FECHA: Segunda semana de Agosto.
NOMBRE: PaulaVip
NOMBRE DE LA AGENCIA/PISO/CLUB: Independiente
WEB: http://www.paulavip.com
TELÉFONO DE CONTACTO: 692-061-407
TARIFAS APLICADAS: Hora y media. Ver en su Web
LUGAR DE ENCUENTRO: Gimnasio Breda. Solo para tipos rudos, musculados y machotes como yo.
SERVICIOS Y JUEGOS: Amplísimo catálogo de juegos y servicios. Muy correcta y amable en sus explicaciones. Cumple con lo que promete.
VALORACIÓN ESTÉTICA DE 1 A 10: 9. Me gusta, y como me gusta, soy subjetivo. Si no me gustara sería objetivo y no habría cita alguna ni ladrillazo a leer. Y no le pongo un 10 porque me contó que se encontraba muy cómoda conmigo, y eso es de muy mal gusto, por lo que resto un punto.
VALORACIÓN DE LA CITA DE 1 A 10: 10. Si, has leído bien, un 10, ¿pasa algo, machote?
Tras rellenar la plantilla, tocaría ahora hablar de la cita. Donde queda uno, el encuentro, juegos preliminares, los océanos de flujos vaginales provocados, los repetidos orgasmos de Paula por las habilidades casi congénitas de un servidor, mi enorme pene del que tendréis razón en el próximo número de la revista Nature, la propuesta del Circo del Sol para que nos incorporemos a su grupo de contorsionistas en Las Vegas, los sudores chorreantes por los esfuerzos realizados, los gritos espasmódicos de Paula por el placer irresistible provocado, mi comportamiento de macho hispánico alpujarreño, mis alaridos tarzanescos, los diversos juegos realizados, la propuesta de Paula de retirarse con un servidor a una jaima en el desierto de Libia sometida a mis deseos, en fin, lo que es habitual y norma común en mis encuentros. Uno, que es muy macho y no voy a ser menos que vosotros.
Pero a diferencia de otros cuentos en los que ella ha sido la protagonista, hoy vengo aquí, exclusivamente, a comentaros el efecto paranormal que sufrimos en la cita, digno de constar en los anales de las historias del Dr. Jiménez del Oso y su programa Mas Allá, o de Iker Jiménez y su Cuarto Milenio. Una situación alucinante, la paranormalidad absoluta, lo inexplicable, la inquietud que provoca lo irracional.
Os cuento exactamente lo que sucedió. Había quedado para una cita de 90 minutos. Por ser un tipo bastante lagarterano necesito de un cierto tiempo antes de que la sangre entre en calor, de ahí que nunca quede por tiempo inferior al que os he señalado. Yo necesito tomar el sol para notar la sangre por mi cuerpo y nada mejor que Paula en su sustitución.
Ni que decir tiene que Paula estaba preciosa, más hermosa de lo que la recordaba, agradable, simpática, con ganas de complacer. Un encanto. Y tras los preliminares, recordándole que yo necesito de mucho tiempo para que mi vieja maquinaria se ponga en marcha, Paula, hermosísima en su desnudez, se acercó a mí, me susurró al oído “Gerundio, me apetece mucho provocarte placer”, me dio un dulce beso y empezó a cubrir mis deseos. Dato importante, los relojes habían quedado en la mesilla del cabecero.
Todo transcurrió como esperaba, y no es ejercicio literario, cuando una cita transcurre como deseo significa que es muchísimo mejor de lo que espero. Pero en ello no tengo ningún mérito, quien conozca a Paula sabe a lo que me refiero. Fueron, lo sé, lo sabemos ella y yo, 90 minutos en los que disfruté del primero al último. Uno, aunque no mire el reloj, controla los tiempos y situaciones, tanto ella como yo. Puede existir alguna variación, poca, pues siendo yo un tipo soso y sin imaginación, siempre actúo bajo el mismo protocolo y procedimiento. Y por ello, las diferencias, solo alcanzan unos pocos segundos. Fueron 90 minutos, plenos, os lo aseguro, de total placer. Acabe sudoroso y destrozado.
Y terminada la deliciosa fiesta, deliciosa, aplicar todos los sabores, todos, pues así los saboree, nos duchamos, vestimos, encendí un cigarrito para darle mi ladrillazo de despedida ¡lo que ha de soportar la pobrecilla! y finalizada ya la cita ella me preguntó: “Gerundio, ¿nos ha pasado el tiempo?” A lo que contesté: “Seguro, nos van a llamar la atención, voy a comprobarlo”
Hay situaciones que no tienen explicación. No la tienen. Y asustan. Porque tras ducharnos dos veces, fumarme unos cuantos cigarros, hablar de lo divino, es decir, explicarle lo que de ella veía, practicar numerosos juegos, realización de un complejo ejercicio gimnástico en el trapecio, posterior pase al plinton, salto con tirabuzón y doble mortal, un programa completo de anillas y medio maratón corriendo al “si te pillo, te meriendo”, solo habían transcurrido, en ambos relojes, cinco minutos. Lo sé, lo sé, yo solo duro 17 segundos, pero el resto de juegos, os lo aseguro, le pongo mucha afición, y soy especialista en medias y largas distancias, que si algo tengo es paciencia. Llamamos a la recepción y el tipo que allí había me espetó: “¿Desea saber la hora? ¡Pero si no hace ni cinco minutos que subió!”.
Comprenderéis que estando ambos asustados y yo, además, agotado, tras intercambiar unas cuantas opiniones sobre lo sucedido, fumar un cigarrito, no encontrar la explicación, decidimos olvidarlo, sobre todo yo, que de neuronas ando escaso. Nos despedimos con un beso y con la promesa de no contarlo, a nadie. Lástima, ojala Paula me perdone, pero yo soy una cotorra y lo cuento, porque me place.
Y ahora, pensando en ello, no lo puedo remediar pues fue un extraordinario suceso, mi neurona coja ha llegado a una conclusión: que Einstein despejó en su teoría de la relatividad que el tiempo es flexible, en lo que estoy de acuerdo no por entenderlo, no, sino porque lo dice él y, además, porque los Sábados y Domingos, unidos, duran menos que un Lunes. Pero en algo se tuvo que equivocar, porque en aquella cita, no os engaño, se paró sencillamente el tiempo. Se paró, os lo juro y cuento. Y creo, no hay otra solución, que Paula tuvo algo que ver con ello, seguro, no cabe otra explicación.
Aunque sospecho que vosotros, los que hasta aquí habéis aguantado el ladrillo, con muchísimas más luces que un servidor, en atención a lo que os he explicado tendréis una respuesta mejor. A saber, digo yo. Pues nada, volveré a releer lo escrito y ver si coincidimos, que sigo opinando que Paula, estoy seguro, fue la causante de todo ello. Aún sin quererlo.
Hasta quien me controla, idiota rematado, me ha susurrado al oído: “Gerundio, no le des al fenómeno tanta importancia, si esos 90 minutos de placer vividos los guardas en tu memoria, te aseguro que no se han perdido”.
¡Como me jode darle la razón a ese descerebrado!