Quizá ya algunos conoceis el texto. Es un homenaje a quienes tan buenos ratos nos hacen pasar y pese a ellos se ven injustamente despreciadas por la sociedad.
Ayer por fin puse el Belén
Ayer por fin puse el Belén. Tarde de Nochebuena, y el cansancio acumulado, las circunstancias, y, por qué no decirlo, un cierto hastío generado por el abuso navideño y el desencanto y cierta amargura de mi ya casi medio siglo de existencia, me hicieron demorar esta tarea, e incluso plantearme seriamente si no sería éste el primer año de mi vida sin Nacimiento.
Pero al fin se impuso la costumbre, o quizá la rutina y me puse manos a la obra. Un tanto agobiado, bajé de lo alto del armario las cajas con las figuras, el papel del fondo, las ristras de lucecitas de colores. De forma mecánica, precisa, eficaz, casi profesional, pero sin rastro de la ilusión de antaño, fui preparando los materiales y el terreno. Así, extraje de su caja las figuras del Misterio. Con cuidado, pero ya sin mimo, las dispuse sobre una mesa buscando su mejor ubicación en el paisaje final.
Para proteger la madera del mueble que lo alberga, me dispuse a desplegar unas hojas de papel de periódico que, debajo del papel que imita al suelo, sirvieran de base y aislaran al estante del calor de las luces. Así lo hice, y cuando ya hube sujeto los papeles me percaté de su contenido. Nada menos que las páginas centrales del diario... (qué importa cual), esas llenas de números de teléfono, fotos supuestamente reales y sugerentes nombres de señoritas, unos exóticos (Dominique, Heidi, Carol...) otros más raciales o cercanos (Raquel, Elena, ... hasta María o Juani). Y ese oscuro hipócrita, reprimido y represor que todos llevamos dentro dio la voz de alarma: ¿cómo vas a poner al Hijo de Dios sobre esa inmundicia? Confieso, con vergüenza, que a punto estuve de escucharle, retirar aquellas páginas y poner cualquier otra.
Dirigí mi vista hacia el resto del periódico y no hallé en todo él nada que no fuera trasunto de la muerte, la maldad y la ignominia. Presuntos próceres diseminando el dolor y la miseria en forma de bombardeos, supuestos mártires desparramando la sangre y la muerte de sus propios compatriotas en aras de una hipotética liberación. Políticos venales, cargados de falsedad y manipulaciones, destilando veneno, generadores de odio y división que sólo beneficia a sus estrechas miras de réditos electorales a corto plazo, con sus declaraciones trufadas de desprecio. Mal llamados deportistas que alcanzan sus logros a golpe de química, talonarios e intrigas. Jerarcas de todas las iglesias, amnésicos de sus hitos fundacionales, dedicados a la incomprensión, la marginación y la ignorancia.
Angustiado, mis ojos vagaron por la sala, y me pareció, quizá fuera una alucinación, que el Niño hacía lo mismo, y los ojos pintados sobre su rostro de arcilla (la misma arcilla de la que se hizo al Hombre) brillaban húmedos mientras se dirigían a unos y otros papeles. Sin pensarlo demasiado, dejé las cosas como estaban, extendí el papel del suelo sobre las hojas malditas que reflejaban tanta Humanidad doliente pero risueña, tanta entrega, mercenaria, sí, pero amable, probablemente tanta explotación, pero al mismo tiempo tanto consuelo.
Terminé de fijar las luces, el musgo, los personajes, y finalmente tomé en mis manos al Niño. Ya no era una labor mecánica. Ya mi infancia volvía a hormiguear en las yemas de los dedos cuando lo deposité suave, dulce, maternalmente, entre la belleza de la Madre, la nobleza del Padre, la inocencia de los animales, y sobre la vida escondida de aquellos seres que le daban soporte de forma humilde, oculta, en sus mensajes y fotografías “reales” impresos en el periódico.
Y cuando mentalmente musité: “perdóname, no sé si estoy haciendo bien situándote entre estas personas”, me pareció escuchar las que luego serían sus proféticas palabras, al tiempo que creí ver un guiño irónico en su mirada que de reojo se dirigía hacia el montón de páginas en las que la gente “importante” desplegaba sus miserables acciones: “En verdad, en verdad os digo que las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos...”