. Eso sí, con la herramienta bien tiesa, que parecía un submarino con el periscopio levantado. Y allí lo entendí todo, sobre todo cuando me fijé que a la altura del pecho, donde el corazón, había una placa plateada con unas letras que ponían: “No water. Lithium battery”…