Anna BR - La dulzura de una mujer

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por Andros
Barcelona

Apartamento de la escort9
Duración61 minutos
Precio100
PechoNatural
FumadoraNo
BesosBesa con lengua
FrancésSin
GriegoNo lo sé

He dudado antes de colgar este relato. Quizás la quería atesorar para mí, lo admito.

Anna no es una escort despampanante de pechos operados. Ella misma dice que es sencilla, pero se equivoca porque ilumina el espacio a su paso.

Tras conocerla, estoy perdido, perdido, perdido. Quizás estuviera demasiado sensible cuando llegué a su lado, quizás esperara algo diferente, sin saber demasiado bien qué podía ser.

Si de algo estoy seguro es que no estaba preparado para recibir un destello tan  brutal de luz, porque esta niña me dejó cegado por su sencillez y su ternura.

¿Y cómo es Anna?

Su cuerpo es longilíneo y flexible. Sus manos son suaves y todo en ella parece delicado al verla. Habla sin forzar la voz, dando a cada palabra un punto de confidencia. Pero tras unas maneras suaves habita el fuego y una fuerza insospechada cuando su respiración se agita y su corazón bate con fuerza.

Con sus ojos, en los que uno se sumerge, mira con franqueza y uno piensa que, si la mirada es espejo del alma, la suya debe ser noble y bella.

 Pensé en una bailarina al verla. Se lo dije y se rió. Luego, pensándolo mejor, consideré que bien podría haberse dedicado al salto de pértiga o al salto de altura. Las piernas son inacabables, la cintura es estrecha y el pecho, que cabe en el hueco de la mano, es blanco como un pájaro leve.

Bien podría ser modelo de pasarela, con su cuerpo espigado y su gracia al ocupar el espacio.

El encuentro

El día era realmente tormentoso, con tormentas en el cielo y en mi vida. Quizás había mar de fondo. Mi sentido común me decía que debía dejarme de tonterías y acudir a aquel encuentro con Anna, que había buscado con insistencia.

Por una vez escuché a mi sentido común y corrí bajo la lluvia a su encuentro. Tras muchas vueltas, en la ciudad colapsada por la lluvia, debí aceptar que no podía aparcar a la puerta como un triunfador, así que dejé el coche en el parking y llegué apenas con cinco minutos de retraso.

Subí la escalera y en lo alto me esperaba Anna, con la mejor de las sonrisas y una dulzura frágil.

Dulces besos y un cálido abrazo sirvieron de bienvenida, antes de que me hiciera pasar a la habitación, donde me llevó de la mano.

 

Hablamos un instante, manteniendo una prudente distancia y yo sentía que mis rodillas flaqueaban y que me fundía al mirarle a los ojos y al perderme en ellos.

 

Al fin nos abrazamos y sentí que su respiración se agitaba y que en ella habitaba una pasión tierna, un dulce fuego que me podía consumir.

 

El juego de los abrazos nos llevó a la desnudez del agua. Ella me propuso buscar algo de beber pero yo lo rechacé (para poder ser malo, malo y decir que no bebí nada).

 

Me duché con cuidado, intentando purificar toda mi piel de todo lo accesorio que me había lastrado en los últimos tiempos. Sentía su voz y su atención siempre constante, hasta que limpio llegué a su lado.

 

 

Dos personas normales

 

Ella me mencionó que debía olvidarme de foros, del resto de la gente y el pacto me pareció justo. ¿Quién quiere recordar que fuera llueve y que el tiempo es desapacible?

 

Desnudo ya, quise despojarla de su braguita y me detuvo con un gesto suave, para que iniciara el ritual con el sujetador que liberó el pecho. Mi boca buscó su vientre y sus muslos, mientras mis manos la liberaban del resto de sus ropas.

 

Sentí su respiración agitada y su latido. Pocas veces he sentido esa sensualidad a flor de piel y la epidermis que reacciona con tal presteza a la caricia. Sentí casi temor de lastimarla y le pregunté si aquello le era placentero. Sí, qué placer-me dijo con un hilo de voz.

 

Mi lengua buscaba su interior y al mismo tiempo sentí que su boca besaba mis muslos y que sus manos se perdían en mil caricias, llevando la perfección al número capicúa del seis y el nueve.

 

Podríamos haber seguido así, pero quise besarla y, con delicadeza me empujó hasta colocarme de espaldas. Allí me perdí, porque hacía tiempo que no sentía tal suavidad y ternura en unos labios de mujer que acariciaban mi pene. Sus manos guiaron las mías y me pidió que le sujetara su pelo con una, mientras que la otra hacía jugar mi pene en su interior. Sentí sus uñas paseando leves sobre mis muslos mientras su boca me hacía pasear por el borde del placer.

