Lidia se ha puesto el traje de seducir y vuelve a morar entre nosotros. Ha esperado a que se consolidase la primavera y después de las lluvias vuelve a vivir en nuestras tardes, para que nosotros podamos morir un poco en ella.
Lidia es una persona que vale la pena conocer, por ello me alegro de haberla conocido y que ella me considere su amigo. Ambos tenemos muy claro lo que damos y lo que podemos obtener del otro y, aunque todo es un acuerdo de mutua conveniencia, yo salgo ganando. Por mis escasas aunque justas recompensas ella me da tardes de lujuria y placer que después recuerdo con deleite durante días como sueños que se han materializado en forma de goce supremo.
Ella aprecia mis escritos venerándola y comparte alguna cena en el mejor restaurante de las cercanías, donde todos los camareros salen a darle la bienvenida y compadecer al incauto que la acompaña. Allí, ella es la reina que al llegar ilumina con su sonrisa las salas para después desplegar su majestuosidad en un juego mortal que hay que jugar con simpatía.
No puedes creerte nada de lo que pasa como algún admirador avispado le ha insinuado mientras tú ibas a buscar el coche: señorita, ¿usted es de verdad? Lo mismo debes hacer tú cada momento que compartes con ella en una cena, en un paseo por la playa o al retirarte a la intimidad con ella. Porque todo es un sueño que debes retener para después recordar,…porque toda la vida es sueño y los sueños son.
Ella es una persona excepcional que combina a la perfección una mente clara y muy organizada con un cuerpo esbelto, lozano y lujurioso que te entrega con generosidad cada tarde que compartes con ella en una sesión cortita pero eterna a la vez. Lidia tiene unas energías desbordantes que renueva cada día para entregarlas a todos los amantes ocasionales a los que la Divina Providencia nos acerca algunos días a su lado.
Con Lidia, cada tarde de amor es una batalla que sabes con toda seguridad que vas a perder y ella va a ganar, pero a la que te entregas rendido con antelación porque vas a gozar como nunca antes lo habías hecho. Ella te encanta y te seduce de tal manera que se apodera de tu cuerpo y de tu alma y te eleva a un mundo del que tan sólo ella tiene la llave dejándote compartir momentos eternos de felicidad pasajera que te enganchan como a la droga más adictiva que nunca has probado ni nunca probarás.
A partir de los encuentros con ella, sabes que ya no vas a poder encontrar otra amante ocasional que ni siquiera la iguale y te permita olvidarla. A todas las vas a comparar con ella y van a salir perdiendo. Con ella has de abandonarte desde el primer instante en sus brazos, saboreando sus besos y, después, ya vas vivir mil sensaciones a cual más placentera en una rápida sucesión de instantes eternos que te han de llevar al final a querer morir en ella y con ella.
Ella es incombustible, no se gasta, no se agota, por lo que se te entrega sin condiciones – o con muy pocas -, porque al mismo tiempo mantiene su integridad para ofrecerla después de la misma manera a todos sus amantes ocasionales.
Esta es una categoría – amante -, que deja huella en uno. Una huella indeleble que imprime carácter y has de llevar por siempre con la mayor dignidad y orgullo.
Los iluminados con su gracia enseguida identificamos a los otros porque reconocemos en ellos el estupor y bobería que se reflejan nuestras caras y todos los espejos nos confiesan.
Cuando has gozado con ella, de ella, hasta sin ella - pues también puedes gozar de su recuerdo a solas -, ya te puedes olvidar de encontrar con otras nuevos alicientes al amor, porque ella te los ha enseñado todos y los ha gravado en tu mente de manera indeleble. No hay manera de hacerlos desaparecer ni difuminar. Se quedarán contigo para siempre y contigo los has de arrastrar mientras vagues por este mundo de mediocridades mil veces repetidas.
