Angie - Descubriendo la pasión

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por Andros
Barcelona

Apartamento de la escort9
Duración60 minutos
Precio120
PechoNatural
FumadoraNo
BesosBesa con lengua
FrancésSin
Griego

La llamo, se sorprende y se alegra de que quiera pasar a verla (No sé por qué pensaba, sin fundamento alguno, que no era mi tipo de chica). Quedamos a una hora, me presento y está allí esperando cuando el reloj marca la hora precisa del encuentro.

 

Entro en el piso, recorro los quinientos metros de la mitad del pasillo (hacia el otro lado mide otro tanto) y llego a una habitación con muebles decimonónicos de madera de árbol, que tiene un encanto colonial.

 

De los besazos pasamos a las desnudeces (aunque aún guarda medias y tacones, rollo fetiche) y, desde las desnudeces al “devórame otra vesssss”.

 

Y desnudo, sin protegerme frente a nada, me encuentro con una niña que me devora completamente , que me besa con pasión los muslos, el pene, que me acaricia al tiempo que me devora.

 

Siento la extraña y dulce sensación de que Angie está haciendo el amor a cada parte de mi cuerpo, recreándose con él y despertándolo con suaves caricias o apasionados arrebatos.

 

Me veo pronto atacando un número capicúa (creo que era el 69, pero no me hagan mucho caso), pero ella quiere entregarme placer y escapa para atacarme sin piedad.

 

Y me devora tan, tan bien, que no sé si alcanzo el orgasmo o no, si voy o si vuelvo. Pero estoy ahí, loco, loco, bordeando el placer absoluto.

 

Le pido que se case conmigo y se ríe. Vale, mejor estamos de novios una temporada y nos damos unos revolcones para conocernos mejor.

 

Perdido ya, me lanzo a la conquista de su cuerpo. Beso sus labios y su cuello. Se erizan los pezones recibiendo la caricia de mis labios. Devoro el vientre. Acaricio sus nalgas, la entrada de su sexo, el canal entre los dos agujeros del amor, sus muslos… Mi lengua acaricia su sonrisa vertical y sus caderas se mueven mientras que noto sus manos apretando mi cabeza contra su monte y siento que su excitación crece y se desborda.

 

Le digo que deseo penetrar en su interior y ¡shazam! heme aquí que estoy vestido de color rojo y con sabor a fresa.

 

Angie me pide que me ponga cómodo y que me deje hacer, pero antes deseo observar el arco del triunfo sobre mi cabeza. Es una visión poderosa la de sus muslos, su vientre, sus senos y sus brazos aferrando el cabezal de la cama, mientras su pelvis, ebria, se pasea sobre mi boca.

 

Su excitación alimenta la mía y le pido que cabalgue a este potro salvaje que desea su cuerpo. Lentamente comenzamos a acompasar nuestra cadencia, mientras temblamos con el calor que sentimos. Ella acelera los movimientos, frota enérgicamente su monte contra mi pubis, me abraza mientras la respiración suena entrecortada, se incorpora para tener mayor amplitud.

 

Está bella en su lucha salvaje, apretando los dientes y cerrando los labios. Al fin noto su temblor, su éxtasis y el calor de su cuerpo, pleno de sexo. Le pido un poco más, aferro sus caderas con fuerza, peleo con ganas y me derramo finalmente en su interior, sintiendo que todo mi ser se esparce y queda en paz.

 

Quedamos uno al lado del otro, casi en silencio, y nos acariciamos, dándonos tiempo para sentir el momento y recuperar el aliento.

 

Pero su cuerpo me excita, me atrae y hace que una parte de mí desafíe la gravedad. Nos abrazamos y mi pene se frota contra su vientre, acariciando sus muslos.

 

Vestido para la ocasión (con un terno grana), mi pequeña humanidad vuelve a su interior en la posición del misionero.

 

Y esta vez sus piernas me aprisionan y me atraen sin remisión, porque se aferran a mí, mientras que sus brazos me aprietan con fuerza en un abrazo frenético.

 

Nos dejamos ir, estamos gozosos, sudorosos, felices…

 

Tras el placer, hablamos tranquilamente del sexo y de nuestros goces. Pero ¡oh, maravilla! la palabra da paso al hecho, volviéndonos a enredar de nuevo. Porque la palabra tiene la fuerza de evocar el goce y de hacernos desearlo de nuevo.

 

Y de nuevo jugamos al gato y al ratón con el deseo y el placer, hasta que, locos de nuevo, estallamos en un orgasmo sentido.

 

Entonces, esta vez sí, nos quedamos quietos, después de haber gozado sin medida y nos damos cuenta de que tenemos suerte de habernos conocido y haber compartido placeres.

 

Casi no hemos hablado de nada, excepto de sexo, placer y deseo. No hemos tenido tiempo más que de disfrutar.

 

Hemos sudado, nos hemos cansado juntos. Ahora compartimos la ducha y en ella reímos.

 

Ella se viste, yo me visto, nos abrazamos y estamos contentos.

 

Entonces Angie y yo… pero eso ya es otra historia.