 

Recuerdo que en otro momento su cabeza estaba apoyada sobre mi vientre y yo no veía lo que ocurría allí, simplemente sentía con intensidad. Curiosamente recordándolo ahora pienso que su cabeza no pesaba sobre mi vientre, que su cuerpo era leve como una caricia.

 

Podría quizás haber acabado así, pero quise besarla de nuevo y explorar todo su cuerpo, besando sus muslos, el pliegue de sus rodillas, la punta de los dedos de los pies o ese lugar delicioso tras la nuca.

 

Al llegar cerca de su sexo, solo la toqué con mi respiración, antes de que mi boca se desviara, buscando sus ingles, su vientre y el interior de sus muslos. Al fin llegué a su sexo y sentí su excitación, bebí su sabor y vencí su reticencia antes de que se abandonara al placer extremo y que su hipersensibilidad me conmoviera.

 

La abracé sin prisas, dejándola volver de lejos y me sorprendió con una mirada fiera cuando abrió los ojos. “Ahora quiero hacer el amor contigo”- me dijo.

 

No sentí cómo protegía mi pequeña humanidad. Quiero decir que era consciente de lo que hacía pero que solo sentí las caricias de sus manos y el calor de sus labios.

 

Cuando la amazona empezó su andadura, sentí calor, vi cómo temblaba y cómo se le erizaba la piel. Entonces me abrazó e iniciamos un baile lento y acompasado, sin despegarnos casi. Sentí que aquello era un abrazo íntimo y que no podíamos alejarnos.

 

El frenesí nos pudo y con un latido gocé en su interior, feliz de vivir aquel momento., de dar y recibir placer. Cuando la abracé, su corazón latía con fuerza y su mirada era suave.

 

Nos quedamos abrazados, llamándonos por nuestro nombre y aferrándonos al cuerpo del otro.

 

Despertó nuestro deseo de nuevo y Anna me guió nuevamente a una de sus formas preferidas de gozar. Con las cucharas disfrutamos y sentí su fiebre absoluta, su locura en el placer y en el mío.

 

De nuevo llegó la paz. ¿Quién sabe si fuera llovía? Me hizo entonces cerrar los ojos, acomodó unos grandes cojines, se sentó detrás de mí y acarició mi cabeza

 

No te he enseñado aún las otras formas de hacer el amor”-me dijo.  Pensé que tendríamos otras ocasiones de explorarlas y hablamos de las caricias en los puntos sensibles. Entonces quise poner en práctica la teoría y besé de nuevo muslos, pecho, vientre, caderas hasta detenerme de nuevo en el sexo agradecido y notar sus dedos sobre mi nuca.

 

Algunas palabras salieron de sus labios, algún gemido se ahogó hasta que llegó al punto de no retorno con un abandono absoluto y salvaje.

 

El tiempo ya se cumplió. Debí rendirme a la evidencia.

 

Ella insistió de nuevo en ofrecerme algo para beber. “No-le dije con humor-quiero poder contar que ni agua me diste”. Reímos con humor, me besó de nuevo y me propuso una ducha, que rechacé. Sentía que el agua borraría su presencia sobre mi piel y quería mantenerla un instante más.

 

No quería, no podía separarme de su lado, mientras nos vestíamos entre besos.

 

Con buen humor me quiso presentar a sus compañeras de piso. Solo saludé a la bella Natalia e intercambiamos algún comentario sobre conocidos comunes.

 

Anna me acompañó a la puerta, me dijo que había sido una preciosa vivencia y ¿saben qué? yo lo creí y lo creo aún.

 

La herida del adiós

 

Un beso, otro, una caricia, un hasta pronto… Me separaba de ella y ya pensaba en cuándo podría volverla a ver.

 

¿Entonces ella?

Su pasión es tan real como la vida. Conectamos en seguida, nos dejamos ir, nunca tuve una sensación extraña, todo era paz, sensualidad y deseo.

 

Yo me sentí el amante ideal porque ella lo fue conmigo. Leí su vida en sus ojos.

 

¿Repetiré? No me la saco de la cabeza.

 

¿Y a fin de cuentas?

 

Sin pensarlo, ella habló del ovillo de lana con el que juega el gatito. Llevado por el juego empujé ese ovillito y me excité con su movimiento, lancé la zarpa y el hilo se enredó en la patita. Y ahí, enredado aún estoy, pensando en lo vivido.

 

Repaso mentalmente mis últimas vivencias que califiqué de estupendas y todo pierde fuerza, todo queda desvaído ante la presencia de Anna.

 

No valoro, no intento entender nada, solo lo vivo.

 

Ella dice que es una persona sencilla y yo también lo soy. Aún ahora la evoco y me emociono.