El recuerdo de su sonrisa y la luz que irradia su mirada, no te va a dejar en paz y vagarás arrastrando tu desconsuelo hasta que ella de nuevo vuelva a morar entre nosotros cuando abandone su ciudad de Krasnódar a su madre y a su amor, para deleitarnos alguna tarde y dejarnos reverdecer el sabor de sus labios, el olor de su pelo, el trinar de su sonrisa provocadora y la mirada pícara que de la manera más sugerente nos avanza la ilusión que va a suponer el reencuentro amoroso con ella.
Con Lidia, el placer no es por lo que te da, sino por lo que te quita. Te quita los miedos a no rendir con ella y los temores a mostrar tus penurias desnudas ante el esplendor de su figura. Con ella se te olvidan tus miserias y vuelves a creer en la sabiduría divina y la mezquindez humana.
Sabiduría por haber creado un ser tan bello y tan hermoso que además es generoso al repartir sus gracias entre mil amantes y poder entregar a todos ellos la misma dosis de felicidad sin que por ello se agote su hermosura. Y mezquindez de los que quieren poseerla y guardarla para ellos solos como si el firmamento se pudiese condensar en una estampa.
Con ella debes saber de antemano – al contrario que te sucede con otras que te enamoran y te querrías quedar con ellas y no compartirlas con nadie -, que es un pájaro de libertad que no puedes retener y no puedes enjaular. Ella te va a entregar el paraíso condensado en una hora, pero después te ha de abandonar en tus miserias y ha de acudir en auxilio de otros, también necesitados, pero capaces de recibir sus insinuaciones, sus miradas, sus halagos, sus besos, sus acaricias, su entrega, y, a pesar de todo, no sucumbir con ella.
Ella se te entrega toda en una hora, desplegando todo su esplendor para que lo goces sin medida, pero después lo ha de recoger y volver a guardar para el siguiente beneficiado. Entonces verás cerrarse las puertas de su alma, como cierra el broche de su bolso, pensando que has tenido ración para una larga temporada, cuando a las pocas horas vas a volver a tener hambre de ella. Es la saciedad del momento que te llena y la vaciedad posterior que te acongoja.
Cada amante piensa que es especial para ella, porque ella lo quiere así y así te lo muestra. Tan sólo descubres la trampa, cuando la ves galantear de nuevo con otro al teléfono y entiendes que ella es un pájaro de libertad que reparte sus destellos de manera desigual. Tan sólo puedes tener un rinconcito en su corazón, si, por encima de tu dinero que guarda en su bolso en la medida que lo desprecia, eres capaz de despertar en ella alguna simpatía que le permita entender lo mucho que la respetas y valoras, por todo lo que te da y por todo lo que te entrega.
Con ella no se puede tener una música favorita porque la música es ella que eclipsa con su presencia cualquier melodía que de manera accidental se cuele por la ventana mientras compartes con ella una tarde plena de amor o un viaje hacia una estación para disfrutar de su despedida o vas a recogerla. Con ella te vas a sentir el ser más envidiado, pues todas las miradas masculinas del entorno se van a centrar en ella, y tu eres tan sólo el maletero que acarrea sus pertenencias materiales para que pueda desplegar con libertad sus alas, en señal de que va a partir, y se va a llevar tu placidez con ella.
No intentes esperar a que el tren parta porque vas sufrir después el vértigo y la soledad de la estación vacía, sin ella. Acepta simplemente sus besos y deja que se pierda entre los demás pasajeros o suba al tren y desparezca como en un cuento. Será la mejor manera de poder abandonar tu ilusión y volver a tu camino, a la senda que te ha de llevar a vagar por estos mundos de mediocridad perversa.
Cuando ella esté de nuevo en sus tierras frías donde invierna, puede ser que un día, mientras su amor ha ido a trabajar y ella cocina un pastel de manzana, recuerde alguna tarde compartida contigo en que lograste despertar su sonrisa. No por alabar sus encantos o reconocerle el valor de su entrega, que eso lo hacen todos sin perturbarla, sino por valorar el gran fondo de buena persona que hay en ella.
Lidia es un ser excepcional, como excepcionales son los momentos que puedes compartir con ella. Pero no intentes seducirla, porque es inseducible. Más bien intenta retener su imagen en un instante para que puedas después soñar con ella.