Estaba desde hace un tiempo, y ahí queda.
La cálida brisa tropical asoma por las leves cortinas. Desde el mirador de un piso alto la luna mece y refulge en las leves olas del océano y el olor húmedo y salino se mezcla con el sopor de los vapores del Bourbon y el humo de un cigarro a medio consumir. Serenidad etérea, etílica y certeza consciente. Una noche preciosa. Un ligero letargo, párpados pesados que entrecierran los ojos y la mente en ese estado de semiconsciencia donde lo real y los sueños se mezclan y aparecen como evidencias ciertas y palpables recreando en cuerpo y alma lo pasado, lo presente y lo futuro.
Así en cierta levitación se funde a blanco la imagen de la amada en un territorio distinto. Ventanales que en una noche de blanca nieve, gélida, límpida y transparente, traslucen su brillo y fulgor invitándolos a la intimidad del cubículo; y en la penumbra se refleja entre sábanas de algodón un cuerpo desnudo, una forma divina encarnada en mujer. Los cabellos caen de la cabeza apoyada en la almohada cubriendo suavemente y a medias un pecho pequeño, turgente, mientras que la sábana cubre ligeramente parte del torso, una pierna y el vientre dejando ver el reflejo de otra pierna y permitiendo que los pies descubiertos y entrelazados se conviertan en fetiches; brazos y manos unidas, levemente extendidos cubriendo pudorosamente el monte de Venus, inicio y final de las cosas en un gesto primitivo. Morfeo la mece en sus brazos, la mima y acaricia su cuerpo, mientras tú, pobre mortal sólo alcanzas a percibir una imagen evocadora, observando con una ligera sonrisa interior agridulce de incomprensión y azoramiento, de serenidad e ilusión, con tu testuz sostenida en la mano apoyada en la butaca.
Pensador de Rodin, cubierto apenas por un leve lienzo, mesando tus propios cabellos, la incipiente barba de un rostro sin rasurar en un par de jornadas, los cabellos revueltos tras una noche de inquietud y desazón. Y tu sonrisa…..esa sonrisa.
Nada más hermoso que la pura contemplación de la diosa, del principio de todo, del manantial de la vida, en la que el hombre regresa a su niñez, a su patria, se encoge y encuentra su origen y destino.
Las brasas crujen en el cenicero al apagar el cigarrillo y el ligero fulgor que anuncia la alborada se filtra por los amplios cristales dando a la imagen un esplendoroso reflejo de plata emocionante. El lecho compartido espera, y sigiloso, despacio, con levedad y miedo de alterar el sueño, en un movimiento levísimo yaces de nuevo. Ojos abiertos, gemas preciosas que reparan en ti; labios ligeramente entreabiertos en una gesto amable y amoroso que dejan vislumbrar apenas las perlas de su interior. Labios que de nuevo, tal como fue en tiempo se acercan, rozan los tuyos mientras las manos, esas manos de finos dedos añorados, comienzan a recorrer apenas perceptibles tu rostro, tu cuello, tu torso…..hasta que acarician con dulzura la virilidad y con destreza aprendida por su género desde tiempo inmemorial te excita allí donde uno es más vulnerable y los sentidos se evaporan. Tus manos recorren su cuerpo y de forma indiscreta se humedecen con efusiones de sexo perfumado, mientras en movimientos casi lascivos buscas con fruición un lugar donde cobijar tu lengua.
Besos livianos al principio, húmedos después, salivas únicas en breve, mientras las manos continúan libres rozando apenas la piel cálida que se torna en campo de espigas doradas ondulantes y grávidas en un sembrado infinito. Recovecos íntimos, en contorsiones imaginadas, avidez, fruición y ligeras muecas de fervor mutuo. Perdida la consciencia, entregados al alma del fervor, una pura exasperación carnal y espiritual. Bocas ligeras, que acarician sexos, los rozan y ardientes los consumen. Ligeros gemidos quedos en la madrugada.
Un giro, un movimiento un tanto hosco, y de nuevo frente a frente, con vistas y miradas cómplices y una aproximación certera. El marfil henchido, severo y rígido asiente y persevera en una concha nacarada que consiente y donde busca sembrar la perla más perfecta. E insiste, suave al principio, algo más severo después, hasta que de forma violenta y rítmica comienza a derretir el nácar ablandando su sentido y tono salado. Y en una cadencia acompasada en un acoplamiento perfecto, sinfonía de movimientos primitivos, simetría regularidad, sudor y lágrimas, risas, jadeos, y ligeros gemidos apenas ahogados en los besos, la vida, la simiente, percute y la perla queda definitivamente reservada.
La brisa se torna fresca en la noche avanzada y devuelve a la realidad, a la tremenda consciencia, al indecoroso tiempo que lo devora todo. Es tiempo de volver a la habitación, y al cerrar el ventanal en la penumbra se refleja entre las sábanas de algodón un cuerpo desnudo, una forma divina encarnada en mujer….